Sorpresa, soy la depresión

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Por todo lo que estaba pasando con mi madre Usui pagó dos billetes de avión hasta Japón. Era un sitio totalmente nuevo para mí. No me esperaba que cuando mi madre dijo que se me llevara se refiriera a la otra punta del mundo. Nada tenía sentido. Pero yo estaba como en una nube. Estaba de paso en mi propia vida, ausente. Como cuando estas en el cine y ves una película de la que no eres partícipe. Así que a pesar de la sorpresa no exterioricé nada.

El viaje fue raro y silencioso. Usui me habló lo justo y necesario para decirme cosas como "Deja, ya llevo yo tu maleta" o "Saca el pasaporte". Yo no hablé, ni una palabra salió por mi boca. Solo quería llegar ya, meterme en una cama y llorar. No sabía qué me pasaba. Yo no era así. Yo era la chica a la que le había tocado madurar temprano, que se responsabilizaba de todo y que era dura como una roca. Pero aquella no era yo. Una chica sin ilusión por vivir, que estaba ausente todo el día y que solo quería esconderse y llorar. Pero no podía evitar sentirme así, y tampoco tení ganas para intentar evitarlo.

Después de horas y horas metida en un avión al fin llegamos a Japón. Debo decir que tengo un mal recuerdo del país nipón, al menos de cuando llegué.

Es como cuando vas de viaje con otra persona, en el viaje discutís y eso hace que veas ese sitio con otros ojos. O que al menos el recuerdo te traiga mal sabor de boca. Lo mío era lo mismo, solo que el viaje estaba arruinado desde el principio.

Usui alquiló un coche y nos llevó a una casa en las afueras de Tokyo. Estábamos en un pueblo pero no recuerdo el nombre. Era la casa que tenían los Takumi en Japón.

-¿Por qué estamos aquí? -le pregunté a la hora de comer. 

Yo removía la comida de mi plato sin intención de comérmela. Estaba desganada y no pretendía comer nada.

-Porque no quiero que nada de esto te salpique -me contestó Usui. 

Él sí que estaba comiendo.

-¿Que me salpique el qué? -volví a preguntar. 

A pesar de no ser partícipe de mi propia vida, al menos quería intentar entender lo que me estaba pasando.

-Cuanto menos sepas mejor. Cuanto menos sepa nadie mejor. No hagas preguntas. Solo hemos de esperar a que la situación se solucione y entonces volveremos.

-¿Cuándo será eso? -pregunté empezando a pensar en el instituto y mi trabajo. 

Ya me podía dar por despedida. Luego tendría que llamar a mi jefa.

-Dentro de poco con suerte. Come por favor.

-No tengo hambre.

Usui soltó el tenedor y se levanto. Me cogió de la mano y me llevó hasta el sofá. Hizo que me sentara y se agachó delante de mí para quedar más o menos a mi altura.

-Escúchame. Sé que es una situación muy jodida. Que lo estás pasando muy mal. Pero no te puedes rendir. No te puedo perder ahora. Te he traído aquí para alejarte de toda la mierda que le intentan endosar a tu madre y para evitar que te salpique a ti. Tienes una coartada solida y eso es lo mejor que te podía haber pasado así que de eso no te tienes que preocupar. Y de la inocencia de tu madre se encarga el mejor abogado de la ciudad. Te prometo que no le pasará nada, pero este caso saldrá en los medios y no quiero que te involucren. ¿Vale? Pero te veo, no soy ciego. Estás ausente desde que te despediste de tu madre. No te hundas. Me tienes aquí para lo que sea. Si necesitas hablar, habla. Si necesitas llorar, llora. Pero no te dejes llevar. Haz lo que sea necesario y vuelve a ser tú -me dio un golpecito con el índice en el pecho, encima de mi corazón-. Tienes que luchar y te necesito al cien por cien. Ahora mismo en este barco solo vamos tú y yo contra el mundo. No dejes que nuestro barco se convierta en el Titanic. Ya no podemos hacer nada más para ayudar a tu madre. Solo esperar. Y lo único que no podemos hacer es rendirnos. 

Me acarició la mejilla obligándome a mirarle a los ojos. Esos profundos ojos claros que me volvían loca. Sus ojos me inundaron como una ola de esperanza. 

-No te conviertas en una espectadora de tu propia vida. Te necesito aquí, al pie del cañón conmigo.

Al oír sus palabras y verle mirarme otra vez como antes. Sin juzgarme, sin desconfiar de mí. Esa mirada llena de decepción ya no estaba. Solo confianza ciega y ganas de seguir adelante. Eso me devolvió la vida. Una lagrima empezó a caer por mi mejilla. Y muchas más la siguieron.

-No puedo. Me estoy muriendo por dentro. Tengo miedo, me siento sola, me siento desdichada, solo quiero que mi sufrimiento acabe.

-Déjame alejar el dolor.

Usui se puso de pie para luego recostarse sobre mí. Me besó las mejillas olvidando la sal que las condimentaba. Luego me abrazó y quedamos estirados en el sofá sin soltarnos, acomodándonos de lado para encajar con comodidad. Oír cómo latía su corazón me hizo tranquilizarme al cabo del rato. Pude parar de llorar al fin, no porque me hubiera cansado sino porque ya no sentía la necesidad de seguir haciéndolo.

La Coco que controlaba su vida estaba volviendo. Pensaba tomar las riendas y no volver a soltarlas. Con calma, pero ya volvía a ser yo misma.

-Usui -pronuncié su nombre casi en un susurro pero estábamos tan cerca el uno del otro que me pudo oír sin problema-. Te quiero.

-Yo también te quiero, princesa.

Oír aquellas palabras, después de semanas sin hablarnos, de estar distanciados y de comportarnos como dos extraños, fueron aquellas palabras lo que más feliz me hizo ese día. Tan feliz que quería llorar. Pero no lo hice, porque ya no me quedaban más lágrimas que soltar.

Me quedé dormida encima de Usui. No había podido dormir en más de 24 horas y un simple te quiero había sido el somnífero perfecto.

Se llamaba UsuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora