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8 de julio de 2013.


Todos me miraban con lástima. Yo intenté ignorarlos. Odiaba que sólo sintieran eso por mí. Me levanté de mi lugar, y procedí a caminar hacia la salida. Pude sentir los ojos de todas las personas sobre mí mientras me dirigía hacia allá. No les di importancia. Yo ya no podía aguantar más las palabrerías de aquel hombre parado en el centro del salón y ver a los supuestos amigos de la familia fingiendo llorar. Nunca creí en los funerales.

Respiré el aire de la mañana. Escuchaba carros pasar y algunos pájaros entonar. Me relajé. Busqué en el bolsillo de mi abrigo algo que pudiera despejarme más.

Y ahí estaban. Cigarrillos. Me agradecí a mí mismo internamente.

Tomé uno. Saqué el encendedor de la parte trasera de mi pantalón y me dispuse a encenderlo, cuando una voz conocida me hizo sobresaltar un poco.

—No lo hagas, Jos.

Me volví y observé unos ojos azules lanzándome una mirada con sabor a regaño. También me percaté de su nueva melena rubia. Me sorprendí. No creí que la muerte de Samantha trajera consigo tantas malas decisiones.

—Tu cabello casi es blanco. ¿Ahora crees en la superficialidad, ex castaño?

—Eso no tiene importancia. A Sam no le hubiera gustado verte con eso en la mano, Jos.

Observé mis dedos y al cigarrillo entre ellos. Lo sostuve más fuerte, inconscientemente.

—Samantha – corregí. Sólo yo podía llamarla Sam, y ya no quiero hacerlo, mucho menos que alguien más lo haga. – Ella ya no está aquí, no importa ya.

—¿Por qué te saliste?

—No soporto ver a todo el mundo haciéndose pasar por víctimas o buenas personas. Hay gente demasiado hipócrita ahí dentro. – suspiré — Yo sé cómo fueron con ella en vida. Ahora sólo es un cadáver. Las disculpas no tienen valor, Alonso. Ya no.

Noté su cara de impresión. Lo comprendo. Ni yo reconocía mi personalidad. Pero yo no podía ser más el de antes.

—Pero seguramente fuiste la persona que más ella más amaba. Pudiste haber dicho algo.

Rodé los ojos. Por un momento pensé que Alonso sí me entendería. Pero no resultó así. Sólo un supuesto amigo más, como todos.

—Correcto; fui la persona que Samantha más amó. Samantha, no ellos. Ellos ya no significan nada para mí si el lazo que nos unía era alguien que ya está muerto.

—Creo que eres demasiado duro, Jos. Contigo mismo. Hablas con tanta naturalidad del tema. Eso asusta. Me asusta a mí, nos asusta a todos que lo hayas tomado como cualquier cosa. Era tu novia.

Tomé el encendedor que segundos antes había guardado en un bolsillo y encendí mi cigarro. Le di una calada. Estuve al borde de toser. Tenía mucho que no lo hacía.

—Como sea, Alonso. Regresa con ellos, diles que no me sentía bien y es por eso que me retiré, porque no podía con tanto dolor. Y menciónales también que volviste porque no soportaste verme tan mal y con las pestañas más húmedas que cualquier zorra dentro cuando me vio llegar hace un rato.

Puse el cigarrillo en mi boca, de nuevo.

—Eres un maldito imbécil – escupió y pegó la vuelta.

Saqué el humo de mi boca, y reí. Una risa que dolía hasta lo más profundo de mi corazón.

Se detuvo y volteó a verme.

—Pensé que estarías bien. Por ella.

—Estoy solo, fuera de una iglesia, con un cigarro en las manos a las diez de la mañana. No podría estar mejor.

Bufó y yo le sonreí.

—Si esa es tu definición de estar bien – dijo – rezaré por ti a partir de hoy.

Le guiñé el ojo y siguió su camino. Yo lo miré hasta que se escabulló por el gentío.

Me senté en la acera, mirando los carros pasar. Observándolos con cuidado, mientras sentía el humo adueñarse de mis pulmones. Se sentía tan bien.

Empecé a contar los automóviles grises. Y también conté a nombre de mi padre, como si estuviera ahí, los automóviles rojos. Era una melancolía distante.

No quería irme de ese lugar. Era absurdo. Pero de alguna manera, estaba cómodo. Además de que no sabía a dónde iría después. No regresaría a casa de Samantha, por supuesto que no. Sólo tenía una opción; volver a la mía. Tampoco lo deseaba, pero era lo único que había.

No sé cuánto tiempo pasó, pero escuché pasos cerca mío. Pasos. Y murmullos, y lamentos. Supuse que su ritual catártico había terminado.

De nuevo, las miradas se fijaban en mí, y yo volteaba a verlos cuando lo sentía. Retiraban su mirada de inmediato, obviamente. Tal vez siguen pensando que la gente no se da cuenta cuando los miras así. Idiotas.

Susurraban cosas entre sí. Pude detectar varios comentarios sobre mi estado. Quizá les sorprende que no haya reaccionado como ellos. Que yo no haya llorado desgarradoramente y me hubiera encerrado en mi habitación por 15 días, para, posteriormente, salir y que todos se me acercaran intentando hacerme sentir mejor. Pero ellos no sabían que estaba mucho peor. Yo ya había muerto por dentro.

Una pareja de personas estaban más cercanos a mí y pude escuchar lo que decían. Los reconocí por sus voces; amigos ocasionales de Sam.

—Puede que él tenga algo que ver con su muerte. – dijo la voz femenina— Por eso no está tan mal.

—Sólo sé que era un drogadicto sin aspiraciones antes de ella.

Irritado, me levanté y me puse frente a ambos, intentando disimular mi molestia. No quería que se dieran cuenta de que me afecta lo que dicen. Se exaltaron un poco, y percibí nerviosismo en ellos. Como siempre, creyendo que no me daría cuenta de su hipocresía.

—Los escuché.

No hicieron el intento por apartarse. Los estaba intimidando. No me sorprende.

—Jos... —pronunció ella levemente. La interrumpí.

—¿Es que de verdad les duele su muerte o sólo les molesta que ya no tengan a quién pedirle dinero para abastecerse?

Le di una calada a mi cigarrillo en sus narices. Levanté las cejas, esperando una respuesta. Su cobardía les ganaba. Ni siquiera se molestaron en moverse. Expulsé el humo, muy cerca de sus rostros. Impregnando el olor en sus ropas. Que me recuerden todo el día.

—Mi más sentido pésame – dije, poniendo una mano en el hombro del chico, que me miraba, perplejo – ella era una buena persona, ¿verdad? Tanto que nunca logró detectar a gente imbécil en su lista de amigos.

La chica jaló del brazo a su acompañante, quien se dejó llevar y comenzaron a caminar bajo la acera, alejándose, alterados.

«¿Qué no tiene sentimientos?» alcancé a oír en modo de murmullo.

Sonreí.

—Ya no – me dije a mí mismo, caminando en dirección opuesta, sonriendo. – Ya no.


***

abreacción. - jnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora