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Bryan

Deslicé mi dedo índice a través del panel táctil al pie de la laptop. Di un click en el buscador de la parte superior, que resaltó en automático. Llevé mis dedos fríos al teclado negro.

Lo pensé unos segundos. Me enderecé en mi silla giratoria, posicionando recta toda mi espalda; di un suspiro suave al percibir y escuchar un pequeño chasquido de alguno de mis huesos tensos, apretados, incómodos.

Resbalé mi mano sobre las letras de la máquina.

José Alfredo Leyva.

Ignoré cualquier recomendación inferior y detuve mi dedo meñique antes de continuar. Volví a suspirar y procedí.

Enter.

Un milisegundo aproximadamente fue la tardanza de la búsqueda. Tiempo antes alcancé a poner mis manos sobre mi rostro, cubriendo mi vista, ganando un poco de tiempo y evitar ver lo más antes posible información acerca del chico.

Una vez que me sentí preparado, despejé mi vista. Me encontré con una gran lista de enlaces que llevaban a diferentes sitios, y, encabezando, hallé una secuencia horizontal de diversas fotos de hombres. Expandí.

Fue uno el que captó mi atención. Era el tercero en posición. Un chico, de aproximadamente 20 años, apuesto, cabello rizado, y, aparentemente, alto. Deduje que era él. Era fácil adivinarlo, y no precisamente por el aspecto físico.

Parecía tener un cartel en las manos que decía "soy yo a quien estás buscando, Bryan".

Seleccioné la imagen, y, tras un par de movimientos automáticos, la impresora a mi lado emitió un sonido de preparación para después tragar lentamente una de las hojas blancas perfectamente acomodadas dentro de la ranura disponible.

Observé cómo la imagen de Alfredo salía despacio de la máquina, dejándome verla un poco más amplia. La retiré rápidamente y la tomé entre mis manos, para verla con cuidado.

Intentaba analizar algo que no sabía qué era.

Percibí cómo inconscientemente las puntas de mis pies se despegaban y regresaban al suelo continuamente, como signo de ansiedad. No me tomé molestia en hacer que se detuvieran.

Escuché sin previo aviso el estruendoso sonido de la puerta de la habitación abrirse.

Fugazmente, guardé la imagen debajo de algún rebumbio de hojas sueltas que tenía por ahí y mi cuerpo se estremeció de manera brusca. Me volví y resoplé con una mezcla de alivio y molestia.

―Maldición, creí que eras... ―regañé, pero respiré profundamente y decidí no continuar―. ¿Qué haces aquí?

― ¿Estás esperando a alguien? ―me dijo, mientras caminaba y tomaba asiento a mis espaldas, en uno de los pequeños sofás marrones del rincón. Se escurrió por todo éste.

―Hoy viene.

― ¿Quién viene?

Me giré con la silla, y la miré con irritación desganada. Era una cara de obviedad.

―Oh ―exclamó, relajada―. Espera, ¿qué? ―cambió su gesto al de uno terriblemente asustado―. ¿Por qué no me lo notificaron? ¡Ni siquiera me pidieron una jodida opinión!

Reí al ver su patético pánico. Ella me devolvió una mirada de repulsión escondida. Yo lo ignoré y le contesté, completamente sereno.

―No veo el motivo por el cual teníamos la obligación de avisarte.

abreacción. - jnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora