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Enero 16, 2016.


Alan

Le di un sorbo a mi café, quemando un poco mi lengua. Regresé la vista a mi periódico. Nada interesante, en realidad. Miré a mi alrededor. Todos en el lugar revisaban sus teléfonos, mientras reían. Otros le prestaban especial atención a la pantalla de su laptop. Era el único que tenía en las manos algo que no ocupara batería. Me sentí orgulloso.

Observé atentamente a una mujer que ya había captado mi atención minutos antes, pues llevaba 3 tazas de café. Se veía irritada, y no dejaba de revisar su celular. Estaba un poco pálida y usaba lentes oscuros. Una mala noche, quizá. Su teléfono emitió un sonido y atendió de inmediato. Pareciese que intentaba no gritar y contenía su llanto. Notó mi mirada en ella y volteó a verme. Aparté mi vista de inmediato y regresé a mi periódico.

Desde hace tiempo que observo a las personas. Analizo e imagino su vida, y trato de adivinar la razón por la que están en donde están. Puede que suene acosador o algo así, pero me gusta hacerlo. Creo que ya hasta se volvió un hábito.

Pasé las páginas con la intención de llegar a alguna sección que me llamara la atención; y lo logré. Una imagen sangrienta en lo absoluto sutil resaltaba y, para empeorar las cosas, la noticia abarcaba toda la página. Leí el título y me tensé. El calor invadió mi cuerpo. No quise leer más y dirigí mis ojos al titular de la página siguiente.

Estaba alterado, lo confirmé cuando alguien abrió la puerta de la cafetería y el viento frío que se coló logró asustarme. Incluso salté un poco.

Miré al chico que había ingresado al lugar. Vestía algo formal, a decir verdad. Pensé que tal vez es el tipo de hombre que mira su reloj cada 10 segundos, que nunca olvida traer una pluma consigo y que, posiblemente, al tener su bebida en las manos saldría deprisa. No vi su rostro, traía un sombrero gris que no me lo permitía, pero por su apariencia le calculé unos 35 años o más.

Sacudí mi cabeza, regañándome a mí mismo. Tenía que dejar de hacer esto. Además, pensándolo bien, sí resulta un poco demente. Miré – de nuevo – el montón de papeles que aún yacían en mis manos.

Intenté concentrarme en otra cosa, pero una presencia que invadía mi espacio personal hizo que me sobresaltara. Un chico parado a un costado de donde yo me hallaba sentado, rozaba mis muslos con sus rodillas y me invadía con su aroma. Miraba mi periódico, en específico, la noticia que yo había evadido momentos atrás.

Estuve a punto de alejarme para que dejara de hacerlo, pero no quería ponerme a la defensiva tan rápido. Levanté mi mirada lentamente, y al hacerlo, me encontré con el chico formal de 35 años.

Me sonrió. Yo no lo hice. Se tornó incómodo cuando las miradas fijas y silenciosas que intercambiábamos duraron más de lo que debían. Destruí el contacto visual y carraspeé.

—¿Te conozco? – dije, con la voz un poco ronca, dándole un sorbo a mi bebida.

—Lo harás – repuso, quitándose el sombrero, exponiendo su rostro. Casi escupo lo que tenía en la boca. Parecía de 10 años menos de los que le había calculado.

Lo miré de nuevo a los ojos.

—¿Puedo sentarme?

Volteé a todos lados. No había otro lugar vacío en la cafetería. Quería buscar un pretexto para no entablar conversación con el chico, que comenzaba a asustarme por alguna razón. Algo tenía, no sé qué era, pero lo tenía.

—Claro – respondí.

Colocó su sombrero en uno de los ganchos de la mesa y tomó asiento en la silla frente a mí. Me sonrió. Yo quise hacerlo también pero sólo logré una mueca que borré de inmediato.

abreacción. - jnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora