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-¿Las rosas quién te las dio, Alan? – preguntó Bryan, levantando una ceja. Apreté mi mandíbula.

-Tenemos que irnos ya. – habló Jos, y me tomó del brazo.

El otro chico me apretó del hombro con suavidad.

-Fue un gusto conocerte. – dijo, y el tono con el que lo hizo fue como si ya tuviera planeado verme.

Sacó ágilmente un papelito del bolsillo de su chaqueta negra. Lo depositó en las flores, y Jos me jaló para que me fuera. Caminamos rápidamente, pero me detuve.

-¿Qué ocurre, Alan?

-Tu mamá sigue adentro del local.

-Mierda – bufó, y se volvió.

Ya no había rastro del Mouque. Incluso volteé a todos lados, buscándolo. Esperaba que estuviera, por lo menos, caminando de sentido contrario. Sin embargo, ya no estaba.

Esa área no estaba tan llena de gente. Era como si el chico misterioso hubiera desaparecido. Qué extraño.

La voz de Jos me hizo reaccionar.

-¿Qué te dio?

Incliné el ramo, para que lo viera él mismo. Tomó el pedazo de papel y lo leyó, con el ceño fruncido.

-Estúpido. – escupió.

Me acerqué para leerlo de igual forma. Era un número telefónico.

-No me referiría a eso como una estupidez – musité. - ¿No es extraño que un chico tenga su celular escrito en un papel, dentro de su chaqueta?

Jos analizó un momento. Metió el papel en la bolsa de su pantalón.

-Siempre me pareció muy excéntrico.

-¿Por eso estabas tan asustado?

-No exactamente. Desde hace unos días que me lo he estado topando "casualmente" – remarcó esa palabra. – Es muy seguido, he llegado a pensar que está espiándome. Quiero descartar la idea pero mató a dos personas, ¿podría esperar menos?

-¿Entablan conversación en esos encuentros?

-No. De repente volteo y está ahí. Mirándome desde algún punto que jamás se me hubiese ocurrido. Luego me vuelvo y ya no está. Es la primera vez que me dice algo.

-Tal vez porque estaba yo. – insinué.

-Por cierto – mencionó. – Perdón por negarte. Jamás lo haría, pero Bryan no me da confianza.

Sonreí.

-Está bien, Jos.

Vi a la madre del mencionado salir de la tienda, con otra bolsa más en sus manos. Nos buscó unos segundos. Fue hacia nosotros.

-¿Quieres comer ya, ma? – inquirió el ojimiel.

La mujer esbozó una sonrisa grande. Gigante. No entendí la razón, pero imité su gesto inconscientemente, mientras la veía. Miró su reloj.

-Aún no tengo hambre – indicó. – Estoy un poco cansada. ¿Podemos ir a casa?

Jos asintió y me miró, como pidiéndome permiso de emprender el viaje de vuelta.

-Adelante – dije. Ambos sonrieron.

Antes de llegar al auto, Canela quiso un café. Me invitó uno, pero me negué.

Gretel quiso conducir. Sin reproche alguno, Jos y yo fuimos en la parte trasera. Al salir del estacionamiento, abrí la ventana unos centímetros. Un olor a humedad invadió mis fosas nasales.

abreacción. - jnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora