006;

366 52 14
                                        


Puse una bastante notoria cara de confusión y miedo. ¿Verdadera fiesta? ¿A qué se refería con eso?

—Sí, Alan – agregó – es exactamente lo que piensas. Vamos a follar. ¿Te gusta que te den o prefieres estar arriba?

Mi cuerpo se tensó por completo, comencé a temblar y no sabía qué hacer. ¿Escapar? No.

Justo cuando iba a reaccionar, Jos comenzó a reírse. Mi cara pasó de confundido a estupefacto. ¿Estaba burlándose de mi temor al sexo con él?

—Es broma, hombre. – habló. — Debiste ver tu cara. Parecía que ibas a vomitar. ¿Tan antifollable estoy?

No pude reírme con él. Seguía sin reaccionar aún.

Se acercó a la cama, y se sentó junto a mí.

—No tendremos sexo. Pero sí nos desnudaremos.

Por fin pude pronunciar algo:

— ¿Qué? ¿Estás jugando conmigo?

—No, sólo con tus hormonas y tu interrumpida erección – me sonrió. – Desnudarnos... Metafóricamente. Cuéntame todo sobre ti y yo haré lo mismo. Te escucharé todo lo que quieras. Estoy dispuesto a amanecer haciéndolo. Sólo porque eres tú.

¿Qué tiene este hombre que justo ahora estoy mirándolo como idiota? Dirigí mi vista a otro punto de la habitación.

—Deberías comenzar tú – propuse – sabes más de mí que yo de ti.

—José Miguel Canela Rivera, 21 de octubre de 1995.

No dijo más. Yo esperé unos segundos para que siguiera. No lo hizo.

—Pregúntame – dijo – lo que tú quieras saber es lo que voy a decirte.

—Eres demasiado... No lo sé.

—Eso no es una pregunta.

—A veces siento unas fuertes ganas de golpearte.

—Y las veces en las que no quieres golpearme, ¿de qué sientes ganas? – alzó una ceja. Noté que hacía eso siempre que quería retarme o ponerme nervioso.

—¿Tienes pareja?

—Se supone que yo soy el directo, Alan.

No quería cuestionar eso en realidad, pero no sabía cómo librarme de sus preguntas. Sólo logré empeorar la situación.

—Y no – contestó – no tengo. No estaría contigo ahora.

Asentí.

— ¿Te has enamorado ya?

—Una vez. – asintió. — Sólo una maldita vez. Fue la primera persona con la que sentí que de verdad conocí el amor.

-¿Por qué terminaron? – pregunta incómoda. Me siento como un tonto. Aunque pareciese que a él no le importaba tanto.

—Oficialmente, no terminamos.

— ¿Entonces?

—Ya no está aquí.

Analicé unos segundos la respuesta. Luego entendí. Me sentía el doble de estúpido.

—Perdóname.

—Con ella perdí mi virginidad. A los 15, casi 16. – tocó otro tema. También quiero tener ese poder de ignorar algunas cosas tan fácilmente.

—Qué precoz – dije.

Él rió. Pero ahora diferente. No era la risa burlona o victoriosa. Era una risa especial. Arrugó su nariz y puso una mano en su cara, cubriéndose la boca. No pude evitar sonreír mientras lo veía.

abreacción. - jnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora