27 de octubre de 2003.
Miré a mi madre con suma atención. Se hallaba sentada en el sofá de la esquina con los dedos en las sienes. No era una actitud que mostrara todo el tiempo. Sólo lo hacía cuando ella y mi padre discutían, para después ambos subir a su habitación a charlar entre murmullos –que yo escuchaba a la perfección— y con el seguro en la puerta. Sólo que mi padre no estaba ahora.
Hace unos días, justo en mi cumpleaños, observé cómo unos hombres se lo llevaban a la fuerza. No sabía por qué. No sabía dónde estaba o a dónde se lo habían llevado. Desde ese momento, mi madre parecía no estar bien. Dejó de arreglarse como antes lo hacía y sus ojos señalaban insomnio. La sonrisa que poseía días atrás desapareció por completo. Me preocupaba el hecho de que sólo me dirigiera la palabra para pedirme favores, como traerle los cigarrillos que estaban en el tocador de papá, aquellos que prometió no usar más cuando yo llegué a sus vidas.
Supongo que notó mi mirada clavada en su persona, porque volteó a verme. Habló con voz rasposa y solemne. Su dulce tono se había desvanecido también.
—Hay comida en la nevera, Jos.
No contesté hasta varios segundos después.
—¿Dónde está papá?
Ella suspiró. Me ofreció un gesto de ternura, más lástima que ternura, en realidad. Extendió su mano hacia mí y la tomé. Me senté en sus piernas y la miré a los ojos. Había lágrimas secas en su rostro, y pareciese que hubiera unas a punto de salir.
—Eres pequeño todavía. Hay cosas que no entenderías aún.
—Papá se fue, ¿verdad?
—No quería irse. Nadie quería que se fuera. – besó mi frente.
Los hombres que se lo llevaron se semejaban a los de las películas policíacas que veía junto mi padre el año pasado, los momentos en los que todo estaba bien. Cuando éramos felices y no me había dado cuenta, hasta ahora.
—Esos hombres lo obligaron. Tenemos que ir por él. Van a hacerle daño – pronuncié con lentitud esa última oración, sonando más como pregunta que como afirmación.
—No lo harán, Jos, él estará bien – mentía. Lo supe cuando sus ojos se tornaron cristalinos. – Tu padre hizo algo malo. Hace mucho tiempo. La gente comete errores.
—¿Por qué lo hacemos, mamá? ¿Por qué cometemos errores?
—Es bueno aprender de ellos.
—¿Papá está aprendiendo sobre esto?
—Por supuesto que sí – me miró fabricando una sonrisa no del todo real, me abrazó. – Te prometo que todo regresará a la normalidad pronto.
—¿Qué hizo papá?
—Algún día te explicaré – susurró en mi oído. – Te amo, Jos.
—Yo también – dije cuando nos soltamos.
Me levanté de sus piernas y ella se incorporó también. Se dirigió a la cocina y abrió el refrigerador. Iba a cocinar. Iba a cocinar para ambos, y un leve sentimiento de satisfacción recorrió mi cuerpo. Quizá ella no mentía y en serio todo regresaría a la normalidad.
Me senté en una silla del comedor, como todos los días cuando mi padre llegaba del trabajo y mi madre lo recibía con un beso y una palmada en la espalda. Yo sólo fingiría que todo estaba bien, que todo era como antes. Como si nada hubiera pasado. Así como ella lo hacía.
Un montón de papeles arrumbados en el centro de la mesa llamaron mi atención. Uno de ellos sobresalía. Era el periódico del 23 de octubre. Letras negras, mayúsculas y agresivas llenaban casi la mitad de la página.
"Asesino es descubierto y atrapado en su propia casa"
Dudé, pero seguí leyendo.
"No puso demasiada resistencia. El criminal declara haberlo hecho por defensa propia y de su hijo recién nacido, José Miguel, de ahora ocho años. Se le determina culpable — con pruebas y testigos suficientes — de un homicidio a la fecha de 1995."
Mi cuerpo se tensó cuando al final de la hoja observé una fotografía de mi padre resguardado por una gran cantidad de agentes. Como si se tratara de un verdadero criminal.
O tal vez sí lo era y yo no lo sabía.
Todos mis sentimientos desaparecieron. Sentí como si alguien me hubiese clavado una navaja en el corazón. Y luego la hubiera sacado. Y después me apuñalara de nuevo. Una y otra vez.
Mis manos y el sudor en mi frente delataban mi estado. Mis ojos estaban a punto de llorar y yo estaba al borde de caer. Creí que era una pesadilla. Quería despertar y gritar, para que mis padres viniesen a atenderme y recordarme que era un sueño, que ellos estaban ahí, conmigo.
Pero no lo era. Era real. Y lo estaba viviendo. Sentía la sangre subir a mi cabeza. Un hormigueo por toda mi espalda me hizo reaccionar. Mi mirada estaba borrosa, sentí mi garganta arder y la bilis en mi boca. Mis labios estaban secos de repente.
Mi madre se acercó a mí y lo notó. Me había enterado de todo por mí mismo. Ella empezó a llorar. Un llanto tranquilo, pero que dolía. De un momento a otro sentí las gotas bajar por mi cara. Ahora yo también lo hacía.
Puso una mano en su boca, y luego tomó aquel ejemplar y lo acomodó en otro lado de la mesa. Me miró con compasión. Colocó sus dedos en mi cabeza, enredándolos entre mis mechones de cabello, jugando un poco con él. Bajo su mano hasta mi mejilla y la acarició cariñosamente. Intenté sonreír, pero no podía. Esta vez no.
—Jos – dijo, con un tono que me tranquilizó un poco. —Todo estará bien – susurró.
Pero ambos sabíamos que estaba mintiendo.
***

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abreacción. - jn
Fanficabreacción: "descarga emocional por medio de la cual un individuo se libera del recuerdo de un acontecimiento traumático".