II. El aro dorado del mar

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Los rayos del sol entraban por la ventana que habíamos olvidado cerrar la noche anterior, me molestaba bastante el hecho ya que me daba directo en los párpados, entrando un poco de luz a mis pupilas.

Abrí los ojos lentamente encontrando el rostro de Enrique que me miraba desde arriba y me regalaba una sonrisa, esa que tanto me había enamorado, esa mueca tan pura, tan exorbitante, tan jodidamente atractiva y seductora.

-Eres tan inquieta para dormir que casi me tumbas de la cama -bromeó -. ¿Qué tanto soñabas que jadeabas? no te ha basto con todo el sexo que hemos tenido estas vacaciones, ya me dejaste todo aguado.

Me reí con fuerza y un toque de pena por su comentario.

-¡Callate! que mentiroso, ni soñaba nada. -Rodé los ojos, no iba a permitir que supiera que efectivamente tenía un sueño húmedo, él se volvió a reír.

-Los chicos nos están esperando, yo ya hasta me bañe y la princesa dormida. -añadió con burla-. Anda cariño, arréglate muero de hambre.

-¿Insinúas que recién levantada no me veo hermosa? -dije con fingido enojo.

-Eres preciosa lo sabes.

Me levante de la cama satisfecha con la respuesta mientras Quique tomaba un vaso de agua que conociendolo era para calmar el hambre. Unas gotas del liquido escaparon de sus labios y un ¡click! detonó en mi cabeza.

Entre con velocidad de la luz al cuarto de baño, abrí el grifo del agua para hacer ruido, después empecé a desnudarme con desenfreno dejando caer mi bebydol rosa al suelo seguido de mi tanga del mismo color. Coloqué una toalla sobre el piso y me recosté con las piernas flexionadas y abiertas, deslicé con fogosidad una de mis manos desde mi cuello hasta la entrada de mi vagina, el roce de mis dedos suaves me erizaba el vello del cuerpo, con la otra mano apretaba uno de mis senos y pezones que ya tenía perfectamente erectos y duros.

Lleve mi mano más abajo hasta llegar al clítoris, lo comencé a sobar sintiendo más placer a cada momento.

Mi intimidad estaba completamente húmeda y extasiada. El ruido del agua acunaba mis leves gemidos y el vapor que esta producía me ponía al límite disparando una exquisita colvusión de placer.

Al terminar de bañarme y de arreglarme le eche un vistazo al espejo, me gustaba lo que se reflejaba, una mujer segura de sí misma, con una belleza promedio y atributos bien marcados.

-Bien, estoy lista.

-¡Vaya! ya habían pasado diez horas, mis solitarias se están comiendo unas a las otras -bufo y lo golpeé en el hombro con mi puño.

Ninfómana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora