XIX. Porcelana rota

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Mirarme a mí misma vestida de novia no fue lo que esperaba, mi vestido era sobrio, una melena roja caía sobre mis hombros en bucles, mi piel era blanca pálida, sin una gota de maquillaje, no me gustaba lo que veía

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Mirarme a mí misma vestida de novia no fue lo que esperaba, mi vestido era sobrio, una melena roja caía sobre mis hombros en bucles, mi piel era blanca pálida, sin una gota de maquillaje, no me gustaba lo que veía.

La ceremonia paso en silencio y pausada como si viviera todo en cámara lenta.

Me sentía tan triste que decidí salir fuera del círculo de gente, llegué a un río de agua cristalina, podía ver a los peces nadar entre pequeñas piedras. Entonces pude sentir la paz que necesitaba, pero no me sentía completa porque había dejado a Enrique en la fiesta, lo necesitaba tanto, que la falta de él era sofocante.

Me senté en el pasto verde y brillante, con las piernas cruzadas, estaba abstraída en el movimiento del agua cuando una presencia me saco del trance.

Estoy segura que lo había visto antes, pero no recordaba el lugar, esos ojos tan azules eran únicos y se conectaban a los míos.

No me dijo nada, por lo menos no con su boca, era un lenguaje raro, no lo entendía, como si se comunicará conmigo a través de lo que tenía alrededor.

Cerré los ojos, sentí que me caía y fue cuando desperté de ese sueño tan curioso. Era de día y por un instante pensé que se me hacía tarde para ir al vivero, entonces volví a mi realidad, estaba desempleada.

Me metí a bañar, el agua caliente recorría mi cuerpo y se llevaba todo rastro de jabón, cerré los ojos tras relajarme con la temperatura y el vapor que se esparcía por el cuarto de baño, las fantasías se dibujaron en mi mente, era sometida por César de una manera brutal.

Empecé a darle masaje a mis senos, a capturar mi pezón con los dientes.

En mi mente era humillada, la piel de mi espalda era arañada sin piedad y él me penetra tan fuerte que gritaba de placer mientras la saliva se me salía.

Estaban con el fuego en la sangre, quería quemarme. Baje con prisa mi mano y masacre mi clítoris con los dedos, jadeé fuerte.

Miraba la imagen de César maltratando mi cuerpo y eso me encantaba, aunque me costará reconocerlo, era exitante ser tratada como mascota.

Me quemaba el placer que sentía, lleve mis dedos a el orificio vaginal y penetre con ellos, me fascinaba la conexión de mis pensamientos y mis acciones, me sentía mía.

El ritmo era el que necesitaba, el idóneo para que mi cuerpo empezará a llenarse de sensaciones suaves que iban en aumento, mi cuerpo temblaba por la necesidad que tenía de liberarse, los dedos introducidos eran apretados por las paredes vaginales.

Mi fantasía desapareció, solo estaba yo, el agua y mi mañoso cuerpo que no se conformaba.

Quise retardar ese momento en que mi cuerpo actuaba involuntariamente con espasmos que iban en crecimiento, pero resultaba tan inevitable como respirar. Llegué a la cúspide del encanto sexual arrodillada sobre el azulejo y el agua que se había acumulado por tapar la rejilla.

Ninfómana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora