Cada vez me costaba más trabajo ser yo misma y pase de ser trabajadora sexual a buscar sexo desesperada por todos lados, buscaba la manera de seducir hombres para llevarlos a la cama, o al sillón, al carro, donde fuera, el lugar era lo de menos.
En mi trabajo Cristóbal perdía la paciencia por mis constantes faltas, aun así me cubría porque él pensaba que yo era capaz de decir algo de lo «nuestro» si se puede decir así, a su esposa, cosa que jamás pasaría. Yo admiraba a Josefina por la gran persona que era, ella fue abandonada por sus padres en la calle y desde ese momento paso demasiadas tragedias; comer basura, oler peor que la mugre, pasar fríos, ser humillada y violada un número incontable. Hasta que un día se despertó entre excremento, observó a su alrededor y dijo hasta aquí.
Es la mejor florista del país, sabe hacer un té de cedron que resultaba muy relajante.
Corrí dos cuadras desde el estacionamiento donde dejaba mi coche hasta el trabajo, era demasiado tarde y me correspondía abrir las cortinas. Sorpresa me llevé al llegar y mirarlas arriba.
-¿Llegando tarde otra vez señorita? -Una voz ronca me sorprendió por la espalda.
-Lo siento tanto señor, no volverá a pasar -respondí dudando de mis palabras.
-Ahora ¿cuál es tu excusa?
Me levanté e hice la rutina de todas las mañanas, era temprano cuando venía rumbo al trabajo, en un semáforo un limpiador de parabrisas me sedujo ¿o fue al revés? el punto es que caí en el mismo círculo de siempre.
-Me quedé dormida -contesté, él no estaba enterado de lo enferma que estaba.
Movió la cabeza de un lado a otro y diciendo cosas entre dientes entro a su despacho.
Trate con todas las fuerzas que tenía que fuera un día normal, me dediqué a quitar plagas de algunas plantas, a regar otras, el menos contacto que pudiera tener con seres humanos, no me di cuenta en que momento empecé a acariciar las orquídeas de manera lasciva, una mezcla de sensaciones se apoderó de mí vagina y me entraron unas enormes ganas de pasión, de besar y follar.
Lo oculte por unos minutos, me ubique en un rincón del intenso vivero y me abrace a mi misma mientras meditaba en mi mente para relajar mi cuerpo y que las ganas de hacer el amor se esfumaran, pero no dió resultado.
Agilice mis piernas hacia el despacho de Cristóbal, no sabía cuánto mis ojos podían delatarme hasta que él hablo.
-Vienes a contentarme ¿cierto? esa mirada hecha de fuego te delata -argumentó dejando unos papeles en el escritorio donde tantas veces habíamos tenido sexo.
No respondí, solo sonreí sin ganas y atrapé sus labios con mis dientes para besarlo. Como era de esperar mi jefe siguió el beso desesperado que le aclamaba, quitó los botones del ojal dejando mis senos al descubierto, tenía mucho que no usaba brasier porque era una lata quitarlo a cada momento que deseaba un polvo, Cristóbal apesar de su condición robusta tenía buena fuerza, por lo que me tomó de los glúteos y me alzó para subirme en una barra donde preparaba café.
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Ninfómana.
Ficción GeneralSiempre pensé que no había sentimiento más fuerte que el amor, pero no conocía el deseo. «El deseo es una sed loca que no se apaga con beber; se apaga con otro cuerpo que tenga la misma sed» Registro en SafeCreative: 1002201604113