V. El gato y el ratón

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Intente girar mi cuerpo para ver de quien se trataba pero fui llevada al baño de varones

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Intente girar mi cuerpo para ver de quien se trataba pero fui llevada al baño de varones. Por un momento paso por mi mente que era Enrique, pero el olor a madera combinado con frutas que desprendía no era el propio de él.

—Sshhh, no hagas ruido o nos van a descubrir, esto te va gustar —cuchicheo.

Por espontaneidad un rostro me llego al pensamiento al escuchar la voz pícara.

Con cuidado hizo mi cabello a un lado para descubrir mi cuello y beso esa parte con creatividad, tragué duro al sentirme tan lasciva con solo el roce de sus finos labios o la humedad de su lengua seduciendo mi oído.

Quito la mano con la que me cubría la boca y la paso por mis piernas hasta mis muslos.

Gire sobre mis talones, acomode los brazos entorno a su cuello y cruze la línea de la perdición. Con el filo de los dientes mordí su labio delgado y suave. No sé que tenía este hombre que me volvía loca: tal vez era esa forma de mirarme como si yo fuera un ratón y él fuera un gato esperando cazarme con esos esas iris tan penetrantes e intensas que vigilaban y esperaban la hora indicada para pecar con el ratón débil.

Él movía una de sus manos por mi espalda y la otra por mi trasero.  

Abrí los ojos y despegue los labios de aquel apasionado beso al escuchar que alguien llamaba a la puerta.

—Esta ocupado —aclaro él sin una pizca de pendiente y volvió a hacerme presa de sus besos carentes de ternura.

Salvajes y fluidos como sus caricias. 

Bajo el cierre de mi vestido y me empezó a quitar por los hombros hasta que llego a nuestros pies. Se encontró al instante la piel de mis pechos que estaban desnudos sin tela que los cubriera.

Su bulto creció y lo podía sentir a través de mi ropa interior azul. Solté un gemido sobre su oreja al sentir su lengua en mi pezón y sus dedos en mi vagina.

La temperatura aumentaba y me hacía actuar sin pensar, de esa manera levante una de mis piernas y la coloque sobre la taza del baño, para que el tuviera mayor acceso a mi clítoris, era tanto el placer, que sentía mi propia humedad correr por mi pierna.

—¿Te gusta?

—Me fascina, no pares —respondí con voz aguda y entrecortada.

Le ayude a bajar el cierre del pantalón liberando la furia que guardaba, de inmediato me volteo quedando mi trasero a su altura, de una sola vez adentro su miembro.

Dimos un gemido de desahogo al mismo tiempo, como si hubiéramos tenido años sin sexo y por fin el deseo ardiente había sido cesado. 

Movía el trasero en sincronía con sus caderas, era una danza perfecta como si lleváramos meses entrenando para ese momento. 

Me tomo con ambas manos de la cadera y empezó a ser movimientos más profundos y rápidos. Mis pecho se movían de un lado a otro, mi piel se estremecía con cada embestida, por más que me cubría la boca los gemidos se escapaban de mis labios provocando a mi amante a ser más feroz, más bestia, a llegar profundo dentro de mí.

Ninfómana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora