XXII. Calentamiento Global

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Enrique me dio un vistazo por última vez y se fue con lágrimas retenidas, triste, atormentado y yo lejos de alcanzarlo

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Enrique me dio un vistazo por última vez y se fue con lágrimas retenidas, triste, atormentado y yo lejos de alcanzarlo.

Corrí por todos lados buscando su paradero mas no había rastro alguno de él, un angustioso presentimiento y una incontrolable desesperación se situaron en mi corazón carcomiendo mi alma por dentro.

Me paré en medio de la nada, cerré mis ojos sintiendo como todo mi alrededor daba vueltas al grado de caer al piso mareada. Al abrir los ojos ahí estaba él, llorando con gran pesar, con un dolor indescriptible que me erizó el vello de la piel.

-Enrique... -Lo nombre pero él no reaccionó, siguió con su llanto hiriente mirando al horizonte, inmerso en su pensamiento.

No pude más con las horribles sensaciones que se acumularon en mi estómago, me arrodillé a su lado y lo rodie con mis brazos pidiéndole perdón una y otra vez.

-¿Wendy? -dijo en un susurro que taladró mi pecho-. Wendy... -Volvió a decidir y cada que repetía mi nombre el dolor era más evidente y mi llanto más audible-. Wendy, despierta.

Abrí los ojos de golpe, asustada y confundida, ¿había sido un sueño? Sí, aunque se sintió tan real como las lágrimas de mi rostro.

-Buenos días -Logre decir una vez que mi pulso volvió a la normalidad.

-¿Qué estabas soñando? -Me abrazó con uno de su brazos y con la yema de los dedos de la otra limpio las lágrimas.

-Que te perdía -Me aferre a él.

-Tranquila bonita, eso nunca pasará, fue solo un sueño, que digo un sueño, una pesadilla -bromeó.

Beso mi cabeza, después logré estar completamente tranquila, se baño mientras yo preparaba el desayuno, al terminar cada quien tomó camino a sus trabajos.

Hace tiempo caí en un abismo insondable lleno de perdición, no dejaba de caer cada vez más hondo, con un puño de sentimientos que cada día me pesaban más. Lloré, sufrí, me revolcaba en mis acciones y nada podía consolarme. Hasta que decidí luchar y encontré una base donde me pude sostener para ya no caer.

Soy como una hoja de papel que una vez fue arrugada a la cual la vida se encargó de volver a extender, quedé con arrugas en forma de cicatrices, pero con toda la voluntad de nunca volver a caer, tomando la rienda de mi destino.

Estaba a dos meses de celebrar mi tercer aniversario de casada, no había sido nada fácil, pero se podía decir que era feliz, porque lo tenía a él, quién había estado conmigo en cada momento difícil de nuestro primer año de casados, abrazándome y envolviendo mi ser con su amor, haciendo que la tranquilidad volvería.

Favorablemente, logré tener una estabilidad sexual, donde empecé a disfrutar sin miedo, donde era yo quien elegía con quién tener sexo, donde pude ser fiel y dejar mis errores y pecados añejados en el tiempo, donde la sonrisa diluida que mostraba al mundo se volvió sincera. Las heridas extensas y profundas con contantes hemorragias habían cerrado, dejando solo las cicatrices, recondando el error que no debía volver a cometer, porque en eso consistía la vida ¿no? Te caes, te fracturas, te lastimas y con esfuerzo logras curarte, quedando con esas marcas que te ayudan a no volver a caer en el mismo error, ese se supone que es lo que debería pasar, aunque somos tan testarudos que no aprendemos.

Ninfómana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora