IX. Cara de sexo

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El número de citas sexuales que tenía por día era inverosímil y aun así mi apetito sexual no disminuía

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El número de citas sexuales que tenía por día era inverosímil y aun así mi apetito sexual no disminuía.

Tanto Enrique como yo, habíamos tenido una semana sumamente estresante y cansada. Me había perseguido un constante dolor de cabeza, inventar excusas para justificar mis faltas al trabajo por ir de motel en motel y estar organizando mi boda era agotador.

Veía a mi chico muy pocas veces por semana, él estaba a meses de concluir sus estudios, aparte de su trabajo como ayudante de aduana en una empresa de calzado, por absurdo que pareciera era mejor no verlo, la culpa al mirar sus ojos castaños era destructora y no me dejaba disfrutar los instantes a su lado. Por infortunio Enrique no pensaba de la misma manera, a cada rato me decía cosas como; «quiero pasar más tiempo contigo» «te siento distante» «quiero verte un día sin terminar teniendo relaciones» «soy tu objeto sexual ¿verdad?».

Entre tanta desidia por fin pude tomar la iniciativa de sorprenderlo: ir a su trabajo por él e invitarlo a cenar.

Al salir de casa quise avisarle a Mateo que no me marcará, que hoy sería solo de mi chico y que no iría a ningún lado con ningún cliente, pero él no estaba en casa. No podía quitarme de la cabeza que Mat estaba metido en cosas ilegales, se desaparecía y siempre estaba al teléfono hablando en secreto y lo miraba presionado.

Me despedí de mi tía Lilia de un beso. Tomé un taxi ya que andaríamos en el carro de Quique.

Al llegar al su trabajo y preguntar por él, ya se había marchado. No me quedo más remedio que marca su número y preguntar por su paradero.

-¿Quique? ¿dónde estás? Se mucho alboroto.

-Estoy en el trabajo todavía, hoy saldré algo tarde. Hay bastante trabajo -Algo en mi interior se removió al escuchar su mentira.

No dije nada, solo colgué, quería decirle que sabía que no era cierto, quería saber con quién estaba, el porqué de su mentira, pero quien era yo cuestionando a Enrique después de mi historial, no tenía cara para hacerlo. Sentí un hueco en el estómago y me costaba pasar saliva. Caminé unas cuadras para tranquilizarme y buscar otro taxi que me llevará a casa, durante el trayecto la mirada de varios hombres y jóvenes que se cruzaban en mi camino me iba exitando. Era una odiosa sensación en mi vagina que me inhabilitaba la voluntad de pensar y actuar congruente.

Terminé yendo en la dirección contraria, al apartamento de uno de mis amantes, a él que siempre lo tenía seguro y que su hogar era como una sala de relajación donde mi cuerpo era consentido por sus manos, su boca y su pene.

Bécquer abrió la puerta con una cálida sonrisa de bienvenida y las pupilas dilatadas sobre mí.

-¿No interrumpí algo importante? -pregunté apenada de haber ido sin avisar.

-Para nada, solo estaba viendo pornografía -contestó.

-Podemos verla juntos, a mí me encanta ver eso.

Ninfómana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora