I. La gema del placer

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¿Conoces los cuentos de hadas Esos de princesas y dragones

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¿Conoces los cuentos de hadas Esos de princesas y dragones. Donde al final todo termina bonito y feliz y el bien siempre triunfa?

Todas las noches antes de ir a dormir mamá me leía lindas historias. Siempre me parecierón fascinantes los cuentos de princesas, me gustaba alucinar con que algún día encontraría al príncipe azul que me salvaría del enorme dragón y que quedaría encantada de por vida viviendo en un palacio. Me imaginaba a mí misma subiendo unas escaleras doradas, con un largo y precioso vestido rojo, mi color favorito, y al final del último peldaño estaba ese hombre que no tenía rostro en mi imaginación pero que podía jurar seria tremendamente encantador.

Pero fui creciendo y mi mundo de fantasía se hacía cada vez más real, hiriente, más duro de soportar.

Era apenas una criatura que debería estar disfrutando de la vida, pero que por curiosidad descubrió un mundo de placeres carnales que conforme más golpes y gritos escuchaba más fuerte se volvio el interés.

Con golpes no me refiero a los que da la vida para que uno agarre experiencias y aprenda de ellas para ser fuerte y tenaz. No, me refiero a los físicos los que le daba mi padre a mamá, una mujer dosil, de temperamento domable, amorosa, yo la admiraba y amaba esa sonrisa perfecta que él fue apagando, cambio el maquillaje por hematomas en el rostro y las carcajadas por llanto nocturno.

¿Qué paso entre ellos? No lo sé, pero cuando menos lo pensé la palabra papá era igual a miedo. Todos mis sentimientos los refugiaba en una computadora, mientras mamá gritaba la computadora gemía.

Afortunadamente esa etapa solo duro mientras que a Judith Onisse, mi madre, se le acababa el amor, sin esa venda en los ojos pudo ver con claridad que lo que ese hombre le ofrecía no era sano. Así que busco ayuda y con mucho valor le pidió el divorcio.

Un proceso bastante difícil para todas las partes involucradas, incluso para mí.

Ese hombre, con un titulo que le quedo muy grande tuvo la maravillosa idea de pelear mi custodia alegando que era Judith la que se hacia el daño sola.

Por mi seguridad me enviaron con una tía, hermana de mamá, que me recibió con bastante afecto aunque solo la había visto una vez en mi vida. Era parecida a su hermana, pero su sonrisa no era tan bonita, era mayor y su pelo era negro como el mío y no castaño como el de su hermana. Lilia tenía un hijo llamado Mateo y su marido, Leonel.

La casa era pequeña pero acogedora, despredia un olor a madera recién cortada, se sentia en el aire un calor especial que me abrazaba, tenía habitación propia, un patio grande donde jugar y un hermoso jardín que me hacía fantasear y olvidarme del infortunio que presenciaba, también gozaba de un enorme ventanal donde me gustaba ver la lluvia de inicio a fin, a veces me quedaba dormida y Mateo me cargaba hasta mi habitación.

Uno de esos días desperté a media noche por unas inmensas ganas de vaciar mi vejiga, camine por el pasillo que se iluminaba con una pequeña luz que desprendía una pequeña lampara sobre una mesa de madera, la alcoba de mis tíos estaba antes del baño y tenía la puerta entornada. Intente pasar de largo pero unos sonidos que ya había escuchado antes me lo impidieron, estaban desnudos, mi tía miraba en dirección a la cabecera de la cama y él estaba detrás de ella su anatomía entraba y salia del sexo de Lilia. No podía dirigir la mirada a otra dirección estaba absorta contemplando el balanceo de cuerpos. Lo que antes miraba en una pantalla ahora estaba frente a mis ojos.

Ninfómana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora