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Continuidad

Las noches que siguieron a esa, eran exactamente iguales. Pauline se mostraba fría con Cassie, ella se iba a dormir con el corazón triste y luego... gritos.

A diferencia de la primera vez, Cassie ya no quería ver esa mirada en su madre, por lo que se quedaba en su cama. Se hacía un ovillo y se cubría los oidos para no escuchar la gran cantidad de cosas feas que su madre soltaba.

Sus padres ya no se demostraban amor como antes y ella temía que todo se terminara en ese momento. Temía que ya no pudieran reír juntos como antes nunca más.

Y sus temores eran ciertos. Ya nada sería como antes.

Las constantes noches de peleas, dejaban un cansancio y estrés demasiado grande para la pequeña Cassie. Bajo sus ojos comenzaban a hacerse presente las bolsas negras y eso no era bueno.

Ella terminaba por dormirse en la escuela y sus compañeros ya no jugaban con ella. La soledad, algo que ella no conocía hasta ahora, se hizo presente poco a poco en su joven vida.

Su padre la notó decaída, ensimismada, mientras sus hermanos jugaban con un montón de bloques. Ella no solía ser tan silenciosa, le gustaba jugar y liderar a sus hermanos en batallas imaginariamente épicas.

Su hija estaba siendo afectada por algo y él creía saber qué.

Ese día, supo que Cassie los escuchaba cada noche y se sintió fatal. Todo era culpa suya y lo peor era que no podía cambiar la situación.

Se disculpó con la pequeña, aunque ella no entendía por qué, y decidió hacer buena letra para ver si podría calmar a Pauline un poco.

Sin embargo, sus vanos intentos no sirvieron de nada. Alexander, lucho por un par de años y no tuvo resultado.

Pauline solo le tiraba miradas de odio a los dos. Cada vez se le veía más amargada y hasta su ceño fruncido era normal.

¿Que podría hacer ella para que su mamá querida vuelva a sonreír?

La respuesta era: nada.

El diario de RavenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora