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Insinuación

Sentí completa satisfacción al estrellar mi mano en la cara de ese bastardo que se atrevió a levantar la falda de Cassie.

La dueña del lugar nos echó y como ya no tenía que reprimirme le cante un himno de palabrotas para describir su insensatez y a su cochino lugar de trabajo.

Cassie no recordaba nada de lo que pasaba, así que pude darme el gusto tranquilamente. Cuando volvió en sí, lo único que supo fue que la vieja se iba indignada después de haberle dado un sobre con su liquidación.

Ella no pudo enojarse conmigo porque no le agradaba ese lugar en lo absoluto. Sin embargo, necesitábamos otro empleo.

Su segundo empleo fue en un bar, bastante más presentable que el lugar anterior. Los hombres solían tirarle piropos pero ninguno se pasaba de la raya.

Todo parecía ir bien, yo no tenía oportunidad de salir en ningún momento y eso no me gustaba, pero debía conformarme por el momento.

Tenía compañeros de trabajo bastante decentes o eso aparentaban al principio.

Cassie estaba en pleno desarrollo pero ya era muy linda. Su cabello oscuro y sus ojos claros llamaban mucho la atención y, aunque ella no quería saber nada con el amor, su compañero terminó cayendo por ella.

Ray era un apuesto galán de cabellos dorados y ojos cafés del que cualquier muchacha querría enamorarse. Excepto Cassie, quien gustaba de Lucian, y yo que detesto a todo el mundo y en especial a los idiotas que se creen playboys.

Al principio, fue discreto y tenaz, quería algo con Cassie a pesar de la diferencia de edad y se lo hizo saber, pero después de recibir varias negativas, se volvió alguien completamente diferente.

Era un pesado, que la buscaba todo el tiempo, sin importarle el lugar y la gente que lo estuviera viendo.

Hasta qué la atrapó en el callejón mientras ella botaba la basura.

Comenzó a tocar sus piernas y cubrió su boca para que no dijera nada.

Sentí el terror recorrer todo nuestro cuerpo y no pude quedarme viendo ni un segundo más.

Diez minutos.

Rompí su cara y patee su entrepierna, cuando estuvo en el piso lo agarre del cuello de su camisa y me encargue de propiciarle una buena y bonita amenaza.

Escuche que al otro día renunció.

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