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Engaño

El trabajo en el bar duró hasta que comenzaron las clases.

Cassie se vio obligada a renunciar y buscar otro tipo de empleo.

El primer día de clases fue un horror, Cassie se sentía tan perseguida que me molestaba.
Tenía miedo de que cierta persona hiciera su aparición pero para nuestra suerte no lo hizo. Durante esos días no hubo ni señal de vida de ella y eso sirvió para que Cassie se tranquilizara un poco.

Los pasillos solian estar llenos en el horario de descanso, los grupos de amigos caminaban de un lado a otro mientras parloteaban sobre cosas sin sentido.

Cassie siempre mantenía distancia de la gente, no sabía si tener amistades fuera buena idea pero tampoco estaba negada a ellas.

Por ese motivo, cuando se le acercó un grupo de chicas a hablarle, ella se animó.

Eran tres niñas rubias, todas llevaban maquillaje en su rostro y los labios pintados con brillo. Parecían clones... O quizá lo eran.

Cassie vio en ellas lo que llamó "amigas". Yo vi máscaras.

El trío más superficial del mundo se había acercado a una chica que levantaba miradas y sacaba suspiros. ¿Con que motivos?

Simple.

Consideraban a Cassandra Reyers un obstáculo para ellas, un posible rival contra su intento de ser popular y, por eso, querían quitarla de en medio.

Comenzaron tratándola bien, como si fuera una de ellas. Una semana después le empezaron a delegar tareas, como si fuera su burro de carga. Luego, le insistieron que usar lentes y su cabello escondido bajo un gorro era buena idea.

Cassie era tonta por dejar que intentaran opacar su belleza. Sin embargo, no salía como ellas querían.

Tras un mes comenzaron a tratarla mal, a burlarse de ella e instaban a los demás a hacerlo.

Cada vez que las veía pasar me daban asco, quería arrancarle esas hebras desteñidas y estrellar mi puño sobre sus estúpidos rostros que no dejaban de poner los labios como patos. ¡No eran lindas en absoluto! Eran odiosas y envidiosas. Las detestaba con todo mi ser.

Quise decirle a Cassie que ellas eran malas, que no merecían su compañía, pero no quería escucharme. Me estaba empujando cada vez más al abismo del odio y el rencor, a los sentimientos que ella no quería sentir.

Entonces, le jugaron una última carta. Digo última porque luego de eso no volvieron a hablarle.

Las tres le prepararon una trampa. Robaron su ropa del locker de las duchas y le dejaron,  en su lugar, un conjunto de arapos sucios que olían fatal.

Sin más alternativas, se vistió con eso y salió del baño, encontrándose con una gran cantidad de alumnos, que no tardaron en comenzar a reírse de ella.

Entonces, no aguante más.

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