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Llegaron a la cocina y ahí estaba una muchacha de unos 17 años, la verdad no se equivoco cumplía los 18 años, en dos meses, eso se lo informo su madre, y que se llama Melanie.
Rosa dijero que iba a ver si el señor José Evans, el abuelo, estaba despierto, así que aprovecho para hablar con Melanie.

—Bien... ¿Te gustan las oreo con mantequilla de maní?

—¿Qué?

—Si, que jamás viste juego de gemelas, lo quise intentar pero resulta que soy alérgica al maní así que no lo pude intentar.

—Eres muy divertida—Dijo riendo con un poco de nerviosismo.

—Siempre lo digo, soy más torpe que nada—Empezaron a reír, pero de la nada Melanie se quedo completamente callada—¿Qué pasa?

—Pasa que obstruyen mi camino—Dijo una voz masculina, que ya había oído hace rato, cuando se volteo vio al muchacho del cual aun desconocía su nombre, pero vio que traía una camiseta a comparación de hace rato.

—Mmm... ¿Por qué no pasas por otro lado?, tu cocina literal es del tamaño de la mitad de mi casa así que mira—Le señalo con su dedo índice un camino imaginario que consistía en rodearlas.

—Pero yo quiero ir por aquí—Dijo señalando igualmente con su dedo pero el camino que consistía en cruzas por donde ellas estaban.

—Te digo algo te pareces a mi perro lolo, frunce el ceño igualito que tú, eso me recuerda a la vez que estaba en la playa con mi familia y me pico o mordió una agua mala y...—Vio por en cima del hombro del muchacho desconocido que Rosa le hacía señas para que fuera donde se encontraba ella—¡Oh! disculpen me requieren para algo adiós—Dijo sacudiendo la mano como niña pequeña y una sonrisa de las que tanto la caracterizaban, dejando a Melanie con una sonrisa divertida y a un chico con el ceño fruncido por lo que acababa de pasar.

—Te está esperando.

—Oh bueno gracias—Dijo como siempre con una sonrisa

Abrió la puerta y lo primero que escucho fue.

—¿Qué no te enseñaron a tocar?

De inmediato se arrepintió y salió, cerró la puerta, volvió a tocar, escucho un "Pase" y entro, le faltaban dos pasos para llegar y tropieza con una mesita desplegable, cuando levanto la vista aun estando en el suelo lo primero que vio fueron unos zapatos muy bien lustrados y cuando fue subiendo la cabeza vio a un señor no más de 85 años, bien vestido, no de traje pero si con un buen suéter a cuadros y un pantalón que de seguro cuesta más de lo que ella trae en sus maletas, se levantó de un brinco.

—¿Tienes los pies enredados o qué?

Pensó que esa manera de hablar ya la había oído y de inmediato se le vino a la mente el muchacho grosero de nombre indefinido.

—Pues, la verdad, si, y muy enredados ya que me tropiezo con casi todo desde que tengo memoria, también dicen que me distraigo muy fácil, como cuando me trague un botón y que yo recuerde yo no tenía suéteres con botones por lo mismo de cómo soy, así que no sé de dónde lo saque, espere ¿De que hablábamos?

El señor rió, tenía más de un mes que no reía y le agrado en lo absoluto.

—Niña, presiento que nos llevaremos bien.

Ella sonrió —Bien ¿Qué es lo que hace normalmente?

—Estar en este cuarto, ver televisión, esperar a la cena.

—Eso definitivamente es una vida deprimente.

—¡Hey! es mi vida deprimente—Dice con gracia.

—Muy bien viejito con vida deprimente ¿Qué le parece si salimos al jardín trasero?—Dijo ella con una gran sonrisa.

—Me parece perfecto.

LA CUIDADORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora