El encuentro

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Juan se quedó paralizado; Lucas estupefacto. Los fantasmas del pasado que creyeron que nunca volverían a ver regresaron. La tensión se intensificó tanto que hasta se podía cortar con un cuchillo; con otro sentimiento más que irradiaba solo desde un lado: el odio. Lucas no podía creer que él estuviera aquí, parado delante de él, cerca de la cama de Carmen, sus dedos tocando el cabello de ella...

La furia dominó su cuerpo. Quiso matarlo en ese instante. Odio , rabia, celos; todo se mezcló en una sola bola y solo por Carmen se contuvo de ir a partirle la cara en ese mismo instante. ¿Qué demonios hacía aquí? ¿Delante de Carmen? ¿Cómo se atrevía siquiera a respirar su mismo aire? En su mente nacieron los insultos más depravados hacia su persona que de ser un hombre que se preocupa por los pecados, estaría meses en el confesionario.

–Lucas...– comenzó Juan.

–Sal fuera.– le interrumpió Lucas. Su mirada era oscura, temerosa. Juan tragó nerviosamente. 

Juan se calló pero no se movió. La verdad, no sabía qué hacer. Lucas comenzó a hiperventilar, sus manos dentro de poco no le iban a hacer caso. A Lucas le picaba todo el cuerpo, no soportaba ver a Juan, después de todo lo que les hizo. 

–Te dije. Sal. Fuera. 

Él lo entendió, y suspirando miró de nuevo a Carmen. Acercó su rostro al de ella y susurró "Recupérate pronto. Sabemos que eres fuerte". Lucas casi se echa encima de él, pero se contuvo. Carmen necesitaba tranquilizad, no iba a provocar una escena delante de ella. Juan se serenó y se alejó, pasando por delante de Lucas. Abrió la puerta y se fue.

Lucas intentó contenerse, dejarlo ir. Permitir que se marchara. 

"Déjalo ir. Déjalo".

Pero la rabia y el rencor quemaron su pecho. El maldito fingió que se acostó con ella; la desnudó a posta. El malnacido logró que ellos se separaran; que Lucas la odiara. No, no podía dejarlo escapar, no había forma alguna. Salió de la habitación como una alma perseguida por el diablo y estando en el pasillo buscó con la mirada a Juan. Lo encontró lleno tranquilamente hacia el ascensor. Su parte racional se apagó y solo quiso matarlo.


Juan estaba decaído. Vino para ver a Carmen, hablar con ella aunque no estaba seguro si ella le escuchase... y luego apareció Lucas. Su mirada le asustó. Estaba claro que de tener la oportunidad, este le mataba sin dudar un segundo. Y con razón, Juan en su lugar probablemente haría lo mismo. Él tenía todo el derecho de odiarlo, de haberlo echado, pensaba Juan. Quizás debió haber intentado hablar con Lucas, intentar explicarle... 

Juan sintió como alguien tocaba su hombro y apenas logró voltear recibió un golpe tan fuerte que creyó ver estrellas. Se cayó al suelo con el peso del otro hombre al que no lograba identificar. Se daría cuenta fácilmente de que era Lucas, pero por el golpe es como si su cerebro procesara más lento. Lucas al caer al suelo con él, siguió golpeando su cara como si fuera un saco de boxeo. Estaba eufórico, ansioso, totalmente fuera de control. Solo quería matarlo, volverlo pedazos. Juan se dio cuenta de que era él, pero no hizo nada. Se dejó vencer y permitió que este le siguiera golpeando, sin intentar poner resistencia alguna. Se la merecía.

Me lo merezco.

Lucas fue apartado de Juan por un grupo de personal del hospital. Este aun intentó resistirse, pero al cabo de unos minutos se calmó, un poco. Seguía respirando agitadamente, al mismo tiempo notando que sus propias manos le dolían por haber dado tantos golpes Sus dedos estaban bañados con la sangre de Juan; le rompió la nariz y seguramente varios huesos del rostro. ¿Sentía culpa alguna? Para nada. 

A Juan le quemaba la cara, le dolía cada célula del rostro y cada poro irradiaba un dolor insufrible. Apenas podía ver, sus ojos estaban inyectados con su propia sangre y tuvo que respirar por la boca porque su nariz estaba rota del todo. Lentamente notó cómo fue elevado por otros hombres y luego cómo le pusieron en una camilla. Cerró los ojos y se permitió sentir el dolor. 



Juan lentamente abrió sus ojos. Su vista no era del todo nítida y su cabeza le daba vueltas. Seguía algo groggi. Esperó unos minutos a que su mente se serenara y con sumo esfuerzo se sentó en la cama. Su vista aún era borrosa, pero pudo distinguir los objetos. Miró su habitación; igual como la de Carmen. Deprimente. La luz del día bañaba su cuarto, siendo inspirada por unas flores puestas en un rincón de la habitación. Se dio cuenta que ya pasó un día, ¿ O quizás más? Se tocó el rostro; lo tenía vendado. Entonces se acordó de todo: de Carmen. Lucas entrando. Él golpeándolo. A pesar de todo, no sintió rencor alguno hacia él, en el fondo le comprendió. Síndrome de Estocolmo. 


Notó la puerta abrirse y vio como un doctor entraba a través de ella. Era bajito y con el semblante serio, aunque al verle sonrió de oreja a oreja. Llevaba principios de una barba casual, el pelo liso hacia atrás; sus ojos algo cansados. Esta profesión termina chupándote la energía, reflexionó Juan sobre la medicina.

–¿Cómo estamos hoy, Sr. Rodríguez?

–Supongo que bien.– respondió Juan con voz partida. Le dolía hasta hablar. Qué fuerza tiene el tío, pensó Juan.

– Tuvimos que practicarle una cirugía porque su nariz estaba totalmente rota y su rostro presentaba algunas fracturas de huesos.- informó el doctor. Se acercó y comenzó a evaluarle, y hacerle preguntas sobre cómo se sentía y su estado actual.

Juan respondió a todas las preguntas cortadamente. No quería hablar mucho, hasta ni le importaba si se curraba del todo o no. Estaba ya cansado. Pero luego cayó en cuenta sobre algo.

–¿Cómo sabe mi apellido? ¿Se lo dije?

El doctor dejó de esciribir en su cuaderno y le miró. –No. Usted perdió la conciencia segundos después de haberle puesto en la camilla.

Juan asintió de nuevo, confundido. ¿Entonces cómo sabían su apellido? No llevaba su DNI consigo cuando fue a ver a Carmen. El doctor viendo su confusión respondió a su pregunta silenciosa.

– Nos la proporcionó la persona que le golpeó.– Juan asintió, entendiéndolo. Se preguntó dónde estaría ahora. ¿Afuera esperándole? ¿Con Carmen? Aunque lo lógico es que se fuera del hospital para evitar más confrontación.


–Cuando le demos de alta, usted podrá ir a la comisaría para confirmar la denuncia en contra de ese hombre. – le dijo el doctor despistándole de sus pensamientos propios.

–¿Cómo?– Juan no entendió.

–El hombre que le golpeó fue detenido y se encuentra en la comisaría arrestado en espera de su confirmación de denuncia.


Lucas, arrestado..

Mi última carta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora