Paciencia...

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Sandra tras un intenso día de trabajo, salió a toda luz del edificio al acabar su jornada para visitar a Lucas. Pensó primero en llamar al hospital para saber de Carmen, pero figuró que todo seguiría igual con ella, por lo que decidió primero saber de Lucas, luego visitar a Carmen. El tráfico estaba saturado, ya que su coche avanzaba pocos metros cada tres minutos. Estaba impaciente, tenía que encontrar la forma de sacar a Lucas de la cárcel.

Ella recordó cómo visitó a Juan mientras este se hallaba dormido en su habitación del hospital. Su cara estaba vendada, pero por los hinchazones que las vendas no supieron ocultar de todo ella supo que Lucas le golpeó muy fuerte, cosa que complicaba aún más su posibilidad de salir sin castigo alguno. Intentó sacarlo bajo fianza, pero fue en vano. El único que podía ayudarlo era Juan, cosa imposible ya que él fue la víctima.


–¡Qué coño! ¡Si se lo merecía!– exclamó Sandra.


El día se estaba oscureciendo, eran solo las seis de la tarde pero la época del otoño poco a poco consumía más temprano la luz del día para permitir al invierno sumergir el ambiente solo a unas pocas horas de luz e intensas noches largas. Sandra suspiró, iba a tardar en este tráfico.


Por fin había llegado a su destino. Sandra con impaciencia apagó el coche y se dirigió a la comisaría. El lugar era tosco y frío. No era un lugar para gente cotidiana, era un espacio reservado para víctimas y delincuentes. Aquí se respiraba todo menos tranquilidad y alegría. Los mimos oficiales tenían semblantes tan sombríos que a Sandra le daba cosa hablar con ellos.


Pidió a un oficial que le dejase ver a Lucas.

–Lo siento Sra. La hora de las visitas se terminó.

–Pero es que hubo un tráfico terrible. Era imposible que llegase a tiempo.

–La próxima vez sale con antelación.


Sandra se sumergió en una discusión algo larga con el oficial. Su voz sonaba firme y constante, siempre intentando no perder la paciencia y elevar su voz, porque los policías tenían fama de tener mala leche, y si les faltabas el respeto, podías olvidarte de cualquier favor procedente de ellos. Lo que pareció durar media hora, el policía quizás cansado de discutir con ella o porque le dio pena su incansable insistencia, accedió a darles cinco minutos. Sandra se lo agradeció de todo corazón.


Cada vez que cruzaba el largo pasillo con celdas tanto ocupadas como vacías, su vista inevitablemente recorría el lugar y ella pensaba "Qué triste lugar". Este no era un lugar para Lucas. Cada vez que pensaba en él, su corazón se apretaba al imaginarlo durmiendo en un banquillo frío y duro.


–¡Ricachón! ¡Tienes visita!


Lucas se hallaba apoyado en la pared, pensando en la nada cuando se acercaron ellos.
Él vio a Sandra y sonrió levemente

–Sandra.

–Lucas.– respondió Sandra sonriendo.

–Solo cinco minutos– gruñó el policía y viendo el asentimiento de los dos, se alejó.

–¿Cómo estás?– preguntó Sandra.

–Ahora hiperventilando de la rabia. Juan estuvo aquí.

–¿Juan? ¿Para qué?

–Quiso hablar conmigo y según él, yo le confirmé algo de lo cual no tengo ni santa idea. Sandra se calló un momento. 

–O sea...¿No retiró la denuncia?

–Si estoy aquí encerrado, es porque no.

Sandra deja escapar el aire de sus pulmones.–Maldito. Yo tenía vaga esperanza de que él entendiera tu cabreo y te soltara.

–Quizás teme que le busque y lo termine de rematar– respondió Lucas a medio reír. Sandra le fulminó con la mirada.– No lo iba a matar. Si eso te preocupa.

–Yo sé que no lo ibas a hacer.

Lucas suspira, cansado. –¿Sabes algo de Carmen?

–No. Pensaba ir a visitarla después de verte, pero a estas horas dudo mucho que me dejen entrar a verla.


Lucas asintió. Apoyó su frente en la reja y suspiró. Estaba sufriendo. Él era consciente de que si Juan le demandaba, le podría caer una condena de mínimo seis meses. Y él no podía estar encerrado, debía estar al lado de Carmen. Ella lo necesitaba. Sandra apretó su mano. Lucas levantó la mirada.


–Te sacaré de aquí. Te lo juro.

Lucas sonrió y le devolvió el aprieto. En ese momento llega el oficial y les dijo que se les acabó el tiempo.

–Di a Carmen que la amo.

Sandra asintió y se fue junto con el oficial.


********


El doctor López estaba durmiendo tan plácidamente en su sillón de consultas. Su jornada terminaba solo a las diez de la noche, pero como no tenía llamadas ni consultas, decidió tener un rato de vago y se sumergió al sueño. La vida de un doctor no era fácil; si eres uno de los más respetados del hospital y con varias ramas de medicina estudiadas, vida personal prácticamente la tenías nula. Aunque estés en casa a las dos de la mañana, en caso de emergencia te llamaban y tenías que recorrer media ciudad prácticamente en pijama y con los ojos pegajosos por el sueño, bostezando a cada rato. Sí, no era fácil pero ya se había acostumbrado.


Intentos "toc-toc" escuchó en su puerta y abriendo los ojos del susto, se recompuso y dijo adiós a su descanso. El trabajo le reclamaba.


–Sí. Pase.

Una enfermera entró a toda velocidad, agitada. El doctor no supo identificar si es algo bueno o malo.


–Qué ocurre Matilda.

–Es la Srta. Villalobos. La paciente que está en coma.

–Qué ocurre con ella.

–Mostró síntoma de percibir los estímulos externos. Mientras comprobaba sus signos vitales, en un momento "flash"– el doctor hizo caso omiso al término tan poco técnico– noté cómo ella movió su dedo. Me tomé el atrevimiento de coger una aguja nueva y pincharla en ese dedo, y ella tuvo una ligera reacción.


El doctor se sorprendió. Él dio por hecho que la chica estaría en el estadovegetativo al menos unos años, dado su estado tan débil. Pero al parecer ellaencontró las ganas de vivir y luchar contra su estado.

–Al parecer la bella durmiente decidió despertarse– dijo el doctor sonriendo.La enfermera le sonrió como respuesta.– Vamos a comprobar su estado juntos. Quizá haya buena noticia, o quizá no. Mi larga experiencia me enseñó a no emocionarme de forma anticipada. 

Mi última carta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora