Nuevo comienzo

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Dos semanas después

Carmen estaba nerviosa, por fin iba a salir del hospital. Estaba cansada de las paredes blancas, frías sabanas y de aquél hedor a los medicamentos que revolvía su vacío estómago. Caminó lentamente atravesando las puertas que abrían camino a la salida, a su escapada, para encontrarse con un día iluminado por leves rayos de luz que aportaban color al frío otoño. Era una época hermosa, pensó Carmen. Las hojas amarillentas y secas bailaban al son de viento y las calles eran acariciadas por gamas cálidas de tonos marrones. Era un precioso día, sin duda alguna. Sandra le dejó la dirección de su apartamento, porque seguía sin recordar nada. Ella quiso acompañarla, pero Carmen desistió, diciendo que necesitaba recorrer este camino sola. A pesar de no tener recuerdos, debía volver a la realidad. Y este paso lo iba a hacer sola. Caminó por las desconocidas calles sin un rumbo fijo, disfrutando del aire frío y de edificios con diferentes estilos arquitectónicos. Divisó un parque y se fue en camino a él. A pesar de la época, habían árboles que resistían a perder sus hermosos colores verdes. Carmen divisó un banco y se sentó en él. Observó todo y la nada. Todo era ideal, imperfectamente perfecto, con el aire frío rozando sus mejillas, colorándolas de un tono rosado. Carmen cerró los ojos y sonrió. Sentía una profunda paz en aquel lugar.

Lucas la vio sonreír y algo dentro de él se llenó de luz. Ella estaba feliz, Juan al fin al cabo tenía razón. La observó sentada en el banco y la vio tranquila,  libre de preocupaciones. Lucas prometió alejarse de ella, pero supo que se estaba engañando. No podía estar sin verla. Debía cerciorarse de que ella se encontraba bien y a salvo, aunque fuese lejos de él. Sabía perfectamente que este ritual iba a torturarlo y matarlo lentamente, porque vería a su amor siendo feliz lejos de él. Pero no le importaba, podría soportarlo con el consuelo de su alegría.

Se alejó del parque, se alejó de ella. Y cada vez que aumentaba la distancia entre ellos, más vacío sentía.



Carmen encontró las llaves de su apartamento, insertó la llave y movió la cerradura. Abrió lentamente la puerta y entró. Era un lugar modesto y sin grandes lujos. Vio muchos papeles desordenados en su escritorio, un vaso con algún líquido ya pasado a medio llenar, un bolígrafo en el suelo, junto con un par botes de pastillas, algunas de ellas esparcidas por el suelo. Ella frunció y se acercó. Cogió el bote pero no vio ninguna inscripción. Trató de recordar si padecía alguna enfermedad; nada, totalmente en blanco. Siempre que evocaba algún recuerdo, solo acudía en respuesta una nube de oscuridad. Dejó los botes en la mesita y recorrió todo el apartamento. La cocina estaba sucia y su dormitorio sin hacer. Suspiró y fue a su armario de ropa para cambiarse a ropa de casa y se puso manos a la obra. Debía poner en orden su apartamento.


Ya efectuada la limpieza general, Carmen se echó en el sofá y se relajó. Mucho mejor, pensó ella satisfecha con tener su pequeño hogar más cómodo. Entonces se acordó que antes de haber entrado en su apartamento, había recogido su correspondencia. La cogió y comenzó a pasar los sobres. Cuentas, más cuentas, folletos con publicidades paganas; hasta que vio una carta. Carmen se extrañó porque no tenía remitente. La abrió y vio que era un papel con escritura a mano. Sin saber por qué, le resultó familiar. Comenzó a leerla.


Un día me regalaste una sonrisa. Sin saber que con ello me robabas el corazón.

Me dedicaste tus poemas, con los cuales fuiste nublando mi razón.

No, no es una poesía. Ninguna rima perfecta podrá transmitirte

Los sentimientos tan puros que despertaste en mí.

Esos sentimientos que terminaron destruyendo

Algo que yo más amé. A ti.

No quiero escribir en prosa, porque sino esto parecerá un libro.

No debería escribirte, más mi corazón no me escucha.

Intento librarte de mí, más mi egoísmo es más fuerte.

No puedo acercarme a ti ni tocarte.

Mi único consuelo es esta carta.

No intentes averiguar quién soy, jamás lo sabrás.

Es una incógnita que por tu bien no resolverás.

Yo estoy en el abismo; no te quiero llevar conmigo.

Tu vida está ahora iluminada por la luz; no quiero apagarla.

Soy un pésimo escritor, a diferencia de ti.

Tus palabras son hijas del paraíso,

Hasta tu silencio es más hermoso que cualquiera melodía.

Intento escribir bonito, pero puedes ver que estoy fracasando.

Debo dejar de escribir; no quiero.

Perdóname por hacerlo, soy un tonto egoísta.

Debo dejarte en paz; no puedo.

¿Cómo luchar contra este dolor

que te está quemando por dentro?

Te dejé ir, te dejé partir.

Sé feliz, mi niña hermosa.

Mi tranquilidad depende de tu felicidad.


Carmen terminó de leer la carta y buscó algún indicio de quién pudo haberla escrito. No había nombre alguno por ninguna parte, ni firma; ni siquiera iniciales. Releyó la carta y sin saber por qué, tuvo un peso enorme en su pecho. De repente se sintió vacía, como si anhelara algo. ¿Cómo es posible anhelar algo que no recuerdas haber tenido? Se pasó los dedos por la mejilla y para su sorpresa descubrió en ellas sus propias lágrimas.

Estaba llorando por algo desconocido.

Mi última carta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora