Thirty eight

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— Cuando me cremen, quiero que esparzan mis restos aquí. En el mar. Prometo que seré feliz.

Ella lo decía con una tranquilidad que para mi lo hacía más doloroso. Todos habíamos estado mirando al sol en el horizonte, quién ya se estaba apagando y llevándose consigo el calor que la luna no traía en las noches.

Pero después de eso, yo no reprimí las ganas de observarte.

Creí que hubiese sido mejor no hacerlo.

Dos grandes gotas recorrían tu rostro y se me perdieron al llegar a tu cuello donde la chaqueta lo cubría.

Me dolió. Me hizo pensar en que debía prepararme para un momento tan o hasta más doloroso que ese.

Pero también me hizo actuar.

Coloque una de mis manos libres en tu hombro e hice un apretón que te mostrara mi apoyo, y cuando me miraste y no me diste nada que me mostrara una negativa, la llevé hasta tu rostro y sequé con mi pulgar el camino que las lágrimas dejaron detrás.

Con miedo de ser muy atrevida, apoyé la mano en una de tus mejillas, y en vez de alejarte apoyaste tu cabeza en ella, para luego dejar un beso en mi palma y soltarme una mueca de lado que pareció ser un intento de sonrisa.

Sufrías en silencio.

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