27. Niña

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Apolo P.D.V.

Cinco días. Cinco putos días y ella no despierta. Los doctores le quitaron el respirador el tercer día, pero aun no despierta, y no nos aseguran que no vaya a tener algún daño cerebral. Esto es una mierda. ¿Porque cojones lo hizo? ¿Habrá pasado algo en su casa que la haya llevado a hacerse esto? O sera... ¿o sera a causa de todo lo que ha pasado en el instituto? Con Caya y Cameron, y Clarissa y yo. Eso me perturba.

Bajo del autobús y camino lo que me queda de trayecto hacia el hospital, paso por las puertas de vidrio eléctricas, saludo a unas cuantas enfermeras y sigo el camino al ascensor, aprieto un botón para que me lleve al segundo piso.

Comienza a sonar esa canción de fondo que llevo escuchando estos cinco benditos días, joder, como la odio con toda mi alma. Tan pronto se abren las puertas salgo de ahí inmediatamente, y en ese momento siento como alguien coge mi brazo y me empuja hacia una habitación de suministros médicos oscura, el tipo enciende las luces una vez cerrada la puerta.

—¿¡Tú!? ¿¡Pero que mierda...!?—comienzo, él tapa mi boca con su mano.

—¡Shh! ¡Cierra la boca!—lo aparto de mi y lo miro cabreado.—Joder, tío, no me mires así.

—¿¡Como se supone que debo mirarte si me metes en una habitación cerrada como si fueras a violarme!? ¡Puto genio!—le grito sarcástico y enfadado.

—¡Ya, ya! ¡Cálmate! ¡Dios santo!—me dice irritado.

—Sera mejor por tu bien que me digas que rayos quieres.—siseo en voz baja, me mira serio y con su mandíbula tensa.

—Lo que paso entre nosotros antes de todo esto...

—¿Que? ¿Quieres que se repit...?

—Fue un error.—auch.—Estaba borracho, yo no sabia lo que hacia o...

—Venga va, ya estuvo. Se lo que dirás, no diré nada para no arruinar tu reputación de machote, solo nos conocemos porque estuvimos en castigo después de clases. Es todo y ya.—le digo cínico, abro la puerta y salgo del cuarto.

—¡Oye, espera, Apolo!—lo oigo detrás de mi, lo ignoro y doblo por el pasillo hacia la izquierda.

Resoplo profundo. Siempre es la misma mierda, siempre. Y yo que pensaba que esta vez iba a ser diferente con un chico. Paso una mano por mi cabeza, me pongo mi gorro negro. Por suerte, no veo a nadie afuera en el pasillo, eso me evita de ver a su familia y ver sus caras de tristeza, odio la tristeza y la pena. Inhalo aire profundo y exhalo abriendo la puerta.

Todavía sigue ese silencio sepulcral en la habitación, avanzo unos metros y veo la cama donde reposa Thea, aún tampoco logro controlar ese escozor en mis ojos al verla tendida en la cama blanca, trago saliva y me siento a un lado de ella, como siempre cojo su mano.

—Volví, mi reina.—sonrío ante el apodo cursi.

—No te creerás con quien me encontré recién.—ella mantiene su semblante impasible y silencioso—Era Emmett. Me dijo unas cuantas cosas y basándonos en mi interpretación; no quería tener que ver conmigo, o cometer el mismo error otra vez.—limpio una lágrima que se ha escapado de mi ojo.

—Desearía que estuvieras despierta para darme una hostia y hacerme reaccionar. —rio amargadamente, froto mis ojos para aliviar la picazon—Thea, mas te vale despertar y golpearme. No me gusta estar solo.

Siento un apretón por su parte y mi corazón salta con una taquicardia inquieta, la examino en busca de algún cambio pero su rostro sigue igual de sereno que al entrar al cuarto. En ese aspecto me recuerda un poco a La Bella Durmiente. Acaricio su cabeza con cuidado y beso su mano.

Ángeles Entre Nosotros | SIN EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora