Capítulo Veintiséis

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Ya llevaban alrededor de diez minutos esperando en JFK, habían llegado al aeropuerto con un poco de antelación; y cuando llegaron a la puerta de llegadas comprobaron que el vuelo llegaba con retraso, aunque no mucho. Consiguieron sentarse los tres a esperar a Alo, y no tardaron en volver a levantarse para ir a comprar algo de comer. 

Jack se había ido hacía dos semanas y su ausencia se notaba más de lo que habían esperado. Morgan y Ryan, además del resto del grupo, eran los que más lo notaban; pero no podían escluir a todas esas personas que habían preguntado en algún momento si estaba enfermo, por qué no había aparecido esos dos días, llegó un momento en el que se la noticia ya se había difundido y las preguntas cambiaron un poco de rumbo: ¿qué tal estaba su familia? ¿cuándo volvería a Nueva York? Afortunadamente, los interrogatorios en los pasillos ya habían cesado y todo el mundo tenía una noticia actualizada de la situación de los McGregor, tanto en Nueva York como en Forks, en el estado de Washington, en la otra punta del país.

Morgan era la que había notado más su ausencia, aunque el resto no se quedaba atrás. Amigos como Luke o Kim, que no eran tan cercanos a él, notaban que cuando le querían contar algo, sobre los partidos de fútbol, sobre el nuevo álbum de cualquier cantante, sobre lo que habían comido o el nuevo restaurante de la esquina; todos experimentaban ese sentimiento de soledad al girarse y ver que no estaba Jack. Aunque estaban rodeado de un motón de amigos, aunque cualquiera de ellos estaría igual de interesado, después de recordar que Jack se encontraba a 46 horas de viaje en coche cerraban la boca y se guardaban el comentario para sí mismos; hasta que volvieran a pensar "¡Esto es lo tengo que decir a Jack!" o "¡Madre mía, Jack tiene que saber esto!" y el proceso volviera a empezar.

Todos, unos más que otros, sentían esto. Algunos ya habían pensado que lo experimentarían, otros se sorprendieron un poco al ver lo que Jack significaba para ellos en el día a día. Pero al fin y al cabo, todos echaban de menos a Jack.

Y ahí estaba Morgan, en un asiento en frente de la salida de los pasajeros recién llegados con un bocata en la mano derecha y un cartel en el que ponía: Alo en la mano izquierda, mientras pensaba en todo lo que había pasado en las últimas semanas, en cómo en dos meses su vida había dado varios giros inesperados, como si fuera una montaña rusa en medio de la oscuridad, en la que sabes que algo va a pasar pero no sabes cómo de grande ni cuándo ni qué exactamente.

Estaba a punto de terminarse el bocata cuando su madre, que había estado revisando las pantallas con las informaciones de los vuelos, se sentó a su lado y le dio un poco de conversación, algo que ella deseaba en ese momento para evitar comerse el coco pensando en su vida y dándole vueltas y vueltas hasta acabar mareada y haber acabado con el doble e problemas que tenía antes de ni siquiera centrarse en el tema.

- Bueno, tendrá que salir en cualquier momento, su vuelo aterrizó hace diez minutos.

- Si, menos mal que no  era un vuelo internacional y que solo venía de Arizona - contestó ella, dándole otro mordisco a su bocata de jamón serrano, su favorito.

- Ya, voy a ir a buscar a tu padre; que ha ido a por un café hace un rato y seguro que no sabe qué pedirme.

Y así era, el padre de Morgan estaba frente al mostrador de la cafetería intentando decidir si comprar un capuccino o un café mocca, palabras en chino para él pero que por lo que había observado en su mujer, significaban cosas completamente distintas. "Estas mujeres y su adicción al café" pensaba cada vez que su esposa le pedía que le fuera a comprar un café y luego recordaba "definitivamente, la mejor cafetera la del hospital en el año en el que nació Morgan, que estaba rota y solo podía hacer Espressos" Luego, como siempre, suspiraba cuando veía que Kate se acercaba y le solucionaba todos los problemas, cosa que afortunadamente pasaba más a menudo y significaba menos quejas y menos tener que volver a comprar un café.

Alo estaba recogiendo sus maletas, llevaba dos grandes porque sus padres le habían mandado otra con toda la ropa de invierno, que obviamente iba a necesitar en Nueva York. Estaba súper entusiasmado, no se podía creer que iba a vivir los ocho meses que le quedaban en aquella ciudad, la que había soñado con visitar toda su vida. Además, no le había pasado desapercibido el hecho de que iba a vivir con una niña de su edad y que, si no recordaba mal, no hacía para nada daño a los ojos, ¡lo contrario!+

Consiguió encontrar sus dos maletones y cinco minutos después, leyendo carteles que a parte de estar en inglés, a veces estaban en castellano, cruzó la puerta de salida. La puerta hacia la gran manzana.

Morgan se levantó al verle salir sonriendo por la puerta. Era alto, delgado, musculoso y con el pelo castaño y ojos brillantes. Defintivamente no era Jack, ni le llegaba a los talones, pero no estaba nada nada mal; era su prototipo de tío: alto, musculoso, pelo más o menos larguito y sonriente; pero después de haber pasado lo que había pasado no se podía fijar en el como en una próxima víctima, aunque lo hubiera hecho con anterioridad (historia que queda para otro momento)

Encontró el cartel con su nombre en la mano de una chica que estaba comiéndose un bocata. Era Morgan, la misma que hace un año había pasado el verano en España y que había podido conocer durante unas pocas horas. Era la misma, deslumbraba igual, aunque ahora Alo le veía más madura y podía distinguir que había algo debajo de esa sonrisa y esa alegría, que no le hacía tan feliz; pero eso ya lo descubriría a tiempo.

Se presentó a su nuevos "padres" y a su conocida y juntos se dirigieron al parking donde cogieron el coche y se metieron en el tráfico para poder llegar a casa, a su nueva casa. Su cuarto le encantó, si que es verdad que le remarcaron que en algún momento cuando viniera Anthony tendría que compartirlo con él, pero no le importó mucho. Las vistas eran alucinantes y nada más conseguir el wi-fi de la casa hizo varias fotos y se las envió a sus padres y hermanos mayores, que ya le habían mandado varios mensajes reclamando algo de atención.

Morgan se sentó en su lugar preferido con una taza de chocolate caliente y cogió su cuaderno, su más íntimo amigo esas últimas semanas. No había terminado de dibujar su primer diseño del día cuando Becca, sin llamar cuatro veces como estipulaba la regla, irrumpió en el cuarto con dos cartas en la mano.

Alo pasaba en ese momento por el pasillo, y se detuvo al ver lo que pasaba, extrañado al observar como del suelo salía otra chica. Morgan se dio cuenta y le hizo un gesto diciendo que luego le explicaría. Becca se giró y miró de arriba a abajo a Alo, que se sintió un poco intimidado pero disimuladamente se fue al salón, a ver un poco de Netflix.

- ¿Quién es ese pivón?- dijo Becca, olvidando por un momento el por qué de subir de esa forma a casa de su amiga.

- Alo, ¿te acuerdas que te hablé de él? Es español y es un extranjero que está aquí de intercambio.

- Si si, ya me acuerdo. ¿Habla bien inglés?

- Perfectamente. No lo entiendo, porque dice que viene a aprender inglés, pero no lo habla taaan mal.

- Bueno, eso es un punto a favor. ¿Y has visto ese cuerpazo?

- Becca.... Piensa en Connor, piensa en Connor - le recordó Morgan

- Verdad verdad.

- Bueno, ¿a qué has venido?

- Han llegado - le enseñó las dos cartas: de Yale y de Columbia - las tuyas tienen que haber legado también

- Vamos a ver, el correo tiene que estar en la cocina; mi madre lo ha subido al llegar del aeropuerto

Las dos salieron del cuarto para ir a la cocina. Cuando pasaron por el salón, la mirada de Becca se posó en Alo, que no quiso mirar de vuelta en caso de arrepentirse. Ella no pudo hacer otra cosa que susurrar para si misma: "Connor, Connor" aunque Morgan y Alo lo pudieran oír también.

Y ahí estaban, las dos cartas, posadas sobre la cómoda, perfectamente cerradas. Cada una con el escudo de las universidades de las que venían. El futuro de ambas escondido en cuatro sobres de papel.

- Bueno, la hora de la verdad - dijo Morgan

- A la de tres abrimos las dos la de Yale

- Una - dijo Morgan

- Dos - añadió Becca

- ¡Tres! - gritaron las dos

Y con un rápido movimiento abrieron los sobres.

Una chica normalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora