2: Brus, un joven y salvaje amante

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Alexia le dedicó una mirada de fastidio y él dirigió la vista hacia su plato de canapés, que estaba intacto.

-¿No le gusta la comida?

-No he tenido la oportunidad de probarla.

-¿Porque yo la he interrumpido?

Brus estiró la mano, agarró un champiñón del plato de Alexia y se lo metió en la boca, sabiendo de sobra que aquel comportamiento desafiante la enfurecería aún más.

Sus ojos violetas se volvieron un tanto agresivos, y Brus sospechó que estaba contemplando la posibilidad de hacer algo sumamente infantil, como arrojarle el resto de los champiñones sobre el pecho.

-No tengo nada contagioso, señorita Montenegro.

-Tampoco tiene ninguna educación.

-Claro que sí.

En esta ocasión, Brus se hizo con una gamba y la degustó con deleite.

Luego buscó en el bolsillo de su chaqueta hasta encontrar un pañuelo con sus iniciales bordadas en el que se limpió las manos con gesto elegante.
Pensó que aquella fiesta era demasiado estirada. Igual que Alexia Montenegro.

Brus estaba más que harto de la superficialidad de la sociedad en la que vivía. Solía moverse en aquel mundo como pez en el agua, pero ahora todo le parecía una gran mentira.

¿Por qué habría de ser de otra manera?

Después de todo, acababa de descubrir un secreto familiar, un cadáver en el armario que hacía que toda su vida pareciera una farsa.

Sin dejar de mirarlo con desdén, Alexia dejó su plato sobre la mesa.

-Gracias a usted he perdido el apetito.
Pero Brus pensó que antes tampoco lo tenía. Seguramente, el problema de los helados Montero era una carga demasiado pesada para sus hombros
inexpertos. Alexia nunca había tenido que enfrentarse a un escándalo público, y menos de aquella magnitud.

Brus sí lo había hecho, por supuesto. Los escándalos eran su especialidad.
Pero no así los secretos de familia. No podía superar la mentira en la que se había criado.

Se pasó la mano por el cabello y entonces cayó en la cuenta de que había perdido de vista su prioridad. Nada, ni siquiera el problema que tenía, debía interferir en los negocios.

Se obligó a sí mismo a regresar al presente y miró fijamente a Alexia.

¿Le molestaría que él intentara hacerse cargo de la situación, o lo que le molestaba era la verdad, el hecho de que él estuviera más cualificado para el trabajo?

Para ser sinceros, a Brus no le importaba. Él era muy bueno en lo suyo, y había trabajado muy duro para demostrarlo.

-Deje de mirarme así —dijo Alexia.

-¿Así cómo?

-Como si fuera superior.

-Los hombres somos superiores —respondió él deliberadamente para
picarla.

-¿Y por eso mordió Adán la manzana? —preguntó Alexia—. ¿Porque era muy listo?

-¿Qué tipo de pregunta es esa?

-Una pregunta retórica -respondió ella poniendo los ojos en blanco-. Todo el mundo sabe que Adán mordió la manzana por culpa de Eva.

¿Y aquello qué significaba? ¿Qué Alexia pensaba que el cerebro de los hombres estaba localizado en la entrepierna? ¿O, en el caso de Adán, detrás de la hoja de parra?

Mi Deseable Rival (+ 18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora