21:Miedo

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Más tarde, aquella misma noche, Brus  llevó a Alexia a casa. No se había
atrevido a pedirle que se quedara, que durmiera a su lado.
Aquello le parecía demasiado tierno, demasiado amoroso. Demasiado comprometido.
Pero ahora que estaba aparcado frente a la casa de piedra, no quería dejarla marchar. Y eso le daba muchísimo miedo.

-Vamos, te acompañaré a la puerta —dijo apagando el motor del coche.

-Gracias. ¿Quieres entrar a tomar algo?

Brus dudó unos instantes, sin saber muy bien qué decir.
¿Qué ocurriría si acababa quedándose a dormir con ella? Entonces, quedaría atrapado por la intimidad que había estado tratando de evitar.

«Dile que no», le advirtió una voz interior.

-De acuerdo -se escuchó decir a sí mismo.

Una copa no le haría ningún daño. Se la tomaría rápido.

Ambos se acercaron a la puerta de la casa de piedra y Alexia abrió con sus
llaves.

-Gracias a Dios, los reporteros se han marchado.

-Sí. Ya hemos tenido suficiente por un día.

Brus estaba deseando abrazarla, y, para evitarlo, se metió las manos en los bolsillos del abrigo.
Entraron en la casa y subieron las escaleras. Todo el edificio estaba en
silencio, por lo que Brus dio por hecho que las hermanas de Alexia ya se habían acostado.

Su apartamento estaba oscuro, y cuando ella encendió una luz, Brus se quedó inmóvil como una estatua.

De pronto, deseaba dormir en su cama, despertarse a su lado por la mañana, hacer el amor al alba y tomarse un café con tostadas antes de volver a hacerlo en la ducha.

Brus casi podía sentir el calor del agua, el vaho, el...

-¿Cerveza?

-Lo siento, ¿cómo dices?

-Que si quieres una cerveza.

-¿Tienes algo más fuerte?

-Mira tú mismo en el mueble bar

respondió Alexia quitándose la chaqueta antes de colocarla en el respaldo de una silla.

-Me tomaré un tequila -dijo Brus tras echar un vistazo a las bebidas.

Quería tomarse algo de un plumazo, algo que apartara su mente de una
cama caliente. Y de una mujer aún más caliente.

-Yo iré a la cocina a servirme un vaso de leche y algo de comer -dijo Alexia. Mi úlcera me lo pide. ¿Tú tienes hambre?

-Yo no, gracias -respondió él-. Pero sí me tomaré otra copa.

Brus se sirvió otro tequila, preguntándose por qué lo hacía.
¿Acaso estaba esperando a que lo invitaran a quedarse a pasar la noche?
Sí. Aquello era exactamente lo que esperaba.
Brus trató de sacudirse su sentimiento de culpa. No era ningún delito. Después de todo, eran amantes. Y Alexia se había mostrado conforme con seguir adelante con la relación al menos hasta la fiesta, en la que todo terminaría.

Mientras la esperaba, le echó un vistazo a su colección de películas de vídeo. A Alexia le gustaban los clásicos de Hollywood, en los que aparecían damas y gángsteres.
Brus le alababa el gusto, pero cuando se encontró inesperadamente con una cinta de serie B del oeste, rodada a finales de los sesenta, se le formó un nudo en la garganta.

No quería pasar por aquello. Al menos no esa noche.
Invadido por un dolor repentino, Brus terminó su bebida y contempló
fijamente la carátula de la película.

Conocía a fondo aquel film. Antes se sentía muy orgulloso de él, pero desde hacía algún tiempo le provocaba dolor.

Alexia regresó al salón con un sandwich a medio morder, un vaso de leche y una servilleta en una bandeja que dejó sobre la mesa.

-No sabía que tuvieras una de las películas de mi madre -comentó él
tratando de aparentar normalidad.

-Iba a contártelo. La compré hace tiempo, nada más conocerte -reconoció Alexia agarrando su sandwich-. Sentía curiosidad por ella.

-¿Por qué? -preguntó él girando la película, fingiendo todavía indiferencia.

-Porque es tu madre, y quería ver si se parecian -respondió Alexia sentándose en el sofá-. Te pareces muchísimo a ella, Brus. No sólo físicamente, sino también en los gestos. Y en la sonrisa. Tenía mucho encanto. Siento que la perdieras, Brus

-Yo era sólo un bebé —respondió él, apretando con fuerza los dientes para tratar de contener su emoción.

-Es muy triste -comentó Alexia dándole un sorbo a su vaso de leche-. Para tu padre tuvo que ser muy duro perder a su mujer nada más nacer su hijo.

Durante un instante, Brus sintió la tentación de contarle la verdad a Alexia.
Quería confiar en ella, revelarle toda la historia, tan dolorosa. Pero el tormento que sufría su corazón le impedía admitir lo que su madre había hecho.

-La muerte nunca es fácil -respondió desviando la mirada-. Pero mi padre
encontró a otra persona y volvió a casarse.

-Te he puesto triste, ¿verdad? -preguntó Alexia captando por fin el dolor que desvelaban los gestos de Brus.

-No pasa nada -contestó él, que lo último que deseaba era su compasión-¿Qué me dices de ti? ¿Tienes mejor el estómago?

Alexia asintió con la cabeza y le dedicó una sonrisa cargada de dulzura. Brus resistió la tentación de tomarla en brazos y llevarla a la cama para acomodarse dentro de ella. No le parecía bien acostarse con Alexia sólo para calmar su dolor.

-Será mejor que me vaya -dijo entonces.

-Si te quieres quedar aquí, eres bienvenido —contestó ella.

-Creo que no es una buena idea. Se está haciendo tarde, y mañana tenemos que madrugar los dos.

-¿Estás seguro, Brus? -insistió Alexia mientras lo acompañaba a la puerta.

-Si, lo estoy.

Brus la besó fugazmente en la frente y se marchó a su casa con el corazón lleno de congoja.













Es corto lose... pero no tenia mucho tiempo...
Besis... espero que comiencen bien su semana

Mi Deseable Rival (+ 18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora