17: Estaba Confundido

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El jueves por la tarde, Alexia escuchó el sonido del teléfono, soltó un gemido y descolgó el aparato.

-¿Diga?

-¿Por qué no has ido hoy a trabajar?

-Porque estoy enferma -contestó al reconocer la voz áspera de Brus.

-Llevas cuatro días enferma. Te estás cagando en nuestro plan. Sal de la
cama y arréglate. Voy a ir a buscarte.

-Déjame en paz -contestó Alexia
llevándose las rodillas al pecho.

El estómago le ardía como una estufa.

-A nadie le dura tanto tiempo la resaca -insistió Brus-. Lo que te pasa es que te da miedo enfrentarse a la prensa.

—No es verdad.

Alexia le echó un vistazo a las revistas que tenía en la mesilla de noche. Le había pedido a su secretaria que se las llevara.
Las fotos de la sesión erótica habían salido el día anterior, provocando un auténtico escándalo. Su reputación
no volvería a ser nunca la misma.

-Necesito tiempo para recuperarme. Ya te dije que estoy enferma.

-Y yo te dije que te levantes de la cama.

Alexia miró fijamente al teléfono. Brus había estado llamando todos los días, y había conseguido gravar su enfermedad.
Su insistencia sólo había servido para provocarle más estrés.
Y ella ya tenía suficientes problemas. Nada más publicarse las fotos, la
habían llamado todos los miembros de su familia. Todos excepto su padre. Su madre le había dejado un mensaje diciéndole que su padre no estaba nada contento.
Pensaba que había ido demasiado lejos.

No importaba que ella lo hubiera hecho por Montero, que hubiera
sacrificado su reputación personal para salvar la compañía. Su padre nunca le había dado ningún crédito como profesional, nunca la había tratado como a una igual en el trabajo.

-¿Sigues ahí? -preguntó Brus-. Pues levántate y arréglate. Tenemos que
dejarnos ver, Alexia. Hacer una aparición pública.

-Ya te he dicho que no. Voy a cortar.

-No vayas a...

Ella cumplió su amenaza y apretó la tecla correspondiente del inalámbrico. Cuando el teléfono volvió a sonar, no contestó. Estaba agotada, así que se dio media vuelta en la cama y se durmió.

Una hora más tarde, se despertó sobresaltada. Creía estar soñando, y se frotó los ojos para borrar aquella visión.

Brus estaba a los pies de su cama, y parecía el hombre del saco. Llevaba
una gabardina larga, y tenía las facciones duras, los pómulos afilados como cuchillos y el pelo revuelto por el viento.

Cielo Santo. Una pesadilla. Alexia volvió a cerrar los ojos hasta que escuchó el sonido de su voz.

-Tienes un aspecto horrible.

Ella se sentó sobre la cama y estrechó la almohada contra su pecho.

Aquello era real. Demasiado real.

-¿Qué estás haciendo aquí?

-Tengo llave, ¿recuerdas?

-Eso no te da derecho a invadir mi intimidad.

-Tengo derecho a saber qué te pasa, a comprobar que estás bien.

-Si te cuento el problema, ¿te vas a ir? -preguntó Alexia poniendo los ojos en blanco.

-No. Pero seguro que un hombre más convencional sí que lo haría. ¿Qué te pasa?

Alexia sabía que él no se iría de allí hasta que le contara por qué llevaba casi toda la semana metida en la cama.

-Tengo una úlcera, Brus. Pero no digas nada . No quiero que mi familia lo sepa.

-¿Te está sangrando? -preguntó él alzando las cejas.

-No, sólo estoy pagando las consecuencias de todo el alcohol que me tomé. Y de la comida picante.

-¿Desde cuándo te pasa? -dijo Brus quitándose el abrigo y colocándolo
sobre una silla.

-Desde hace años. Tiende a curarse, pero se me abre con el estrés o cuando como algo que no me sienta bien.

-Tendrías que habérmelo dicho antes -protestó Brus poniéndose en pie-. No te habría dejado comer ni beber todo aquello. Voy a traerte algo de leche. Eso ayuda, ¿no?

-Sí -respondió ella casi sonriendo.

Luego volvió a tumbarse y esperó a verlo aparecer con una taza de leche humeante. Alexia aceptó la bebida y se la fue bebiendo a sorbos, sintiendo cómo le disminuía el ardor.

-Puedes volver a dormirte si quieres -dijo Brus colocándole la taza en la
mesilla cuando se la termino.

-Tal vez luego -contestó Alexia girándose para observar mejor su pelo alborotado y la camisa mal colocada-. Parece como si te hubieran dado una paliza...

-He tenido que luchar para entrar en tu casa. La prensa ha copado la entrada -dijo Brus apartándole un mechón de la cara-. Creo que en adelante deberíamos pasar más tiempo en mi casa. No es justo que tus hermanas tengan que pasar por esto.

-Me parece bien —aseguró Alexia antes de componer una mueca-. ¿Qué te parece nuestro debut?

-Creo que estamos muy sexys -respondió Brus agarrando una de las revistas en la que aparecían ambos en la portada, con Alexia de rodillas-. Tenemos que seguir con esto, pero no quiero presionarte. Tómate el tiempo que necesites hasta que te encuentres mejor.

-Tienes que prometerme que no se lo contarás a mi familia.

-Pero ellos deberían saber lo que te pasa. Además, ¿no tienes una hermana enfermera?

-Piensan que tengo la gripe. Por favor, Brus, prométemelo -imploró Alexia.

-De acuerdo. Lo prometo.

-Gracias -dijo ella cerrando los ojos y apoyándose contra su pecho.

Brus era grande y fuerte, y en aquellos momentos ella lo necesitaba.

-¿Te quedarás un poquito?

-Si eso es lo que quieres... -contestó él acariciándole la cabeza.

-Lo es.

Alexia se quedó dormida casi al instante, encantada de estar entre los brazos protectores de su rival.

Brus se levantó algo más tarde aquella noche. Se había quedado dormido en la cama de Alexia. Encendió la luz de la lamparita de la mesilla de noche y parpadeó para aclararse la visión.

Alexia estaba tendida a su lado con los ojos cerrados y el cabello revuelto alrededor del rostro. Tenía un aspecto pálido y vulnerable, completamente distinto al de la mujer que había jugado con él en la discoteca.
Brus sintió deseos de volver a
abrazarla, y se inclinó sobre ella, pero luego se apartó.

Estaba confundido.

Necesitaba salir de allí cuanto antes, irse a su casa y poner su cabeza en
orden.





Mi Deseable Rival (+ 18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora