15: Otra Cita

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Tres días más tarde, Alexia estaba sentada en el salón comunitario de la casa de piedra esperando a Brus.

Tenían otra cita.

No estaba muy segura de cuánto más podría aguantar. Se habían evitado
el uno al otro desde su último y apasionado encuentro, pero Brus había terminado por llamarla y había insistido en que era el momento de hacer otra aparición pública.

Así que allí estaba ella, vestida con un traje corto y ajustado y calzada con unos tacones que le añadían cinco centímetros a su ya de por sí elevada estatura.
Se había comprado aquel vestido para Brus. Sabía que lo volvería loco si
enseñaba las piernas. Y el sujetador que había elegido le levantaba los pechos hasta casi sacárselos del vestido.
Brus babearía detrás de aquello que no podía conseguir.
Y eso era precisamente lo que aquel idiota se merecía.

Alexia miró el reloj. ¿Dónde diablos se había metido? De todas las noches,
había tenido que elegir justo aquella para hacerla esperar.
Estaba comenzando a ponerse furiosa.
¿Por qué sería tan reacio a hablar de Dolores Dopoint? ¿Por qué no quería
confirmar si su relación había sido una farsa o no?

Alexia se puso en pie y se echó el pelo hacia atrás. Se había dejado la melena suelta, moldeando sus rizos con una espuma especial. Dolores Dopoint no tenía nada que envidiarle.

Escuchó el sonido de unos pasos en la escalera y se giró. Su hermana Rita
estaba bajando las escaleras.

-Alexia -exclamó su hermana deteniéndose para contemplarla-. Vaya
transformación. Vas más ajustada que la mujer pantera.

-Gracias -respondió Alexia-. Pretendo hacerle sufrir.

-Ya veo -comentó Rita dirigiéndose a la cocina para prepararse una taza de té.

-¿Has averiguado ya algo sobre tu admirador secreto? -preguntó Alexia
siguiéndola con sus tacones altos.

-No -respondió su hermana negando con la cabeza.

El día de San Valentín, Rita había recibido una cajita blanca atada con un lazo rojo. En su interior había un pin, un corazoncito rodeado por una venda dorada. Habían dejado el regalo en el hospital, lo que le había llevado a creer que su admirador secreto era alguien relacionado con el Hospital General de Boston, en el que ella trabajaba.

-Todos los días me pongo el pin en el uniforme -dijo Rita-. Sigo esperando que quien me lo regaló se dé cuenta y se identifique.

Alexia pensó que podría tratarse de un celador. O un enfermero. O tal vez un paciente que ya no estuviera ingresado.

-Tal vez nunca lo averigües.

-Me resulta raro creer que alguien me deje un regalo y luego simplemente desaparezca.

Después de tomarse la taza de té, Rita regresó a su apartamento, dejando de nuevo a Alexia esperando a Brus.

¿Dónde estaría?

Por fin sonó el telefonillo,anunciando su tardía llegada.
Ella le abrió y se quedó observando su reacción, mientras Brus se limitaba a mirarla fijamente.

Pasó mucho tiempo sin decir una palabra, pero la nuez le subía y le bajaba cada vez que tragaba saliva.

¿Le estaría costando trabajo respirar?

-¿Ocurre algo? -preguntó Alexia dedicándole una sonrisa inocente.

-¿Cómo? No, todo está bien -respondió él aflojándose el nudo de la corbata.

-Tienes mal aspecto.

Brus parecía sonrojado. Y excitado. Y estaba tan guapo como siempre.

Llevaba un traje de corte impecable y una camisa que le hacía juego con las motas doradas de los ojos.

El vestido de Alexia también era dorado. Por una vez, no permitiría que él la intimidara.
Se merecía una lección. Aquella noche, ella lo volvería loco de deseo y luego lo castigaría dejándole dormir solo.

-Dame las llaves -dijo Brus de sopetón extendiendo la palma abierta—. Te dije por teléfono que las tuvieras preparadas.

-Claro, por supuesto. Casi se me olvida -respondió Alexia abriendo su bolso y sacando un juego.

Él tomo las llaves y las metió en el bolsillo. Y luego volvió a mirarla
fijamente, como un hombre que reclamara lo prohibido.
Tenía la mandíbula tensa, y su pecho subía y bajaba con una respiración agitada.

Estaba claro que quería arrinconarla contra la pared y tomarla allí mismo.
Pero, por supuesto, no iba a hacerlo. Robar un beso no era lo mismo que robar el cuerpo entero de una mujer.

Alexia se sentía como la mujer fatal en la que él había asegurado que podía convertirla, solo que lo había logrado sin su ayuda. La venganza le sabía muy dulce.

-Vamos a ir a bailar, ¿verdad?

-Así es. A una discoteca del centro.

-Perfecto, porque tengo ganas de fiesta.

Alexia tenía toda la intención de tomarse un par de copas. ¿De qué otro modo iba si no a presentarse en público con aquel vestido que apenas le tapaba el trasero y los pechos casi rozándole la barbilla?

-Vamos —dijo agarrando su chaqueta.

Aquella noche no estaba de humor para preocuparse de lo que el alcohol le podía provocar a su úlcera.

Aquella noche tiraría la precaución por la ventana y volvería loco a Brus Dolton.


Mi Deseable Rival (+ 18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora