Capítulo 40

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En las profundidades del templo de Dhagmarkal.

Woklan, invadido por multitud de sentimientos y emociones, avanzaba por pasillos de paredes humedecidas siguiendo a la sierva del dios oscuro. No confiaba en ella ni en su amo, pero, por alguna razón que desconocía, dentro de su ser había empezado a nacer la idea de que la deidad olvidada y él perseguían fines similares.

En aquellos corredores pobremente iluminados por antorchas casi extintas, caminaba sintiendo que con cada paso que daba se avivaban dentro de él las llamas del fuego Gaónico.

El rítmico sonido de los tacones y el crepitar de las antorchas ejercían sobre él un efecto hipnótico. Su mente, que hasta no hacía mucho había estado fragmentada, se recomponía y le mostraba partes de un pasado que le producía dolor y rabia.

—Ragbert —pronunció el nombre del científico al recordar lo que le hizo.

La sierva se detuvo, giró un poco la cabeza y sonrió.

—La verdad suele ser dolorosa —dijo, reemprendiendo la marcha—. A veces es mejor vivir entre mentiras. —Hizo una breve pausa—. Aunque también es bueno centrarse en el presente y en lo que esté por venir.

Woklan, con los ojos inyectados en rabia, con ganas de aplastar el cráneo de Ragbert, apretó los puños pensando en la traición y comenzó a caminar.

«Me usaste» se dijo, al recordar el día en el que la paradoja fue proyectada a través de la Ethopskos, al pensar en el momento en que su alma y su cuerpo comenzaron a ser consumidos.

«Me pusiste contra mi padre, envenenaste la mente de mi mujer, la lanzaste al suicidio y manipulaste las máquinas para que mi hija muriera...».

Mientras el crononauta se consumía con la ira, el corredor se ensanchó dando forma a una antecámara.

«Tienes suerte de estar muerto...».

Woklan cerró los ojos, inspiró por la nariz y abrió lentamente los párpados intentando alejar de su mente la imagen del científico.

—Maldito... —masculló, negando con la cabeza.

La sierva lo miró de reojo y preguntó:

—¿Mucho odio, mucho rencor? —Una pequeña sonrisa se le dibujó en la cara mientras dirigía la mirada de nuevo al frente—. Todos necesitamos verdugos que nos empujen a alcanzar nuestro destino.

Extrañado, sin comprender muy bien qué quería decir, el crononauta bajó un poco la cabeza y, observando las formas asimétricas de las losas del suelo, consiguió calmarse pensando en que aunque no podía cambiar el pasado aún podía trasformar el futuro.

«Aún hay esperanza...» se dijo, casi al mismo tiempo que la sirvienta y él alcanzaban una compuerta de roca con multitud de frases esculpidas en una lengua arcana.

—Ha llegado el momento, amo —susurró la sierva.

Woklan se adelantó, posó la mano en la gruesa piedra y sintió que algo palpitaba dentro de él. Mientras acariciaba la superficie rocosa, sin saber por qué, empezó a entender los crípticos mensajes grabados.

—"Aquí yace el señor de las pesadillas, el dueño de los sueños deformados y lo deseos oscuros" —leyó parte de lo escrito y dirigió la mirada hacia la sirvienta—. Estamos ante la tumba de Dhagmarkal.

Ella asintió y sonrió.

—El amo estaba en lo cierto. Cada vez te es más fácil acceder a la memoria de la creación. —Miró complacida los mensajes esculpidos en la compuerta—. Tu ser está despertando.

Entropía: El Reino de DhagmarkalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora