Capítulo 36

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Cuanto más se acercaba, más intensa era la capa de gotas de agua congeladas que flotaba en el aire. Caminando entre los pequeños fragmentos de hielo, deshaciéndolos con el calor que desprendía el escudo que le recubría la armadura, Wharget sentía que, de un modo u otro, sería capaz de vengar la destrucción de su mundo.

Desde que tuvo que dejar atrás su línea temporal, desde que la explosión de su universo lanzó la nave que tripulaba a través de una creación moribunda, desde que la lluvia de partículas Gaónicas expelidas por los restos de su hogar atravesaron La Ethopskos y le fundieron la armadura al cuerpo, no volvió a ser capaz de dejar atrás la ira ni tampoco de encontrar una sombra de paz.

En el momento en que despertó en la nave y vio los restos de sus compañeros convertidos en una plasta esparcida por los compartimentos, juró que haría pagar al culpable destripándolo, despellejándolo y arrancándole la carne de los huesos.

Inspirando con fuerza, recordando lo mucho que padeció saltando de una realidad a otra, de un universo enfermo a otro, avanzaba invadido por una extraña sensación que le hacía intuir que aquello que tanto había buscado, la venganza de sus seres queridos, se hallaba tan solo a unos pasos delante de él.

En medio de la lluvia inerte de gotas de agua congeladas, posó la mano en una barrera oscura que se hundía en el suelo y se elevaba hacia el cielo, canalizó una pequeña cantidad de la energía Gaónica que se había fundido con la armadura y su cuerpo, cerró los ojos, se concentró y consiguió que parte del muro oscuro se rompiera en varios pedazos.

Abrió los párpados y a una decena de metros pudo ver al enmascarado. Su aliado estaba arrodillado, desnudo y tenía la cabeza caída. Unos grilletes se le hundían en las muñecas, forzaban los músculos de los brazos y mantenían las extremidades extendidas.

—Monstruos —masculló Wharget, reemprendiendo la marcha.

Mientras caminaba, se elevaron los fragmentos de la parte del muro que había destrozado, se unieron y se fusionaron con la barrera energética tapando la obertura.

«Quien haya creado esto, debe de andar cerca» pensó, analizando el entorno, observando cómo el inmenso muro se extendía hacia el cielo, se ovalaba y caía dando forma a una cúpula.

Sin importarle el hallarse confinado en el interior de una construcción creada con energía, avanzó dirigiendo la mirada a los grilletes y las cadenas que mantenían cautivo al enmascarado.

Al acercarse, contempló cómo los eslabones se hundían en dos pilares negros que se encontraban a un par de metros de su aliado.

«Estáis cerca...» se dijo, viendo cómo una fina capa de niebla oscura chisporroteaba al surcar la superficie del metal que aprisionaba al enmascarado.

Cuando estuvo lo bastante cerca, se puso en guardia, blandió la katana y se preparó para cortar las cadenas. Tras un segundo, inspiró lentamente, tensó los músculos y lanzó la hoja.

«Pronto serás libre».

El filo seccionó el metal y el brazo del enmascarado cayó al suelo. Wharget viró un poco el cuerpo, elevó la espada y sentenció:

—Vamos a hacer que paguen por lo que te han hecho.

La katana bajó con fuerza, pero, cuando faltaba poco para que tocara la cadena, un haz de energía impactó contra el arma y desvió la trayectoria. Wharget pisó fuerte para no perder la guardia, apretó la empuñadura y luchó contra la inercia.

Mientras el hombre de la katana se esforzaba por mantener el equilibrio, unas fuertes pisadas empezaron a escucharse detrás de él. Antes de que el soldado pudiera darse la vuelta, se oyeron unas palabras transportadas por una voz gutural:

Entropía: El Reino de DhagmarkalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora