Capítulo 13

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Al mismo tiempo que una cálida brisa se desplazaba a su alrededor, una intensa luz verdosa cegó al enmascarado y lo obligó a taparse los ojos con el antebrazo.

—Maldito brillo —dijo, apretando con fuerza la piedra verde que le había dado acceso al sendero.

El viento sopló con más fuerza e hizo bailar algunas partes del traje. A ciegas, caminó en medio de la ventisca buscando alcanzar un lugar en que cesara la corriente. Anduvo un rato pisando un suelo fangoso compuesto por los desechos de los espíritus errantes.

—Estoy harto —soltó un pensamiento en voz alta—. ¡Maldita sea! —Se detuvo, apretó con más fuerza la piedra verdosa y, sin apartar el antebrazo de la cara, meneó la cabeza—. Intento alejar lo que existe de las fauces de Dhagmarkal y lo único que encuentro en mi camino son obstáculos. —Bajó el brazo—. ¿Es que queréis que todo desaparezca? ¿Os pone la idea de ser descuartizados?

Apenas terminó de hablar, la intensidad de la corriente aumentó y consiguió zarandearlo. Apretó los dientes, notó cómo vibraba la piedra, abrió el puño y la pequeña roca se elevó. Tras unos segundos, el brillo del sendero se apagó y el viento fue perdiendo fuerza.

A medida que el entorno se hacía visible, al ver que se hallaba en medio de un bosque de árboles talados, recorrió con la mirada los troncos ennegrecidos recubiertos de moho amarillo.

—¿Qué es este lugar? —justo cuando terminó la pregunta, la piedra estalló y tuvo que girar la cabeza—. Mierda... —masculló, notando cómo diminutos fragmentos se le incrustaban en la carne.

Poseído por la ira, apretó los puños, bajó la mirada, observó algunos restos de la piedra esparcidos por el suelo y los pisoteó. Mientras pisaba los fragmentos, hundiendo la bota en el fango, una sonrisa se adueñó de su rostro.

Después de casi un minuto, inspiró con fuerza por la nariz, elevó la cabeza y soltó el aire de golpe. La euforia se apoderó de él y consiguió que olvidara por qué estaba ahí. En ese instante, lo único importante era la alegría que le producía ser el dueño de su destino.

Cuando se estaba intensificando la placentera sensación, el graznido de un ave gigante de plumas negras, de pico gris y cuatro ojos rojos, lo sacó de sus pensamientos. Con el ceño fruncido, miró el cielo y la vio alejarse.

—¿Qué eres? —Bajó la mirada y observó confundido una vieja casa de madera que había aparecido de la nada—. El sendero... —Recordó donde estaba.

Sacó una petaca del bolsillo interior de la chaqueta, dio un trago largo, la guardó y caminó hacia la casa. Mientras se acercaba, al ver que una niña lo saludaba desde una ventana, pensó:

«Este lugar apesta a él».

Subió unos escalones blancos, se detuvo en el porche, ladeó la cabeza y vio cómo se balanceaba una vieja mecedora. El ruido que producía era molesto, chirriaba, pero no lo inquietó ni eso ni el que nadie la moviera.

Sabía en el lugar que estaba, sabía las fuerzas que moraban ahí, y por encima de todo sabía que los siervos de Dhagmarkal ya estarían buscándolo. Ni siquiera las risas de los niños que provenían de la casa consiguieron que apartara la vista de la mecedora.

El movimiento rítmico le recordó que tanto él como Woklan estaban atrapados en un bucle, en una repetición de acontecimientos que los hundían en un infierno generado con sus temores.

—No ganarás —aseguró, caminó hacia la entrada y la derribó con una patada.

Cuando la puerta cayó al suelo se levantó una intensa polvareda. Esperó que se disipara, se frotó los guantes y se adentró con paso firme hacia el interior de la casa. A excepción de la débil luz que producían unas brasas en la chimenea, la inmensa sala estaba casi completamente a oscuras.

Entropía: El Reino de DhagmarkalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora