Woklan andaba sin rumbo por un paraje que parecía infinito; un lugar donde descendían del cielo pequeñas chipas rojas que se extinguían antes de tocar el suelo; un sitio donde finas telarañas blancas flotaban en el aire y lo obligaban a apartarlas con el brazo mientras caminaba cojeando.
Aunque se apoyaba en el bastón para andar, la herida del gemelo le ardía y le arrancaba pequeños gemidos. Con una mueca de dolor y los dientes apretados, inspiraba con fuerza y avanzaba intentando que el abatimiento no consiguiera doblegarlo.
—Debo acabar con esta locura... —masculló, casi al mismo tiempo que a una decena de metros unas grandes flores negras empezaban a brillar con un tenue tono dorado.
Mientras se acercaba luchando contra la debilidad, notó que la arena del suelo que pisaba se elevaba unos centímetros. Sin dejar de avanzar, oteó cómo los granos se desvanecían flotando a su alrededor.
Aceleró el paso todo lo que pudo y penetró en el gran jardín repleto de flores con gruesos tallos de los que nacían finas hojas agujereadas. Allí, rodeado por una densa capa de vegetación, no tardó en percibir un intenso olor que acabó por sumirlo en un estado de nostalgia y alegría. El dolor y la angustia desaparecieron y junto con ellas se fue difuminando el paisaje que lo envolvía.
Al mismo tiempo que el jardín se descomponía, una niebla blanca daba forma a personas que se movían cerca sin fijarse en él. Los fantasmas del pasado, recuerdos proyectados de un mundo que ya no existía, fueron ocupando cada vez una mayor parte de aquel paraje en el que no cesaban de llover chispas rojas del cielo.
Sin darse cuenta, Woklan soltó el bastón y, en medio de las representaciones de personas que lo atravesaban, caminó sin cojear. Invadido por emociones que no controlaba, buscó entre aquel mar de caras algún rostro que significara más que un recuerdo fugaz.
Tras unos minutos, en los que anduvo sin rumbo en simbiosis con la marea de personas brumosas, se detuvo y dirigió la mirada hacia una proyección que permanecía inmóvil.
Después de observar durante unos instantes el rostro agrietado del hombre creado con niebla que se mantenía contemplándolo con los brazos cruzados, dijo:
—Eres... —Una secuencia de recuerdos se encadenó en su mente y le reveló algo—. Tú... —Vio cómo durante su vida se había topado multitud de veces con aquel hombre—. No entiendo... —Mientras hablaba, supo que los encuentros no fueron fortuitos y que se había cruzado con él por una razón—. ¿Cómo puede ser...? —Meneó un poco la cabeza y preguntó confundido—: ¿Quién eres?
Lentamente, el hombre se fue solidificando, dejando atrás su estado brumoso, cubriéndosele el cuerpo con un uniforme de La Corporación.
—Soy un producto de la ruptura de la realidad —afirmó, después de que se completara su trasformación.
—¿Un producto de la ruptura de la realidad? —La incomprensión se adueñó del rostro del crononauta—. ¿Qué quieres decir?
El hombre observó las figuras de bruma unos instantes y dijo:
—Nací después de que el multiverso empezara a ser devorado por la paradoja y me propagué más allá de esta. Viajé hasta que alcancé el pasado.
—¿El pasado...? —repitió Woklan de forma automática—. ¿Conseguiste llegar más allá del suceso originario?
El hombre asintió.
—Logré unirme a la energía que da forma a los cimientos de la realidad y pude ver lo que ocurrió.
Lleno de preguntas, queriendo saber más del extraño, Woklan dijo:
—Si eres capaz de retroceder en el tiempo e ir antes del inicio de este desastre, ¿por qué sigues aquí?
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Entropía: El Reino de Dhagmarkal
Ciencia FicciónWoklan despierta sobre un charco de sangre dentro de una nave de La Corporación: la entidad encargada de explorar las líneas temporales. No recuerda nada, no sabe cuál ha sido el destino de sus compañeros y tampoco es consciente de que ha caído en l...