La cerrazón de Adamahy Kenneth

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Tomé aire lo más profundo que pude

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Tomé aire lo más profundo que pude.

Algunas de mis peores sospechas se habían confirmado, y Galius estaba al corriente. Salía de casa del viejo mago cuando agarré el teléfono para llamar a Aneth, mientras caminaba por la calle de un lado para otro.

Un tono. Dos...

― ¿Has sentido el viento, Dakks? ―contestó su voz al otro lado de la línea, más seria que de costumbre.

Adoro tratar con gente que entiende de qué hablo. Gracias Anet.

―Por eso te llamo ―suspiré―. Han encontrado cadáveres en Kurnell, en los límites de la reserva de Botany. Creo que hay un paria en la zona, y a juzgar por cómo han quedado los cadáveres diría que es el más fuerte del que he escuchado hablar jamás antes ―admití, preocupado.

Se hizo el silencio.

―Escúchame Dakks ―apremió―. No tengo mucho tiempo, mis compañeros llegarán en seguida. Pero creo que hay algo que se te está escapando. Necesito investigar, pero quizás pueda ayudarte. Hablamos mañana, en el recreo. En los baños averiados del último piso.

Colgó el teléfono.

Un fenómeno. Bufé. Esta chica es un fenómeno cuando se la necesita, me dije con sarcasmo. A la mierda todo.

Eché a correr hacia casa, porque me esperaba una grande. Una digna del día sesenta y dos. Y una noche que nunca podría olvidar.

***

Media hora más tarde, y como me había propuesto, había logrado reunir a Luca y a Amy en el viejo desván para una intervención de circunstancias, más que necesaria. Sicilia ya estaba al corriente de a qué nos enfrentábamos. No así Adamahy Kenneth, quien, por el momento, era incapaz de entender nada. Y llevaba diez minutos andando nerviosa de un lado para otro del desván.

― ¿Y bien? ―preguntó, sentándose por fin sobre una vieja y destartalada mesa que se apilaba a un lado de la enorme sala junto a varios baúles polvorientos y un viejo piano de cola que ella había liberado del paso de los años y arreglado poco a poco desde que estábamos allí, para poder subir a tocar de vez en cuando.

La luz del atardecer entraba por los ventanales y se escuchaba el viento golpear las carcomidas maderas de las cerchas del tejado.

― ¿" Y bien" qué? ―tercié, sorprendido.

― ¿Para qué tanto secretismo? ―espetó, inquieta, mirándome todavía sin comprender lo más mínimo a qué se estaba enfrentando― ¿Se puede saber a qué narices "nos enfrentamos"? ―terminó matizando aquel nos enfrentamos con un leve, o no tan leve, deje de sarcasmo mal disimulado.

Luca y yo intercambiamos una mirada de circunstancias. Él asintió con seriedad.

Quizás no estaba preparada. Pero en ese momento no creí tener otra opción.

SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora