7. LA VIDA QUE PERDÍ

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Creo que una de las grandes verdades de vivir es que unos lo hacen por más tiempo que otros. Unas personas tienen más que suficiente para marcharse y deciden poner fin a todo prematuramente, desesperados por no encontrar arreglo a situaciones que los atenazan, mientras que otras personas abandonan la vida deseando continuar en ella.

Sé muy bien de qué hablo, para mi desgracia. Pero antes de conocer a los humanos ignoraba que ellos pudieran comprender a qué me refería cuando decía que para los sladers la vida es injusta, y demasiado corta. Dudaba que pudieran entender que tenemos que vivir deprisa, y morir jóvenes. El final inesperado del primer periodo lectivo me había enseñado muchas cosas, y me había ayudado a aceptar que el drama de las personas que se marchan antes de tiempo no se reducía a nosotros, ni al salvaje Norte. Y fui yo quien comprendí. Por fin entendí que todos existimos para la muerte de forma injusta y aleatoria. Pero quiero creer que cuando esta broma pesada que parece ser la vida haya acabado, estaremos en condiciones de reunirnos y comenzar de nuevo.

Fue a finales de Julio. Allí cuando todavía tienen clase en Australia, y después de volver del segundo periodo de vacaciones. Había asistido a la siembra y a los cánticos del verano. Ese verano en Infierno Verde, en el que mis padres me repitieron una vez más que no me fiase de nadie en la capital y pude ver con mis propios ojos como la tensión, ya presente en la ciudad de las grandes torres y sus alrededores se hacía manifiesta en continuas protestas por una vida mejor. Y aterrorizado por cómo podía terminar aquella escalada de tensión, y por estar lejos y no poder hacer nada para ayudar a mis padres y mis hermanos a vivir con ella.

Había vuelto a Kurnell con la esperanza de poder seguir aprendiendo cosas que el día de mañana me ayudasen a cambiar algo, y con el corazón encogido porque la ausencia de Agnuk me volvía loco cada vez que regresaba al Salvaje Norte, y creaba en mi vida un vacío que nunca se llenaría. Esa segunda vez, casi sentí alivio al abandonar el lugar más hermoso del mundo.

Pero cuando regresé a mi pequeño paraíso humano jamás hubiera imaginado que el siguiente mes acabaría con el único resquicio de paz que creí haber hallado en el mundo.

No todas las reacciones humanas habían sido buenas tras descubrirse mi secreto. Mis compañeros se esforzaban cada día por entender mis múltiples costumbres, igual que yo por las suyas. Aunque no siempre terminaban de entender. Pero ellos no eran el problema. El problema era que en el instituto había una buena parte del alumnado que no llegaba a ver con buenos ojos que yo existiera. Y lo demostraban haciéndome el vacío y rompiendo el ambiente de convivencia sana que se había respirado durante el primer cuatrimestre. No importaba que les hubiera salvado la vida. La mitad de mis compañeros de clase ni me miraba.

Pero ese iba a ser, por el momento, el menor de mis problemas.

Ahora lo puedo decir. La paz no existe. Y aquel mes de agosto fue para mí como una canción triste. Así lo recordaré siempre. El tiempo en el que muere la esperanza y tienes que abrir los ojos a la realidad. Es como un nombre perdido que resuena en el viento. Como el paisaje salvaje visto desde la ventanilla de un tren. Un viaje fugaz, como la vida de aquella chica que había sido la primera en convertirse en algo parecido a una amiga para mí en lo que era para ambos una tierra extraña.

SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora