10. LOS PÁJAROS CELEBRAN LA LLUVIA

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Es mejor viajar poseído por la esperanza, que llegar.

―Acordaos de cogerlo todo ―repitió Alan, por enésima vez, antes de salir de casa―. El permiso de residencia, los documentos de identidad, y las notas ―suplicó, moviéndose de un lado para otro del salón, muy enérgico― ¡No quiero que ninguno se olvide de nada!, ¿Entendido?

Non ho capito, ¿Puedes repetirlo di nuovo? ―Se burló Luca.

Todos reímos.

―Lo tenemos todo, hasta las notas ―afirmó Miriam, sonriente.

Era la última semana en Australia por aquel curso. El último día del periodo. Solo quedaba una semana por delante para ponerlo todo en orden, y después, cada uno se iría a su casa a pasar las vacaciones de verano, desde mediados de diciembre hasta principios de febrero.

Tanto para mí como para Miriam y Luca resultaría extraño porque al volver a nuestros respectivos hogares regresaríamos al invierno. Los genios pasarían las Navidades en casa. Y yo, con suerte celebraría la vieja noche de los Fuegos Fatuos junto a mi familia. Una de las celebraciones más emblemáticas en toda dimensión habitada por no humanos en la dimensionalidad. El inicio de un nuevo año en Aztlán y en muchas la mayoría de las dimensiones paranormales.

Podría compartir ese tiempo con mi familia. Ponerme al día con Onan. Surfearíamos aquellas viejas corrientes de arena que venían del desierto, para entonces un gélido páramo. E Infierno Verde sería ya el Hogar de Nómadas. Acogiendo, a resguardo de la Selva de las Luces, los campamentos de Sombras que llegaban desde la vieja región de Arenas para sobrevivir al invierno, y en Áyax eran acogidos como hermanos.

Me tocaría volver a cazar y robar de las reservas reales durante muchas noches. Pero esa vez, y para mi suerte, no porque mi familia no tuviese qué llevarse a la boca, sino porque sabía que habría mucha gente en extramuros pasando hambre en ese momento, y cuando venían malos tiempos todo el Norte trabajaba unido para superarlos. No sabía cómo podían estar las cosas de difíciles en ese momento, pero procuraría trabajar junto a mi pueblo para superar todas las trabas que el gobierno central nos impusiera. La resiliencia es un rasgo propio de los habitantes de Áyax. Nos han arrasado más de mil veces, y siempre hemos sabido reconstruirnos y adaptarnos para aprender a vivir de nuevo. Y eso es lo que haríamos.

También me tocaría hacer gala de la resiliencia en el terreno personal. Puesto que había llegado el momento de enfrentar de forma definitiva la realidad que más había temido durante todos aquellos meses. Noche tras noche. Desvelo tras desvelo. Tendría que asumir, de forma definitiva, que Agnuk no iba a estar allí cuando regresara. Aceptar que me tocaría visitar esas viejas montañas sin él, en busca de la corriente azul. Esa que siempre surcábamos juntos. Y vivir un poco por él, durante el resto de mi vida.

Aun así, y pese a todo, nada me hacía más feliz en aquel momento que la idea de volver a casa.

Es cierto que había llegado a querer a aquellas personas con las que llevaba viviendo tantos meses. Y más cierto todavía que a esas alturas amaba con todo mi corazón a Adamahy Kenneth. Pero sentía la necesidad de regresar junto a mi familia. Una necesidad que se volvía mayor con forme avanzaban las horas y me sabía más cerca de encontrarme con ellos. Quería sentirme lejos de Mok. Lejos de los ministerios. Y lejos de Stair. Aunque, no fuese una lejanía real y supiera que podía encontrarme allí donde fuera. Esa lejanía aparente era una necesidad para asimilar todo lo que estaba por venir. Y la anhelaba demasiado. Como cuando añoras algo que ya no va a volver, pero aún vive dentro de ti, y tu inconsciente conserva la esperanza de recuperarlo. Por estúpido que te sientas esa sensación no te abandona hasta que los años pasan y el dolor se vuelve soportable. Porque el dolor nunca desaparece. Solo aprendemos a vivir con él.

SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora