Dolor y decepciones

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Algunas horas después emprendí el camino hacia casa. Sin el trabajo planteado, pero con una conversación a mis espaldas que había abierto algo muy profundo en mi interior y hacía que muriera de miedo por el mero hecho de existir.

Anet lo había visto.

Había visto que en mi interior había algo hacia alguien, y que ese algo era lo mismo que ella sentía por Han. Ella había podido llegar a saber que escondía ese tipo de sentimientos en mi interior hacia alguien, lo que quería decir que en aquel momento yo ya me había condenado, y había condenado a otra persona a amarme y perderme, hasta que todo acabase, y por los días de su vida.

Ahora es cuando lo admito.

He visto morir a más personas de las que recuerdo. Y a muchas las quería. He visto repetirse esta historia, cientos de veces. He conocido lo que da nombre al amor y lo que lo resquebraja y lo vuelve pedazos, y he visto a la muerte segar ese invisible y rojo hilo que une de forma indisoluble a dos personas por cuanto sus vidas significan.

... y siempre me juré que no le haría esto.

Me juré que para mí no habría chica.

Y, después de todo, no podía negar que esa chica ya existía. Que siempre existió. Porque siempre soñé con ella, desde niño.

Por eso el día en que la vi en aquella foto mi corazón se detuvo. No era su belleza, que también. No era la idealización de una personalidad inventada por deseos intrínsecos de procreación y satisfacción sexual o sentimental. No era nada de aquello. Solo era ella, y que, trayéndola ante mí, el destino me había encontrado de nuevo. Porque siempre lo hace. Y asusta. Más de lo que cualquier cosa asusta.

Adamahy Kenneth vivía conmigo, y yo la llamaba amiga. Posiblemente aún ignoraba ese sentimiento que yo sabía que no podría ignorar más. Y entre aquellos pensamientos retomé mis pasos, mientras se desataba en mi interior el más grande dolor que asumirá jamás un slader en su vida, aquel que te responsabiliza de la desgracia futura de la persona a la que más amarás mientras seas persona.

Completé el camino de vuelta a casa tratando de apartar de mi esos pensamientos.

No podía permitir que aquel temor que ahora tenía nombre se apoderara de mí, y me forcé a pensar en otras cosas que nada tuvieran que ver con ese miedo, ni con la sombra de la culpa oprimiendo mi pecho por el mero hecho de existir.

Pensé en que era afortunado de que Anet fuera mi amiga. En que rebosaba ideas, inquietudes, y sabiduría oculta. Y en que con forme más la conocía, más descubría a una persona que, al igual que yo, vivía de sentimientos, de verdades, de miedo, y de rabia.

Entre todo aquel barullo mental llegué a la puerta de casa y me atreví a entrar con aire pensativo, y taciturno.

De vuelta en casa.

SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora