Aquella noche, ya de vuelta en casa, me senté en la vieja mesa de la cocina. Sumido en la oscuridad. Por las noches cortaban la electricidad, y tampoco había querido malgastar una vela. Todo lo que necesitaba era tocar la madera. Sentir el olor de mi hogar. Y encontrarme conmigo mismo. Pensar en cómo podía preguntarles a mis padres todo lo que me rondaba la mente. En hasta qué punto era necesario preguntar. Ya no sabía hasta qué punto podía fiarme de nadie.
Esa tarde había llegado y después de saludar e instalarme me había marchado en busca del viejo Arnold. Porque quería respuestas. Quería que terminase de decirme todo lo que no le había dejado decirme. Quería preguntarle de qué conocía a Faruk. Qué le unía con la alquimia y con el destino. Y por qué había sido valiente en atreverse a hablarme de aquello. Quería respuestas. Y las quería ya.
Pero para cuando llegué su casa estaba vacía. Y una vecina me dijo que había muerto durante el invierno.
Me invadieron la frustración y una extraña sensación de vacío. De tener respuestas que ya nunca serían respondidas. De tener miedo porque nunca conseguiría saber quién era sin tener que preguntar directamente a mis padres. O quizás tener miedo de encontrar respuestas.
Me había sentido muy vacío de regreso a casa, y me había excusado diciendo lo cansado que estaba del viaje, y que mañana les contaría todo con pelos y señales. Tratando de mostrarme alegre y agradecido. De recalcar lo mucho que había aprendido. Y que ya no odiaba tanto a los humanos como creía. Pero ese vacío no se fue. Nunca se iría. Porque aquel lugar era mi casa, pero también había entendido que un hogar está donde están las personas que amas. Pero Agnuk ya no estaría más allí. Todo había perdido el sentido. Era como si el tiempo se hubiera detenido dentro de mí, y mientras tanto hubiera transcurrido una eternidad a mi alrededor.
Trataba de meditar en la oscuridad cuando unos pasos bajando la escalera me sobresaltaron. Sabía que era mi padre.
Cruzó el salón a paso lento pero decidido, y ocupó una silla, justo frente a mí. Hizo llegar una vela desde la encimera de la cocina, y la encendió con un sencillo hechizo. Una penumbra cálida y silenciosa se adueñó del piso de debajo de mi casa. Nos observamos sin mediar palabra.
―¿No duermes, Eliha? ―preguntó mi padre varios minutos después.
Tomé aliento y exhalé despacio.
―He ido a ver al viejo Arnold esta tarde ―admití sin rodeos―. Me han dicho que murió durante el invierno.
Mi padre suspiró.
Se levantó y se dirigió hacia la cocina, en donde comenzó a hervir el agua aprovechando las brasas de la cocina de leña. Para preparar un té.
Se giró, apoyado en la encimera y me observó.
―No te creíste lo de que murió de frío, ¿Me equivoco? ―preguntó con tranquilidad.
Negué con la cabeza. Aunque no me atreví a decir nada.
―Yo tampoco lo creí ―admitió―. Creo que Arnold sabía demasiadas cosas que alguien importante para la dimensionalidad consideraba peligrosas.
En ese momento me morí de miedo.
―Arnold habló conmigo antes del funeral en Amarna ―confesé.
Esperaba pillarle de sorpresa. Pero no fue así.
Mi padre guardó silencio y, mientras el agua comenzaba a hervir vertió los pétalos de flores del bosque en la cazuela. Espero un par de minutos, revolviendo el agua. Y después sirvió el té en dos tazas de barro. Las tomó y las colocó en la mesa. Una para cada uno.
El té siempre se había bebido en mi casa. Recogíamos pétalos de flores durante la primavera y el verano para tener reservas todo el año. Era una actividad familiar. Casi una tradición. Mis padres tenían un pequeño puesto en el área comercial de zircuo, en donde vendían o intercambiaban té. Y con habíamos sobrevivido diecisiete años. Puede que más, desde bastante antes de que yo llegase a este mundo.
―Te advirtió que tuvieras cuidado ―aventuró dejándome muerto de miedo―. Y no le faltaba razón, Eliha ―suspiró―. No eres como los demás. Puedes, o algún día podrás, hacer cosas con las que un slader nunca podría soñar ―admitió―. Ella así lo quiso, y no cuestionaré su voluntad. Debes prometerme que serás prudente, más de lo que nunca has sido. Y que aunque implique dejar ir aquello que amas, te asegurarás de seguir con vida.
No entendí nada de lo que acababa de decirme.
―No creo que mi vida sea más importante que ninguna otra...
Me observó, con preocupación.
―Seguramente le dijiste lo mismo al viejo ―sonrió―. Y estoy orgulloso de esa respuesta, porque es esa respuesta la que me dice que sigues siendo mi hijo. Y que algún día serás un buen hombre.
Se hizo el silencio. Por largo rato.
― ¿Entonces no tienes respuestas? ―pregunté al fin.
Suspiró.
―No soy la persona que ha de darte esas repuestas ―explicó con tristeza―. Ella tiene su plan, para cada uno Eliha. Y en el momento apropiado se encargará de hacerte saber el tuyo. Todo lo que puedo pedirte es precaución, y que seas discreto con tus habilidades.
Asentí.
―Las cosas no están bien por aquí, Eliha ―admitió―. Ha sido un invierno muy crudo, y el Norte despertará en algún momento.
―¿Planean sublevarse? ―pregunté, asustado.
Guardó silencio.
―Una sublevación no se planea, Eliha ―suspiró, dando un largo sorbo a su té―. Simplemente ocurre.
Guardamos silencio, y yo también bebí de mi taza. El calor del agua fluyendo desde mi garganta reconfortó mis entrañas.
―Pero el invierno siempre es crudo, papá ―atajé―. ¿Qué lo ha hecho diferente este año?
Sus ojos se perdieron por la ventana.
―El rey se ha negado a compartir sus excedentes con extramuros ―concluyó mi padre con gravedad.
Me quise morir en ese momento. En toda la historia, el rey del Norte siempre había velado por cada miserable habitante de Infierno Verde. Por eso las gentes del Norte lo respetaban y seguían manteniendo una monarquía electiva.
―¿Cómo ha podido hacer eso? ―pregunté, indignado―. Habrá...
―Muchas personas han muerto por aquí, Eliha ―admitió con tristeza―. Si no hubieras tomado tu decisión, Ella habría firmado otra suerte para todos nosotros.
Me llevé las manos a la cabeza.
―No entiendo por qué ha...
―No tenemos respuestas, Eliha ―confesó, encogiéndose de hombros―. Solo sé que o esto es algo pasajero, o el Norte acabará estallando.
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SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]
Paranormal"Eliha tiene dieciséis años, aunque ni siquiera sabe si cumplirá los diecisiete. Le gusta matar, o al menos eso se dice, para poder seguir matando. No quiere creer en las viejas historias que subyugan a la realidad en la que vive. Pero sabe que la...