9. EL DESERTOR DE PARNASSOS

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La crueldad es la fuerza de los cobardes,

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La crueldad es la fuerza de los cobardes,

Y la verdad un cerebro que habla.

Oculta, un amigo que espera;

olvidada, un alma que perdona;

destruida, un corazón que llora.

Aquella noche había sido terrorífica.

Un sueño muy extraño se había repetido dentro de mi cabeza sin descanso. Y había sido incapaz de desasirme de él. Despertaba cuando acababa, me rendía al sueño de forma inevitable, e iniciaba de nuevo.

Aquellos ojos verdes con destellos amarillentos me observaban desde la oscuridad. Pero él no estaba en la oscuridad, el que estaba perdido en la nada era yo.

Y es que no había nada que pudiera ver, salvo el resplandor de sus ojos. Esas dos linternas verdes que daban vueltas a mi alrededor. Se movían con rapidez. Se acercaban y alejaban repetidas veces de mí, como las luces de un faro en mitad de la noche. Murmuraban palabras a mi alrededor, pero no podía entenderlas. Eran susurros lejanos entre el viento. No distinguía su voz, no la conocía. Hablaba en muchas lenguas que, por aquellos días, me eran todavía ajenas, como intentando dar con una que yo pudiera entender.

Las últimas palabras de Anet se repetían en bucle hasta dejarme sordo: ¡Quiere verte muerto, Dakks! Por eso te quiere cerca, por eso te ha traído hasta aquí...

Le escuché gritármelas de nuevo. Más de mil veces. Hasta que retorné a esa oscuridad de la que nunca había logrado salir.

Más cosas se movían a mi alrededor, en la absoluta penumbra. Risas, susurros, hasta que, de repente, aquellos ojos verdes se acercaron hasta mí.

Vestía como un rastreador. Pero pronto me percaté de que el tatuaje de su frente, la espiral mágica, no era roja como les era propio, sino negra. Había sido un rastreador, pero ya no lo era.

No me costó reconocer su rostro.

Era él. El hombre al que había jurado matar más de un millón de veces. El Desertor de Parnassos.

Su rostro lucía como el que había visto en aquel periódico que cubrió la matanza la noche que el portal dimensional se abrió y arrasó la ciudad de Ayax. La misma noche que Agnuk emprendió su último viaje.

El traidor estaba ahora ante mis ojos. El cínico que había abierto aquel portal por algún motivo que solo a los Dioses les correspondía entender, y que yo jamás comprendería. El rastreador que traicionó a su estirpe y huyó. El mismo que seguía en paradero desconocido, perdido en algún confín de la dimensionalidad. Aguardando la suerte que merecía.

Quería matarle con todas mis entrañas. Pero era incapaz de moverme.

A escasos minutos del amanecer, su rostro se acercó hasta mí. Y esos escalofriantes ojos clavaron sus pupilas en las mías. Por fin habló mi lengua y sus palabras se hicieron inteligibles;

SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora