En los dos días siguientes evité toda conversación posible. No quería nada más que estar solo.
Intenté Ignorar aquella sensación que me oprimía el pecho y me aterrorizaba. Intenté no pensar en Anet y en todo lo que implicaba el por qué había muerto, o el mero hecho de que estuviese muerta.
En lugar de seguir pensando, traté de concentrarme en hacer las láminas de dibujo técnico y el trabajo de filosofía. Pero no podía engañar a nadie, era incapaz de pensar. Estaba atorado era como si todos los pájaros de mi mente hubiesen volado hacia otro universo. Como si todas las barbaridades que de normal me asaltan de súbito y siempre terminaban por darme alguna idea útil se hubieran esfumado de súbito. O como si jamás hubieran estado ahí antes. Porque no importaban. Ya no.
No me quedaban fuerzas para enfrentar aquella situación. Y el sábado por la tarde lo mandé a la mierda. No iba a adelantar el trabajo de un mes en un fin de semana, y parte de crecer es aprender que habrás de asumir tus actos, con lo bueno y con lo malo. Era hora de afrontar las consecuencias de mis elecciones. Y de pensar en algo que iba más allá de los problemas que tenía la mayoría de la gente. Era el momento en que me tocaría revivir, de verdad, todo lo que sentí cuando perdí a mi mejor amigo.
Porque tenía que aceptar que Anet y Agnuk se habían ido.
Y solo fui verdaderamente consciente aquel domingo, cuando me encontré en la carretera temprano, enfundado en mis viejas botas y mi ropa de caza, camino de su funeral. Fui la única persona del instituto que asistió. Ni siquiera sus compañeros de piso pudieron ir. A mi me avisó Han, quien tampoco estaba invitado, pero que había decidido pasarse por ahí de todos modos.
Aquel día hubo muchas personas en la orilla del viejo río negro. Han y yo solo pudimos asentarnos en un extremo de la orilla este, cuando el acto se celebraba en la oeste. Y tratamos de ser discretos, porque el funeral en sí lo fue. Las circunstancias de la muerte de Anet se encubrieron. En la prensa local se dijo que había sido un terrible accidente. Tan solo unos pocos de los allí presentes sabríamos la verdad.
Los funerales en Mok no son como los vuestros. Ni son como los nuestros. En cada tierra existen unos ritos, y cada raza tiene los suyos propios. Pero no cambia la cantidad de gente que puede ir a ver a la hija de un poderoso mandatario en su último viaje.
Allí hubo personas que Han y yo conocíamos, como nuestros profesores. Y muchas otras a las que jamás habíamos visto antes, en su mayoría dignatarios a quienes su padre conocía. Aquel hombre no pudo hacer nada para evitar que Stair se llevase a su hija por delante. Me odiaba, por alguna razón, como el propio Dimitrius Stair. Pero también doy fe de que el padre de Anet habría cambiado la vida de cualquiera de aquellas personas por la vida de su hija. Y de que si la alejó de mí fue para protegerla, porque él sabía el peligro que suponía para Anet que fuéramos amigos.
Pero la realidad es que estaba roto. Y lo estaría hasta el día en que Ella volviera para poner fin a su vida. Porque ningún padre, ni en vuestro planeta Tierra ni en el séptimo confín de la dimensionalidad puede sobrevivir a la muerte a un hijo. Quizás su cuerpo siga existiendo, pero su corazón nunca se recuperará.
Sostuve a Han cuando se rompió al verla sobre aquella balsa en llamas. Hermosa y dulce, como siempre fue. Vestida de blanco porque para nosotros es el color del luto, y con las manos sobre el pecho.
Su cuerpo se lo llevó el río hasta la gran catarata, que la conduciría al corazón de la tierra. Allí de donde nunca regresas.
Han y yo nos quedamos allí, hasta que la orilla este se vació por completo y el cielo se abandonó a una noche estrellada. En completo silencio.
No sé qué le puedes decir a alguien cuando ha perdido lo que más amaba, y sabe que nunca volverá a amar. Ni lo sabía entonces, ni lo sé hoy. Así que todo lo que hice fue quedarme allí sentado, a su lado. Hasta que habló él.
―Ella se fue en paz con su sacrificio, Eliha.
Sus palabras me desconcertaron, me pillaron por sorpresa. Pero él podía ser quien mejor lo supiera.
― Lo sé ―admití.
―No sé por qué le hicieron esto ―dijo, con una voz aséptica y gélida, tan cargada de ausencia que el vacío la inundaba―, pero sé que ella creía en ti. Seas lo que seas. Y yo lo haré mientras esté vivo ―anunció con convicción―. Nunca podré vengar su muerte, pero quizás, algún día, tú sí que puedas. Y haré lo que sea para que eso ocurra.
¿Cómo?
― ¿Ella te dijo...? ¿Qué te dijo, Han?
―Apenas pudo explicarme nada ―admitió―. Solo le dio para decirme que me quería, y decirme que en algún momento estarías en problemas, y que, si llegado el momento lo necesitabas, debía seguir allí para protegerte ―anunció, con firmeza, mirándome con una seguridad que asustaba―. Y así lo haré mientras esté vivo.
Ambos nos escudriñamos por unos instantes, y él asintió, levantándose, y tendiéndome la mano para que lo imitara. Yo la agarré, firme. Y, una vez en pie, nos estrechamos el antebrazo.
―Ella te quería con todo su corazón, Han. Y te quiere allí donde haya ido ―Le dije―. Puede que ya no puedas abrazarla nunca más, pero siempre viajará contigo. Allí donde vayas.
Asintió, en un esfuerzo sobrehumano por contener sus lágrimas y sostener mi mirada. Sonrió, orgulloso.
―Es lo que tiene el amor, Dakks. Nunca dejes que se vaya ―Me pidió con un hilo de voz, pero sonando firme―. Porque por mucho que duela, siempre habrá merecido la pena.
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SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]
Paranormal"Eliha tiene dieciséis años, aunque ni siquiera sabe si cumplirá los diecisiete. Le gusta matar, o al menos eso se dice, para poder seguir matando. No quiere creer en las viejas historias que subyugan a la realidad en la que vive. Pero sabe que la...