Si unas horas atrás hubiera sabido lo que me esperaba habría echado a correr. Habría puesto rumbo a Áyax, y nunca habría vuelto. Habría rezado todo lo que recordaba. Y habría buscado la manera de sacarlos de allí. La forma de alejarlos de todo aquello. De protegerlos. Habría encontrado la forma de salvar mi vida, salvándoles a ellos.
Pero la vida es corta y el destino cruel. Y nosotros un grano de arena en el desierto, aguardando a la tempestad para viajar lejos sin hallar retorno posible. Porque, al final, siempre estamos solos.
Aquella noche soñé con ellos. Durante horas.
A mi mente regresaron los viejos días de verano. Esos momentos en los que mis padres nos enseñaron a Onan, a Sarila y a mí todo cuanto debíamos saber de la vida. Los viejos días en los que que aprendí a amar el Norte. En los que adquirí una identidad. Y me forjé mi propio nombre. Las cenas en casa de Agnuk, con mis hermanos, con su padre y con mis padres. Las aventuras en el desván en donde el azar decidió legarnos un viejo libro de conjuros que las veces armaban serias barbaridades que luego teníamos que arreglar entre Onan, Agnuk y yo, mientras Sarila corría a chivarse a mis padres y ellos nos recordaban, una y otra vez, que la magia era una gran responsabilidad.
Fue un sueño hermoso. Pero mi sensación al despertar no fue hermosa. Recuerdo sentir cómo aquel viejo olor me ahogaba. Y esforzarme por seguir respirando. Por calmar mi corazón, agitado en mi pecho, que todavía ignoraba qué mierda pasaba muy lejos. Exactamente, en casa.
Cuando desperté todavía era de noche. Y estábamos de excursión. Dormíamos en tiendas de campaña en medio de ese hermoso camping desierto al que Alan nos había llevado en varias ocasiones. Vacío salvo por tres o cuatro tiendas más. Habíamos estado surfeando en una buena rompiente que Alan había prometido enseñarnos hacía tiempo y había sido un día increíble. Alan había invitado también a Galius, a quien no hacía mucho que conocía ―y con quien mantenía una buena relación comercial con vistas a mejorar sus experimentos con nuevas parafinas para tablas de surf― para que pudiera recoger algunos ingredientes que se podían encontrar en esos bosques.
Así que aquella sensación de angustia, y su presencia, me cogieron de sorpresa. Tan de sorpresa que todo lo que pude hacer fue despertarme gritando, y acabé por alertar a todos los demás.
En ese momento algo brilló afuera. Entre la oscuridad total de la penumbra nocturna. Testigos mudos, las estrellas.
En seguida supe lo que era.
― ¿Sabes lo que es eso? ―preguntó Alan, visiblemente alterado, mientras señalaba fuera de la tienda que compartíamos todos. Los genios me observaron expectantes, aunque todavía luchando contra el sueño.
Recuerdo que salí de la tienda a toda prisa, y los demás tras de mi. Como si con ello la vida se me escapara, y no tardé en encontrarme frente a él. Era un webern. Y guardaba un mensaje que habría de ser de mi hermano Onan porque frente a mí volaba una enorme rapaz poseída por la magia. Era su sello de identidad. Las aves le gustaban más que nada y cuando un webern llegaba bajo esa forma siempre sabía que se trataba de un mensaje suyo. Alcé el brazo derecho para que la rapaz se posase sobre mi brazo.
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SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]
Paranormal"Eliha tiene dieciséis años, aunque ni siquiera sabe si cumplirá los diecisiete. Le gusta matar, o al menos eso se dice, para poder seguir matando. No quiere creer en las viejas historias que subyugan a la realidad en la que vive. Pero sabe que la...