No quiero verte muerto

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El jueves por la mañana me tocó dar muchas explicaciones a todo el mundo sobre por qué había vuelto de esa forma a casa, esto es, cubierto de magulladuras que ya se curaban, pero había sido difícil disimular. Me excusé diciendo que la tarde anterior me había tocado probar un nuevo truco de ilusionismo que consistía en que me lanzaban al mar atado con unas cadenas y sin la llave, y yo tenía que salir a la superficie. Expuse que la cosa se había complicado y que había tenido que forcejear más de la cuenta para quitármelas, por no mencionar que el mar estaba bastante bravo y me golpeé varias veces con las rocas del fondo. Alan solo me pidió que no llevase al límite mis capacidades. Que hiciera el favor de conservar el sentido común. Que solo mientras estuviera vivo seguiría siendo el mejor ilusionista del mundo. Yo le di la razón y no quise ofrecer más explicaciones.

¿Qué cómo se me ocurrió una excusa tan fantástica?

Sencillo. No se me ocurrió a mí. La inventó el genio de las excusas. Luca Antelami.

A esas alturas no os sabría decir qué habría sido de mi sin él en aquel proyecto. Fue una suerte que fuera el primero en descubrirme, y eso ya es un hecho.

El día transcurrió entre nervios, últimos repasos en las clases, y nada especialmente memorable. A la hora del almuerzo quedé con Anet en los baños en desuso del último piso.

― ¿Lo lograste? ―preguntó, preocupada, mientras caminaba de un lado para otro jugueteando con la mitad del pelo que no tenía rapado.

Asentí, orgulloso.

―No lo hubiera conseguido sin ti.

― ¡No digas tonterías, Dakks! ―Me cortó―. Yo nunca lo hubiera conseguido, ni con ayuda. ¡Eres un fenómeno! ―gritó emocionada― ¿Lo encerraste en una de las tramas? ―inquirió, mostrándose entusiasmada.

Me reí.

―Lo capturé en una de las trampas ―mentí. No porque Anet no mereciera saberlo, sino porque no creí prudente que nadie más pudiera acercarse a descubrir cómo había sido capaz de matarlo. Eso me habría comprometido mucho―. Y la convertí en una microdimensión que después sellé con un conjuro ancestral.

Abrió muchísimo los ojos, sin dar crédito.

― ¿Con un conjuro ancestral? ―preguntó, asombrada―. Nunca vas a dejar de sorprenderme, Dakks. Quién tuviera tus capacidades ―sonrió.

Quizás no debí decir eso.

―No sé cómo puedo hacerlo ―admití, después de todo―. Supongo que viene de la estirpe, ya sabes. Mi padre es un sombra, y desciende de un clan cuyo don es la intuición y la premonición...

―Y la otra cara de la intuición es la magia ―terminó, convencida―. Quien fuera medio sombra, Dakks ―afirmó, sentándose en el alféizar de la ventana, todavía sonriente.

―Por lo demás no me sirve de mucho ―Me reí.

―Tu mente es fuerte precisamente por eso. Es útil para mantener tus secretos a salvo ―concluyó.

Me sorprendió aquella respuesta. La observé frunciendo el ceño, en busca de respuestas.

―Todos tenemos secretos, Dakks ―suspiró―. Algún día quizás te cuente el mío ―dijo con una media sonrisa en los labios. ¿Te has asegurado de que no hay ningún converso? ―preguntó, cambiando de tema tan abruptamente que me descolocó.

Mi rostro cambió. Lo cierto es que no lo había hecho.

―No sé cómo hacer eso ―admití.

Suspiró.

SLADERS (I). UN CAMINO BAJO LAS ESTRELLAS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora