Capítulo 19. 2/3

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Emilio black:

El cuerpo del joven empezaba a doler, pero los recuerdos en su mente, eran su Dios. Aquello lo hacía delirar, a pesar de estar con una resaca horrible.

Unos quince minutos después se despertó y maldijo al darse cuenta que había dormido en el suelo sin necesidad, pues había pagado la habitación de un muy buen hotel; pero no le dió mucha importancia a aquello, nada más al recordar el olor que desprendía el cabello de aquella muchacha lo volvía loco. Quería nuevamente eso, estaba demente y necesitado por querer un momento más con esa mujer; pero su mente se preguntaba ¿Donde carajos vive? ¿Cómo se fue?...

Recordó como su madre le decía: si te saca una sonrisa de sólo pensarla entonces buscala mí bebé.

Aquellas oraciones era una de la que más recordaba de su madre. Aquella mujer sabía que le inculcó los mejores valores, aún con todo lo que vivió.

Así que sin pensarlo sus labios se aplanaron y las comisuras de sus labios se estiraron formando una sonrisa... Caminó por toda la suite, y maldijo nuevamente por haber llegado hasta allí. Ese lugar que representaba momentos de su vida que no quería recordar. Cada vez que estaba allí, tomaba de la botella de wisky. Era totalmente ilógico que él hubiese llegado sólo a ese lugar, y se odió por ello.

Caminaba y caminaba por los los lados de aquella cama matrimonial, y su mente era totalmente ocupada por esa mujer, hasta que en una fracción de segundo lo recordó.

—¡Mierda!– exclamó arrojando el vaso de wiskhy contra la pared.

Era el maldito de su padre. Siempre estaría ahí para arruinarlo todo. Lo odiaba con su vida...

Caminó hasta la puerta, agarró el pomo entre sus manos y la abrió. Llegó hasta el ascensor y marcó con sus dedos la planta baja. Era hora de enfrentar lo que más odiaba. Su mente lo taladraba de pensamiento y recuerdos como ese, en el cual tenía que enfrentar a su padre, y las cosas nunca salían bien.

¿Porqué no podía tener una vida normal? Ni él lo sabe. Dios le había dado paz enfrascada en el cuerpo de su madre, y siempre se preguntaba por qué se la había arrebatado.

Finalmente llegó hasta la planta baja, caminó hasta la salida y visualizó un Audi negro A-3. Lo reconocía a la perfección, era uno de los hombres de su padre. Siempre los enviaba a sus trabajos sucios.

Llegó hasta el auto y seguidamente se adentro en el. En su interior estaba aquel hombre con rasgos de anciano, el cual su traje de chofer lo hacía ver más viejo aún. Carlos era un hombre agradable en ocasiones, llevaba muchos años trabajando para su padre; pero no porque le agradara del todo, sino por su familia. Eran algo pobres hace muchos años; pero de un momento a otro el padre de Emilio lo contrató y le pagó jugosas cantidades de dinero por hacer una "Carrera rápida", y ese pobre hombre nunca se negó, pues su hija mayor era diabética y necesitaba de la costosa insulina diariamente.

El día apenas comenzaba, y la universidad y su padre espadaban por él. El nerviosismo era inevitable, con su padre nunca estaría seguro de lo que podría pasar.

El chofer condujo muy rápido hasta aquella casa donde vivía. Al bajarse del auto vió a su padre en el portal de la casa. En sus manos llevaba el bastón de castigo, y sabía que eso no terminaría bien.

Estaba harto de esa vida, y de las amenazas de su padre; muchas veces sufrió de arranques y abandonaba aquella casa, pero su padre siempre se encargaba de recordarle ciertas cosas, una amenazada y él se veía obligado en volver. Lo único que agradecía, era que su madre no pudiera ver la vulnerabilidad que infligia su padre en él.
Caminó con pasos marcados y decididos hasta llegar a él. Ese hombre de tez blanca, y de traje impecable que tanto odiaba.

—Hazlo ya.– le susurró.

—¿Porqué lo hiciste ahora? ¡¿A quién carajos ibas a ver?!– lo golpeó.— Seguro que fue a ver a los amantes maricas.

—Tú eres el único marica "Padre". Me tuviste por un placer y me criaste por un "Deber". Hubiese preferido que obligaras a mamá en abortarme.– exclamó.

—Entra a la casa. ¿Quieres saber algo de tú maldita madre? Pues te lo diré.– le gritó aquel hombre con ese tono amargo en la voz que lo caracterizaba a la perfección.

—No permitiré que levantes calumnias de mí madre. – lo amenazó haciendo un ademán con su dedo índice. — ¿Porqué no lo hacemos rápido? Como a tí te gusta, "Padre". Anda, golpeame tan fuerte hasta quedar inconsciente en el piso.

—Te espero en el mueble Emilio, te contaré una parte de la historia de mí vida. – dijo y se perdió por la puerta, hasta la cocina. Emilio entró y se sentó recelosamente en el sofá color vinotinto que había en el living. Poco después entró su padre caminando minusiosamente y finalmente se sentó en el frente de él.

—Hace unos veinticuatro años yo estaba en un burdel. Era muy famoso por poseer a las mujeres más exóticas y hermosa. Asistía a el cada viernes y sábado por la noche, llevaba unos dos años asistiendo a aquel lugar. Muchísimas mujeres pasaron por esta casa, y por mis oficinas. Tantas, que no estoy seguro de qué seas mi único hijo.– se levantó del mueble y se posicionó detrás de Emilio. Se acercó a su oreja y le susurró:— Las mujeres de ese lugar no me defraudaban nunca; pero llegó un momento en el que me sentí aburrido. Siempre eran las mismas mujeres, los mismos orgasmos, y los mismos cuerpos...  Hasta que llegó ella.. su cuerpo era la perfección encarnada, bailaba como una diosa, y era una perra codiciosa. Y, ¿Sabes quien era ella, hijito?

—No te atrevas..– le advirtió.

—Pues si me atrevo. ¿Y sabes porqué? Porque estoy diciendo la puta verdad. Esa ramera que volvía loco mi entrepierna era tu madre, era una vil y asquerosa perra que supó atraparme con sus malditos juegos de seducción. Esa desgraciada que se hizo pasar por enamorada, y se embarazó de tí a propósito... Por eso es que eres así, tan miserable... Porque llevas la sangre de ella.– le dijo y caminó hasta el minia bar y se sirvió un trago.

—Todo eso es mentira. – se negó a creer Emilio, mientras sus lágrimas se arremolinaban en sus lagrimales amenazando en salir.

—Claro que lo es, querido hijo. Y obviamente dirás "Soy una basura por llevar la sangre de una ramera, ¿Pero no por la de llevar la de mí padre? Pues... hoy es tu día de suerte, porque tengo una respuesta para eso.. Tú eres mi maldita creación, lo poco que has hecho con tu vida y con tus miserables estudios, son por mí, porque tú eres mí maldita marioneta.– gritó fuertemente y arrojó el vaso en el piso, haciendo que el mismo se rompiera en pedazos. — Tú estás atado a mí, por ser un marica.

—En menos de lo que te imaginas, padre...– le susurro Emilio a su padre. Si bien, él llevaba la sangre despiadada de ese hombre en sus venas, y él mismo tomaría cartas en el asunto, justo como lo hubiese hecho su adorado padre...

Solo por ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora