IV - Realidades

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A las 3:30 de la tarde ya estaba arreglada, me había enfundado un vestido suelto floreado, mi cabello lo llevaba en una cola alta y sólo me había maquillado un poco. Lucia sencilla pero aunque quisiera no podía aspirar a más, no tenía el dinero suficiente para comprar mejores atuendos y además me gustaba como me veía luciendo sencilla.

Nerviosa y ansiosa, esa era la definición de cómo me encontraba, no saber a donde me llevaría Eduardo hacía que mi estómago se apretara, esperaba que no fuese a uno de esos sitios demasiado lujosos y llenos de gente de alta alcurnia porque obviamente no encajaría.

Sacudí mi cabeza cuando mis pensamientos me traicionaron una vez más pensando en su dulce mirada ámbar, lo atento que se estaba comportando conmigo y lo distinto que era en comparación a otros de su clase. No sabía que estaba sucediendo en mi interior pero decidí reprimir todas esas sensaciones diciéndome que él era inalcanzable y que jamás podría optar por estar a su lado, nuestros mundos nos separaban y por ende debía mantener mis sentimientos a raya.

Oí una bocina sonar y agitada salí para cerciorarme de que era él, me acerqué y en el momento que salió del auto, mi aliento se atascó, se veía jodidamente sexy y no pude evitar verlo con amplitud, detallando su porte.

Llevaba un traje azul marino de confección y aunque estaba sonriendo se le notaba un poco cansado. Pensé que debía estar saliendo de su empresa y estaba haciendo esto por mi, así que le regalé una sonrisa tímida que correspondió ampliamente.

— Estás hermosa — susurró besando mi mejilla —, me convertí en meteoro para venir.

Mi mirada se encontró con la suya, no me había dado cuenta que había agachado la cabeza y ahora nuestros ojos se fundían.

— ¿Vienes de tu trabajo? — no pude evitar preguntar.

De cierta forma me sentí incómoda por ser una molestia y no dejarlo descansar.

Se le notaba el agotamiento mezclado con algo que no supe deducir.

— Si pero tranquila, primero iremos a mi casa para cambiarme y luego saldremos.

Niego con la cabeza tan pronto formula su idea.

— No, podemos salir otro día.

— De ninguna manera Amanda — cada vez que decía mi nombre, las cosquillas en mi estómago se hacían evidentes —. Me costó que aceptaras ésta invitación y no quiero excusas ahora.

Sonreí sin mostrar mis dientes, no me sentía del todo complacida con su decisión. No quería que se sobreexigiera por el simple hecho de querer salir conmigo. Ya habría más tiempo, él podía escoger irse a casa y no me molestaría, aunque si me desilusionaría pero no por él sino porque tenía muchas ganas de conocerlo.

Me tomó de la cintura llevándome suavemente al auto para luego abrir la puerta, me senté y coloqué el cinturón. Él hizo lo mismo al entrar y encendió el motor para ponerse en marcha.

No dije nada en el camino, me limité a mirar por la ventana como nos perdíamos en las calles y entrábamos a las urbanizaciones de la clase alta, las mansiones eran distintas la una a la otra pero excéntricas y lujosas al fin.

Estacionó fuera del portón de su casa y con el mando a distancia lo hizo abrir, aceleró y entró apagando el motor frente a la entrada.

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