VII - La Horrible Tormenta

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Don Agustín aparca el auto en el garaje de una casa modesta de una sola planta, a simple vista se ve descuidada pero no puedo juzgar cuando se trata de un hombre solo. Apaga el motor y aprovecho para bajar inmediatamente observando los alrededores, el barrio donde estamos es solitario y las casas estan medianamente distantes.

Él hace una seña para que lo siga y lo hago con cautela, al abrir la puerta lo primero que llega a mí es el olor a cigarrillos, haciéndome hacer una mueca de asco. Me desagrada ese olor y la casa está totalmente invadida por ello.

Tomo asiento en un sillón y Don Agustín se pierde en el pasillo que da hacia lo que creo es la cocina, me permito observar la decoración que es de color marrón y muy sobria, casi no hay adornos o cuadros en las paredes y la distribución de los objetos es desigual.

Me interrumpe un carraspeo y giro a verlo sosteniendo en sus manos dos vasos de vidrio con algún líquido dentro.

- Lo siento no bebo alcohol. - digo suponiendo que de eso se trata.

- Sólo bebe un poco. No te caerá mal. - dice tendiéndome el vaso y dándole un trago. Lo sujeto pero no bebo.

- Mejor empecemos a sacar esas cuentas. - le digo levantándome.

Quiero terminar lo más pronto posible para irme a casa. No me gusta la privacidad que tenemos aquí.

- Oh vamos Amandita, bebe un poco. Relájate y ahora nos ponemos en eso. - dice sonriendo socarrón.

- Disculpe pero hay cosas que hacer y prefiero terminar pronto. - él aprieta la mandíbula ante lo que acabo de decir y da un paso hacia mí, instintivamente retrocedo dos mirándolo seria pero terriblemente nerviosa.

- Te recuerdo que estás en horario de trabajo. - escupe con rabia en la voz.

Me quedo estupefacta ante su tono demasiado serio. Su mirada casi me atraviesa y me causa un desagradable escalofrío.

- Si pero tengo que regresar a las 12:00 del mediodía cuando culmina mi jornada. - trato de mantener la seguridad en mi voz pero su intimidante mirada me lo hace difícil.

- Como sea, vamos. - exige y camina hacia otro lado de la casa.

Cada segundo que transcurre me convenso más de que ha sido un error haber venido aquí.

No sé por qué pero pensar en que posiblemente esté en la mismísima cueva del diablo me pone los pelos de punta y me hace querer huir. Camino detrás de él y me detengo cuando abre la puerta de una habitación.

- ¿Su habitación? - pregunto con nerviosismo.

- Mi oficina. Aquí trabajaremos. - trago saliva y veo hacia dentro de la habitación. Hay un escuálido escritorio en una esquina con varios documentos encima.

Respiro hondo y trato de alejar todos los pensamientos que me hacían imaginarme de que ésta era su habitación y decido entrar. Me detengo en el acto en medio de la puerta viendo hacia al lado opuesto y me doy cuenta de que es su habitación. Los nervios magullan en mi interior y pienso dar un paso adelante pero éste me empuja y cierra la puerta colocando pestillo.

Me mira y de repente comienza desvestirse sin importarle mi presencia. Me abrazo fuertemente pidiendo ayuda en silencio pero sé que nadie podrá ayudarme. Mi única solución es escapar.

Su torso queda desnudo y aparto la mirada inmediatamente ante la repunante imágen. Lo escucho acercarse a mi y mi cuerpo comienza a temblar. No sé de lo que es capaz y tampoco soy consciente de lo que quiere conmigo.

- Por favor no me haga daño. - pido en ruegos.

Él sonríe pícaramente lo que me hace revolver el estómago.

Eterno © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora