XV - Preocupaciones

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Apenas y podía mantener mis ojos abiertos luego de haber pasado una noche en vela, cuidando a Sofía, pendiente por si necesitaba algo o si llegaba a caerse de la cama. Pésima fue mi noche y las ojeras que se marcan debajo de mis ojos lo dicen todo. Me levanté con un sueño pesado encima, con ganas de seguir durmiendo y faltar a la empresa pero no podía darme ese lujo ya que mi sentido de la responsabilidad y el respeto me lo impedían. Serví nuevamente café en mi taza para tratar de quitar la pereza que llevaba encima par luego ir a mi habitación, abrir la ducha en agua helada y dejarla correr mientras me desvestía.

Me dejé llevar por las lluvia fría que lentamente fue despertando mis sentidos. Me había levantado más temprano que de costumbre, para precisamente hacer lo que estaba haciendo en ese momento, ya que la mala noche que había tenido no iba a dejarme tener un día productivo si no conseguía una solución. Tras unos minutos salí envuelta en una toalla y fui directo a mi closet para escoger la ropa que llevaría, luego me vestí y fuí nuevamente a la cocina a preparar unos panqueques para desayunar.

El reloj marcaba las seis de la mañana, era bastante temprano para irme a la empresa así que decidí cobrarme un poco la situación y mientras el desayuno estaba listo, me encaminé a la habitación la Sofía.

— Sofía despierta —digo abriendo las cortinas de su cuarto para dejar entrar claridad. Ella ni se mueve—. Vamos levántate.

Ninguna señal de mi amiga lo que me obliga a hacer algo más drástico para despertarla.

— ¡Ahhh! —me río con travesura cuando grita dando un salto en la cama con los ojos muy abiertos. Me mira y los entrecierra mientras trato de cubrir mi boca—. Dios Amanda, me matarás de un susto. Además hace frío.

Le he quitado la sábana totalmente y la verdad es que he sido cruel, porque si hace un frío de hielo. Salgo de la habitación encogiéndome de hombros y vuelvo  la cocina para comer los panqueques ya listos.

Media hora más tarde Sofía entra a la cocina con cara de pocos amigos.

— ¿Resaca? — pregunto riendo.

Me fulmina con la mirada sentándose frente a mí.

— Eso y también que son las seis treinta de la mañana y ¿Adivina? —pregunta y yo la miro—. A esta hora debería estar durmiendo los últimos minutos de belleza.

Me río más fuerte y ella chasquea la lengua.

— Has bebido hasta emborracharte ayer, llegaste tarde y me tenías preocupada y para colmo no pude dormir bien pendiente de ti en toda la noche. ¿Culpable? — pregunto levantando una ceja con reproche.

— No he dicho nada — responde de manera desinteresada.

Asiento y me levanto del taburete, busco mis cosas para irme y salgo del apartamento dejándola sola para ver si eso logra hacerla recapacitar en sus acciones.

Llegué a la empresa mucho antes de mi hora de entrada y varios de mis compañeros que apenas también llegaban se sorprendieron de verme. Los saludé y subí a mi piso que era el último y fuí directamente a la máquina de expresos, un mocca como siempre para mi y caminé hacia el ventanal del fondo dónde me quedé guindada viendo a Panamá iniciar el día.

Me dirigí a mi oficina cuando ví que el tiempo había transcurrido y ya faltaba nuy poco para ser las ocho de la mañana, me senté en la silla de mi escritorio revisé los papeles que estaban encima de éste y los archivé luego. Salí y fui en busca del café para Alaric y volví a la oficina para llevárselo. Toqué la puerta un par de veces para no interrumpir por si estaba en alguna reunión, pero tras unos segundos, quizás un minuto, no obtuve respuesta lo que me hizo fruncir el ceño ya que Alaric era uno de los que llegaba temprano.

Abrí suavemente asomando mi cabeza y me llevé la sorpresa de que la oficina estaba sola y no había indicios de que él hubiera llegado. Entré y coloqué el café en su escritorio. Volví a mirar alrededor para cerciorarme de que ciertamente no había llegado y salí cerrando nuevamente la puerta.

Encendí el computador de mi oficina y me dispuse a trabajar.













Eran las díez y treinta de la mañana y Alaric no había llegado. Era extremadamente raro el hecho de que no estuviera en la empresa como todo un obsesionado del trabajo.

Cuando lo conocí, uno de sus detalles que no podía pasar desapercibido y en realidad era una virtud, era su puntualidad, su responsabilidad, no llegaba tarde a ningún sitio ni siquiera si era el jefe.

Marqué su número de celular, preocupada por lo que pudo haberle sucedido pero lugar de repicar varias veces, la llamada entraba al buzón. Me levanté del escritorio yendo hacia el de él, tomándome el atrevimiento de revisar su correo personal para ver si había alguna notificación, una reunión de emergencia o algún asunto importante pero me desesperé al no encontrar nada.

Suspiré con preocupación, Alaric no contestaba su celular, le había vuelto a llamar unas cinco o quizás seis veces, ya había perdido la cuenta entre tantos pensamientos que se me venían a la mente.











Dos de la tarde y aún no hay señales de Alaric. Su celular debe estar colapsado de notificaciones mías. He llamado sin exagerar más de cincuenta veces y le he dejado al menos unos diez mensajes. No sé que más hacer pero me rindo cuando no sé siquiera dónde vive. Me dejo caer en mi silla y miro al techo pensando en que debe estar en un asunto muy pero muy importante primero para no decirme nada y segundo, para tenerme tan preocupada y no avisar.

Mi cabeza va a explotar, la jaqueca que tengo no es nada normal y las aspirinas no hacen ningún efecto. Como si se burlaran de mi estado.













•••















— Debes calmarte Mandi, quizás le surgió algún improvisto. — Sofia trata de calmarme. Le llamé hace unas horas para pedirle que me acompañara porque la incertidumbre me estaba matando.

— Es que no entiendes Sofi, así sea un improvisto, el siempre me avisa porque sabe que me preocupo. — dije mordiéndome las uñas.

Los nervios haciendo mella en mi interior.

— Bueno pero tranquila, a lo mejor se le olvidó o el asunto fue muy urgente. Espera un poco ¿Si? —alienta—. Además las malas noticias son las primeras que llegan.

Abrí mis ojos a más no poder.

El pensar en que algo le hubiese pasado simplemente me hiela la sangre. Es alguien así como un mejor amigo y no quisiera que nada le pasara. Me entriztecería hasta deprimirme. Él me ha brindado tanto apoyo que me siento inmensamente agradecida. Su compañía, su humor, sus elogios, todo de él, ha hecho que disperse un poco los pensamientos de Eduardo en mi cabeza, pero no tiene nada que ver con tener sentimientos amorosos por él, al contrario, me ha llenado de ánimos para seguir luchando.

— No quiero ni pensarlo. — digo con la mirada perdida.

— Mandi mejor vámonos a casa. Por la hora ya no vendrá.

Miro y el reloj y son las seis de la tarde. Sofía tiene razón, sea lo que sea que le haya ocurrido mañana lo sabré, por hoy es mejor ir a casa y decansar o al menos hacer el intento.

Me levanté de la silla pesadumbrosa y recogí mis cosas para luego salir.

Estaba claro que entre Sofía y Alaric me matarían de los nervios. ¿Es que acaso no podían pensar en que yo me preocupo por ellos? ¿Tan difícil era enviar un texto o hacer una llamada? No pedía mucho, solo que me informaran para evitar éste tipo de situaciones desagradables.

La noche había caído y el cielo estaba parcialmente oscuro, tonos azules y morados se podían visualizar en el cielo panameño. Toda la ciudad estaba alumbrada por faroles y se veía hermosa. Las calles estaban muy concurridas y las tiendas y locales de comida estaban abiertos.

Desde que había llegado a la ciudad no me había tomado la tarea de salir y caminar, de pasear y conocer todo el centro y los alrededores. Sólo había salido a varios centros comerciales y corrido varias veces en la cinta costera pero no había visitado los clubes, ni discotecas, ni siquiera había ido a cenar a un restaurante. Suspiré pensando en que si Eduardo estaría aquí posiblemente ya conocería todos los rincones de esta gran y cosmopolita ciudad.

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