XXV - Confesiones II - Pasado de Amanda

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- Cuando mi madre murió sentí un vacío tremendo, una punzada desgarradora en mi corazón. Había partido de mi vida, la persona más importante para mí. Mi madre lo era todo. Crecí sin padre y gracias al gran amor de ella, éste no me hizo falta ni lo hará -suspiro-. Ella y yo éramos muy unidas, más que una madre siempre fue mi amiga. Hablábamos de todo y me contaba cosas de su niñez y adolescencia. Ella no tenía familia más que una hermanastra, Aurora -hago una mueca de repulsión-. Cuando murió, ella quedó a cargo de mi tutela por ser menor de edad. No me agradaba en lo absoluto, esa mujer odiaba a mamá y aún no sé las razones porque mamá tampoco las sabía. Aurora siempre fue callada y rencorosa, le hacía la vida imposible a mamá y al yo ser su hija, quizo hacerme lo mismo. Aurora en ningún momento fue buena conmigo, al contrario, desde el principio se mostró sincera, dando a conocer la maldad y el odio que había en su corazón. Me insultaba y me gritaba cosas horribles, pero nunca llegó a ponerme una mano encima, no se lo permití. En represión a eso me torturaba con los quehaceres de la casa, me dejaba días sin comer, quedaba débil y lánguida, rendida en la cama. Me echaba baldes de agua fría encima para levantarme, quemaba mis cosas una a una cuando no la obedecía. Un día sus acciones trascendieron, ella comenzó a llevar hombres a la casa y me obligaba a atenderlos como cachifa. Estos hombres eran unos cochinos viejos verdes, se querían sobrepasar conmigo y ella no lo impedía. Lloraba y me encerraba en mi cuarto pidiendo estar muerta, deseando que mamá me llevara con ella porque lo que vivía era el propio infierno. El día que exploté, ella había salido muy temprano, me quedé en el sofá viendo televisión y a eso de las dos de la tarde siento la puerta abrirse, apago el televisor imaginando que era ella y me levanté para ir a mi cuarto pero ví que no era ella sino un hombre de unos cuarenta años aproximadamente, su rostro tenía una barba de días y de su torso colgaba una panza asquerosa, sonreía burlón y a mi solo me producía un inmenso escalofrío aquellos ojos llenos de lujuria con los que me veía de arriba abajo -me tensé recordando las imágenes-. El hombre se acercó a mi y di varios pasos hacia atrás, cuando él apresuró el paso, corrí hacia mi cuarto pero me detuvo su mano envuelta en mi codo. Me tomó de la cintura y comenzó a besar mi cuello, aquello me producía arcadas y ganas de llorar, el hombre estuvo a punto de violarme pero le di tan fuerte con una lámpara en la cabeza que cayó al suelo inconsciente. No supe que hacer, el hombre no se movía ni siquiera lo sentía respirar. Me agaché cerca y tomé su mano para medir su pulso, era débil pero no estaba muerto. Me encerré en mi habitación y horas después escuché los gritos y maldiciones de Aurora afuera. Ese día no salí y el siguiente tampoco. Necesitaba hacer algo, no podía quedarme ahí encerrada hasta morir de hambre, me armé de valor y la enfrenté. La amenacé con denunciarla si volvía hacer una cosa tan horrible y despreciable como esa, ni siquiera que volviera a meterse conmigo. Eso pareció asustarla, porque me dejó en paz pero me dijo que no iba a seguir manteniéndome, así que busqué un trabajo y conseguí el de pregonera. Digamos que en ese momento, me venía bien trabajar para mantenerme y así también pasar el menor tiempo posible en su casa.

Terminé de relatar mi historia, esa que me tenía presa en un mundo de miedos e inseguridades, a la persona que ahora era la más importante de mi vida. El chico que se volvió mi gran amor y que ahora me miraba con una expresión diferente, en sus ojos se puede notar el dolor, como si imaginara todo aquello. También hay enojo y frustración.

Lo abrazo fuerte necesitándolo, no quiero que se aparte de mi nunca más, tampoco quiero que su actitud cambie. Eso es pasado y debe quedarse donde está.

- Esa mujer es malvada -dice todavía sorprendido-. Recuerdo cuando fue a mi casa, me hizo creer que se preocupaba por ti. Todo fue una mentira y me siento culpable por haber ayudado a mujer que te hizo daño por años.

- Ella no vale la pena. Está lejos y no sabe dónde estoy -digo para calmarme a mi misma-. Ahora debemos preocuparnos por nosotros.

- Tienes razón, sólo tu y yo importamos.

Eterno © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora