Epílogo

15 1 0
                                    

Cuando el amor a tu vida no lo sabes, lo sientes. Esa frase tan cliché que ha cambiado el mundo de las personas, que ha hecho temblar los paradigmas de más de un escéptico, que ha cambiado el parecer y la forma de vida de mujeriegos en su totalidad, en fin, el amor ha demostrado ser el sentimiento con mayor poder en la tierra y muy capaz de controlar personas. Nadie es inmune a el, a sus encantos y a todo el mar de emociones que desata.

En mi vida llegué a pensar que tendría la oportunidad o la dicha, de dejar entrar a alguien en mi corazón para que derrumbara todas las barreras que después del dolor se habían formado. Jamás pensé enamorarme, nunca como lo estaba ahora. Ni siquiera había reparado en imaginarme con alguien como él, un joven apuesto y varonil, de facciones delicadas y cuerpo terriblemente sexy, millonario y con un corazón capaz de albergar bondad, humildad y romanticismo. ¿Dónde en la vida sería capaz de encontrar a un hombre con todas esas cualidades y además fijarse en mí? Nunca en mi vida lo creería y si me lo hubiese dicho una bruja o hechicera, muy probablemente me hubiera reído en su cara porque jamás de los jamases hubiese creído semejante incoherencia.

Y aquí estaba, riéndome de mí misma al pensar en lo que escasamente consideré un tiempo, me había pasado unos años atrás. Estaba total y perdidamente enamorada de un hombre con esas virtudes y tenía la fortuna de que él me amase igual o con mayor fuerza.

Veía a Eduardo a través del cristal de la fotografía familiar, se veía hermoso aún después de los años que habían pasado, no le hacía mella ningún cambio. Se veía igual de jodidamente sexy que el primer día que lo conocí. Llevaba puesto una camiseta playera, un pantalón corto, una gorra cubriendo su cabeza y sedoso cabello, unos lentes tipo aviador de espejo azul eléctrico que lo hacían lucir espectacular y comestible y la infaltable sonrisa radiante que portaba demostrando que era el hombre más feliz del planeta. A su lado derecho una hermosa pelinegra de ojos caramelo y sonrisa similar a él de nueve años y de lado izquierdo, un hermoso bebé de cabello castaño claro y ojos ámbar con motas verdosas de cinco años. Los niños lo abrazaban fuertemente como temiendo que él desapareciera, pero así eran, igual de su posesivos que su madre.

Nuestra hermosa familia, esa que empezamos a constituir un año después de mudarnos a la nueva casa que Eduardo había comprado, y que nos calló como anillo al dedo cuando una tarde angustiada y con la bilis apunto de recorrer mi esófago, la prueba de embarazo que sostenía mi amiga en sus manos marcaba dos rayitas anunciando que pronto tendría mi primer hijo. Recuerdo que cuando le conté la noticia, saltó de felicidad y me besó tan apasionadamente que terminamos haciendo el amor en la sala, luego en el baño y por último nuestra cama. 

Sonrío nostálgica y suspiro audiblemente dejando la fotografía en su sitio y mirando la hora en el reloj de pared. 10:47 de la noche y yo deambulo por la casa acariciando mi vientre suavemente. Camino a paso lento hacia la sala donde varias personas se encuentran a la expectativa del momento. Cuando soy visible ellos posan sus miradas en mí y la única que me trasmite serenidad es la de mi esposo. Se acerca y me besa suavemente los labios, dándole paso a un sinfín de emociones que se reflejan en mi abultado vientre cuando mi bebé se remueve inquieto provocándome un pequeño dolor en la parte baja.

— ¡Ah! — gimo semi doblándome de dolor. Obteniendo la mirada preocupada de él.

— ¿Estás bien? ¿Duele demasiado? — pregunta denotando su emoción en la voz.

— Estoy bien, sólo fue un pequeño dolor. — musito para calmarlo.

— Una pequeña antesala a lo que vendrá — comenta mi mejor amiga sentada en el sofá dejando la revista de Padres a un lado y ganándose la mirada molesta de los que están allí por su comentario —. ¡Es la verdad! — dice soltando un bufido.

— Sabemos que es así Sofía, no tienes que ser tan directa cuando en éste momento los nervios nos consume a todos. — vocifera Alaric.

Ella se encoge de hombros en lo que a mí vuelve a producirme el dolor y ésta vez es más fuerte que la anterior.

— Ven amor, siéntate en la pelota. — dice Eduardo llevándome con sumo cuidado a la pelota de gimnasia.


El dolor se asevera a medida que el tiempo va transcurriendo, he intentado distraerme caminando por la casa pero lo cierto es que mi bebé llegará en cualquier momento.

Estoy en los últimos días de mi embarazo, nueve meses y mi vientre parece un gran globo con aire extra apunto de reventar. Una niña estamos esperando y aunque al principio mi idea no le ha agradado del todo a Eduardo, terminó por aceptarlo sopesando mis palabras y en lo hermoso de la escena que en minutos seré protagonista y ellos, testigos. Dar a luz en casa en un parto de agua es un deseo que se acrecentó más en mí, después de la llegada de Amelia con la distracción de ver videos en la famosa plataforma y querer vivir un momento tan especial e íntimo con mi esposo a la espera de nuestro tercer hijo. Por supuesto que no lo haremos sin la ayuda médica, además de Sofía y Alaric, también contamos con la presencia de Olivia, una enfermera asistente y Roger, mi ginecólogo de cabecera.

Reboto suavemente en la pelota y respiro lento y profundamente tras el consejo del veterano doctor. Llevo puesta una licra negra un poco más abajo de las rodillas que queda por debajo de mi vientre, dejando al aire y cómodamente libre la hinchazón de mi barriga, junto con un top deportivo del mismo color que cubre mis grandes senos.

El dolor se acrecienta aún más y la enfermera empieza la cuenta regresiva tomando el tiempo entre cada contracción para poder preveer la llegada de mi hija.

Cuando el dolor se hace cada vez más insoportable y ya no puedo tolerar estar sentada en la pelota la voz gruesa del doctor me habla.

— Vamos Amanda, ya es hora.

Eduardo y él, me ayudan a levantarme y como puedo camino a la piscina improvisada que hemos instalado en la sala de la casa.

Sofía luce un rostro pálido y Alaric, parece que estuviese sufriendo mis dolores. Hace cada mueca cada que me muevo, jadeo o respiro que me causa gracia.

Mi esposo quita mi licra y créanme, que a ésta altura de mi vida y con dos hijos, he perdido totalmente la vergüenza de estar desnuda ante personas. Principalmente aquí no hay nadie desconocido, tanto el doctor como la enfermera me han asistido antes y mis amigos, bueno ellos no me han visto en estas fachas y por consiguiente, Eduardo les pide educadamente que se mantengan un tanto alejados. Lo hacen sin inconveniente alguno, sabiendo lo incómodo que puede ser para mí.

Eduardo se posiciona detrás de mí y comienza a susurrarme canciones al oído, tratando de calmar mis nervios, que aunque ya tengo experiencia en esto, eso sinceramente no se librará de mí. Sus manos tocan suavemente mi barriga en una tierna caricia y el dolor sigue incrementando logrando que comience el proceso de pujar. Roger quién está frente a mí, vigila todo lo que acontece allá abajo y en éste momento, me permito sentir un poco de vergüenza y bochorno. Su mirada no se quita de mi parte íntima y sé que es totalmente profesional y normal lo que hace pero no deja de angustiarme.

— Te juro que si no fuera tu médico, ya le hubiese golpeado el rostro por verte tan descaradamente. — susurra muy bajo Eduardo en mi oído.

Me río un poco y otra fuerte contracción llega y pujo con más fuerza aún.

— Vamos Amanda, concéntrate, falta poco, ya puedo ver su cabeza. — dice el doctor.

Vuelvo a pujar con más intensidad y siento parte íntima desgarrarse. Grito de dolor, Roger se acerca más y miro hacia abajo, observando la cabecita afuera de mi bebé, motivada a tenerla entre mis brazos, vuelvo a pujar cuando el dolor es implacable y con la ayuda y presión de Roger abajo, mi bebé sale de mí, produciéndome momentáneamente un estado de alivio en cuanto al inmenso dolor.

Lloro de felicidad cuando la saca del agua y ma coloca en mi pecho. Eduardo y yo nos morimos de ternura con la pequeña quien es producto de nuestro amor. Beso su frente y sostengo su manita, sintiéndome afortunada, realizada, dichosa y amada. Tengo una hermosa familia y tres motivos por los qué luchar.

Nada más puedo pedir. No tenía nada, tampoco pedía algo y todo se me ha dado. Tan sólo me resta agradecer a la vida y a mi esposo por tan maravillosos años que me ha regalado.

Eterno © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora