XI - Futuro Cercano

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Tras largas horas de caminata encontré una muy modesta casa donde arriendan habitaciones, no traigo mucho dinero encima pero la dueña de la casa, una señora quien ha sido muy amable y servicial, me ha dado un precio más abajo del costo normal lo cual agradecí porque de lo contrario no hubiese podido quedarme.


El barrio es bonito pero no deja de ser algo peligroso a altas horas de la noche.

Me instalé de una vez y acomodé mis cosas en un pequeño clóset. No es mucho tiempo el que estaré pero quiero estar cómoda lo que dure la estadía. Estoy agotada y aprovecho para darme un baño y refrescar mi cuerpo sudoroso. El sueño mezclado con cansancio explota en mi sistema y saliendo de la ducha, seco mi cuerpo, me coloco ropa cómoda y me acuesto en la cama que es suave y muy cómoda.

Mis párpados pesan debido a las largas horas de caminata, pero mi cerebro aún está despierto y no dejo de pensar en Eduardo. Para esta hora ya han debido haberse dado cuenta de que no estoy en la casa y deben estar buscándome. Todos deben estar preocupados pero creo que he hecho lo correcto. Solo espero que él pueda perdonarme, lo he dejado sin decirle pero de lo contrario no lo hubiese permitido. Él merece mucho más que estar conmigo, yo no tengo nada que ofecerle y a la larga nuestra relación provocaría problemas.


No sé en qué momento me quedo dormida y mi cerebro se apaga, para darle paso a los sueños.









•••










Unos toques en la puerta me despiertan, abro mis ojos con pereza y bostezo al mismo tiempo. La habitación está a oscuras, por lo que me parece que ha anochecido, lo que me sorprende pues quiere decir que he dormido mucho tiempo.

— Amanda niña ven a cenar.-— una dulce voz se oye del otro lado.

Me levanto con flojera y me obligo a estirarme para despertar mi cuerpo del sueño.

— Un momento. — digo dirigiéndome al baño para hacer mis necesidades y posteriormente salir.

Arreglo mi atuendo y salgo hacia el comedor. Toda la casa está impregnada de un rico olor, mi estómago gruñe con hambre. Desde que salí de la casa de Eduardo no había probado bocado pero estaba tan cansada que no me había tomado la tarea de comer algo.

Cuando llego a la mesa donde están las dos señoras mas cariñosas que he conocido, me miran y sonrien. La señora Leyla quien me atendió y me brindó la oportunidad de quedarme por un bajo costo y su madre, doña Ana. Tomo asiento y la señora Leyla sirve la cena, se me hace agua la boca las tortitas con pollo asado que pone en mi plato, seguido de un vaso de jugo de frambuesa.

Al cabo de unos minutos mi plato está vacío y mi estómago lleno, levanto la mirada y me encuentro con los ojos azules de doña Ana mirándome con algo parecido a la ternura.

— ¿Por qué estás aquí y no en tu casa? — pregunta con interés y curiosidad.

Me remuevo incómoda en la silla mientras me debato en qué contestar. No quiero mentir, ambas señoras me han brindado su confianza y no me puedo permitir defraudarlas.

— Bueno es una historia larga y complicada. Prefiero resumirla en que espero cumplir la mayoría de edad para irme de la ciudad y buscar una mejor vida, nuevas oportunidades: un buen empleo y terminar los estudios — respondo.

Ambas me miraron con confusión.


— No estás huyendo de algo o de alguien ¿verdad? — pregunta la señora Leyla con cautela.

— No huyo de la policía si es lo que les preocupa —digo sincera—. Huyo de un pasado duro.

Doña Ana me mira, ladea una sonrisa en los labios y niega con la cabeza lentamente. Se levanta de la mesa y yendo hacia el fregadero comenta.

— Niña, no se huye del pasado, éste te hace fuerte para afrontar el futuro pero mientras debes vivir tu presente. Los problemas siempre estarán a la carta y ten por seguro que siempre vas a cargar con ellos. Debes corregir tus errores sino siempre seran tu verdugo. — dice sabiamente.

Me quedo sopesando sus palabras pero la realidad es que aunque quisiera no puedo volver, la vida ha sido demasiado cruel al ponernos a Eduardo y a mí en distancias posiciones, no podríamos ser felices con tantas personas esperando que llegue nuestro fracaso.

— Gracias por su consejo doña Ana. Me despido por hoy, estoy cansada —me levanto de la mesa—. Gracias por la cena, todo estaba delicioso.

Camino hacia la habitación y me encierro con mi mente vagando en una persona que me será muy difícil olvidar, solo llevo unas horas desde que me fuí de su lado y ya lo extraño demasiado.

La puerta vuelve a ser tocada interrumpiendo mis pensamientos. Sin ánimos de levantarme le doy pase a la persona del otro lado.

La señora Leyla abre cuidadosamente y entra con un platito en sus manos.

— Te he traido un pedazo de pastel de maíz. — dice tendiéndome el plato.

— No se hubiera molestado...

— No es ninguna molestia niña, come porque está delicioso.

Me siento en la cama y pruebo, la verdad es que se ha quedado corta, no solo está delicioso, es una explosión de sabor.

— Está muy, muy, muy rico — digo como cual niña.

Ella sonríe satisfecha.

El silencio reina en la habitación por unos largos segundos. De repente la señora Leyla se aclara la garganta y decide hablar.

— Amanda, a pesar de que no nos conocemos te he tomado mucho cariño —dice cabizbaja—. No sé que planes tengas hija pero debes cuidarte, eres solo una niña y allá afuera hay muchos peligros.

Me quedo pensando en lo que ha dicho pero la verdad es que nadie como yo sabe lo que se puede pasar y sufrir en la calle. Por mucho tiempo me tocó sustentarme y la falta de la base más sólida que se puede tener que es una madre, he tenido que afrontar, secar mis lágrimas y continuar. No será fácil pero ya di el primer paso y echarme para atrás no es una opción.

— No se preocupe señora Leyla, estaré bien — sonrío tratando de transmitirle serenidad. Ella me devuelve la sonrisa pero ésta es opaca.

Más allá de sus ojos, logro ver que hay un dolor profundo en ella. No me atrevo a preguntar, puesto que puede ser delicado.

Su mano acaricia mi cabeza sutilmente y luego se levanta para salir de la habitación sin decir nada más.


Suspiro frustrada dándome cuenta de que sobrellevar mi situación será más complicado de lo que pensé. No he pensado a donde iré o qué haré, como conseguiré trabajo y si podré terminar los estudios, los consejos de las señoras rondan mi mente y siento una opresión en mi corazón, como si me estuviera equivocando en seguir con mi decisión.

Cierro los ojos pensando en el único hombre que amaré toda mi vida, no tengo dudas de que sólo por él sufriré.

— ¿Qué haré después de ti Eduardo? — suspiro y me abrazo a la almohada.

Eterno © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora