II - Sorpresa

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Caminé por largo rato luego de entregar la bicicleta y así concluir mi jornada.

Me quedé pensando en el mal trato del señor de la última mansión que atendí, me supo amarga su reacción para conmigo, sin discriminar a nadie, él tan parecido a mi y sin embargo se sintió grande tras humillarme. Me dolió que me tratara como si no valiera, como si fuera cualquier bicho para pisotear.

Estaba tan cansada de la convivencia que llevaba con Aurora que me dió rabia el trato tan déspota y ofensivo de un tercero. ¿Acaso llevaba en mi frente alguna etiqueta que dijera, humíllame cuánto puedas?, nuevamente me sentí mal, mal por no tener el consuelo de mi madre, ella no permitiría que yo hiciera esto, no por el empleo, sino porque había vivido en carne propia el rechazo de alguien con dinero y poder.

Al cabo de unas horas aguantando frío, puesto que la noche está nublada y el clima está muy templado, decido regresar a casa para prepararme algo de comer. Ya es tarde pero mi estómago ruge del hambre.

Abro la puerta sin ser precavida y me encuentro con Aurora en el sofá acostada viendo televisión y ha debido de haber escuchado la puerta ya que al verla, su mirada estaba fija en mi con una mueca de desprecio.

- ¿Acaso dejaste el empleo mediocre ese para prostituirte? - pregunta con burla.

Cierro los ojos y cuento internamente hasta diez, no quiero iniciar una discusión pero con el ánimo que tengo no estoy para soportar más atropellos. Suficientes con los de la tarde.

- Ese no es tu problema. - respondo evadiendo su rabia y yendo hacia la cocina por un vaso de leche.

He decidido que no prepararé nada, eso resumiría soportar más la presencia de Aurora y estoy sumamente cansada.

- Claro que es mi problema - dice alterada -, es mi casa ¿se te olvida?

Ruedo los ojos exasperada.

Como olvidarlo si ella siempre me lo recuerda. Sé perfectamente que ahí puedo estar hasta que cumpla la mayoría de edad porque de lo contrario ella gozaría de la oportunidad de echarme a patadas a la calle.

- No, no se me olvida. - le digo dirigiéndome a mi cuarto.

El vaso de leche tiembla en mi mano, siento que estoy al borde de un colapso emocional.

- ¿A dónde crees que vas? - pregunta irritada al ver que la estoy ignorando olímpicamente.

- ¿A mi cuarto? - respondo con obviedad.

Siento como sus ojos quieren atravesarme, su pesada mirada es difícil de ignorar aún cuando no la veo directamente.

- No creas que eres gran cosa niña, eres igual a tu madre, una arrastrada miserable que solo servía para seducir hombres.

La sangre me hierve, que me humille y amedrante es chocante y hasta cierto punto lo puedo aguantar, pero que mencione a mi madre y se refiera a ella como si fuera nada, me saca de mis casillas.

Mi madre es y será siempre sagrada.

- ¡Con mi madre no te metas Aurora, puedes hacerme todo lo que quieras a mi, meterte conmigo y llamarme como te de la grandísima gana pero la memoria de mi madre la respetas! - grito enojada y sacada de quicio.

Ella me mira primeramente incrédula, luego sus ojos centellan con furia.

- Tú a mí no me dices qué hacer, vives bajo mi techo y mientras sea así te aguantas lo que me plazca.

- Por supuesto, mucho he aguantado en estos dos años Aurora, debería irme pero tan sólo faltan meses para ser mayor de edad, cuando eso pase me iré muy lejos. - suelto indignada.

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