XLII - Obscuridad

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No podía parar de llorar, necesitaba con desespero salir de aquí. Me estaba ahogando, el dolor físico era penetrante y hasta soportable pero el dolor de mi alma, sucumbía todo mi ser. Estaba presa en un pasado que intenté muchas veces olvidar, quise dejar atrás todos los recuerdos de una adolescencia atormentada. Pero aquí estaba, con las personas que hicieron de mi vida un charco pantanoso, a unos pocos metros de distancia, en sus manos y sin poder hacer nada, porque además, estaba atada de pies y manos.

Estaba en una habitación a oscuras, sólo la luz proveniente de afuera, iluminaba de forma ténue cuando se filtraba por las endijas de la ventana de madera, la cual siempre permanecía cerrada. A duras penas, podía observar la habitación, que tenía una dura cama sin almohadas con una sucia sábana, una silla de madera que rechinaba cada vez que me removía, ahí era donde pasaba la mayor parte del tiempo, sentada con los ojos cerrados, porque no valía la pena tenerlos abiertos ya que no había nada interesante que ver, ni mucha luz. La pequeña habitación también contaba con baño con un lavamanos descompuesto, un inodoro sucio y una ducha igual a lo anterior. Las paredes tenían moho debido a la humedad y estaban peladas. Todo el lugar era deprimente, aunque provengo de raíces pobres, nunca he estado en un lugar con deplorables condiciones.

Estaba segura que nadie vivía allí y sólo estaban utilizándola para mi cautiverio.

Trataba de comprender por qué razón me tenían atada, afuera aguardan dos hombres con los que no podía lidiar, puesto que la lucha estaría inclinada a un lado de la balanza. Sumado a eso, la única ventana que poseía la habitación estaba herméticamente cellada, así que no tendría escapatoria.

Hace unas horas pude darme cuenta de que entre Agustín y Aurora había una relación, los constantes roces y momentos rosa donde se manosean y besan, dan una clara idea de su romance. Totalmente asqueada reprimo las ganas de devolver el estómago dónde sólo hay jugos gástricos porque no he probado alimento quién sabe en cuanto tiempo.

La puerta se abre y la figura despreciable del hombre que marcó mi vida años atrás, cruza el umbral mirándome con malicia.

- Espero que tu esposo cumpla con las órdenes dadas y tenga mi dinero para mañana, de lo contrario tú su querida mujer sufrirá las consecuencias. - amenaza.

Me retuerzo en la silla y reprimo un gemido de dolor provocado por las ataduras en mis muñecas y tobillos.

- ¡Ay, se me olvidaba que sigues atada! - vocifera con burla.

- Pagarás por esto - escupo con odio -. ¡No te saldrás con la tuya!

Lo escucho reír a carcajadas.

Aurora aparece de improviso y lo mira con alerta.

- Tenemos problemas. - oigo que le susurra al viejo en el oído.

Inmediatamente salen de la habitación y yo vuelvo a quedarme sumida en la oscuridad y la incertidumbre.

Segundos, minutos, horas, no sé realmente el tiempo que ha transcurrido, todo se ha quedado en un silencio inquietante, un escalofrío me recorre todo el cuerpo y me preparo para lo que pueda pasar. Las palabras de Aurora me causan pánico, terror, mi vida puede estar en riego en manos de esos dos desquiciados.

El ruido de unas llantas se escuchan friccionar con la tierra, se acercan con rapidez y luego se detienen.

Me estremezco cuando siento venir a alguien con prisa y abrir la puerta de manera estrepitosa.

- ¡Levántate! - grita haciéndome sobresaltar.

Me pongo de pié como puedo y el hombre desconocido me empuja, pierdo el equilibrio y caigo de rodillas en el suelo. Chillo por el dolor mientras que él maldice una, dos y más veces.

Hace fuerza para levantarme y se baja hasta quedar a la altura de mi abdomen y rompe la cuerda que mantenía unidos mis tobillos. Quiero sobarlos pero el hombre demanda que corra y me lleva a rastras con él.

Salimos de la habitación y me encuentro en una pequeña sala descuidada, hay una puerta a mi lado derecho que me hace pensar es la principal, pero el hombre me guía hacia el lado opuesto donde hay otra puerta y la abre. Estamos en medio de un bosque, arboles, monte verde y un camino de tierra es lo vislumbro.

- Correrás conmigo sin detenerte ni mirar atrás, lo haces y te mato. - impone el hombre llevándome consigo a rastras nuevamente.

Quiero voltear, quiero mirar de quién huimos. La imágen de Eduardo impacta mis pensamientos y quiero frenar la corrida, quiero detenerlo y estoy apunto de hacerlo pero una voz detrás de nosotros hace que el hombre se tense y corra con más prisa, lastimando mi brazo por donde me tiene agarrada fuertemente.

- ¡Detente! - grita una voz desconocida.

Frente a nosotros visualizo un barranco, sonrío internamente porque tiene que parar obligadamente. Y cuando lo hace me safo de su agarre sin previo aviso, me mira con incredulidad y una sonrisa macabra se dibuja en sus labios.

- ¡Amanda! - la voz de Eduardo me hace girar a verlo. Cuatro hombres están con él, todos portando chalecos antibalas.

Sonrío y quiero ir hacia ellos pero el hombre me lo impide.

- Ni creas que será fácil. - suelta con diversión.

- ¡Baja el arma! - le dice uno de los hombres que acompaña a Eduardo, detenidos a unos cuantos metros de nosotros.

El hombre lo hace pero en eso siento que tiran de mi brazo fuertemente y un grito de terror brota de mi garganta.

- ¡No! ¡Amanda! - grita Eduardo.

Mi cuerpo impacta contra la tierra llena de rocas y durezas, duele y se hace insoportable a medida que voy cayendo por el barranco. A duras penas logro cubrir mi rostro y siento el escozor en brazos y piernas, hasta que finalmente llego al final y mis extremidades se desploman en la tierra.

Observo el barranco y miro a Eduardo y a dos hombres más, bajar con cuidado y prisa al mismo tiempo, no logro escuchar lo que sale de la boca de Eduardo, ni de los demás, sólo logro escuchar un pitido constante que augura pérdida del conocimiento y cuando estoy apunto de cerrar mis ojos, Eduardo me abraza y besa mi frente, llorando sin consuelo.

Mi mente se aleja de la realidad y caigo en un profundo letargo para luego entrar en la inconsciencia.

Eterno © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora